Algo más suelto salió el tercero, al que Aguado logró encelar una vez cambiado el tercio, estirándose con el. Se lució también en el quite que desarrolló por chicuelinas. Se alcanzó la faena de muleta y el diestro brindó al respetable antes de comenzar. El sevillano se fue bordeando las tablas hasta encontrarse con su adversario, al que fue pasando por ambos pitones, a pies juntos mientras le iba ganando terreno. En el tercio se asentó y con cadencia y torería le dio unos muletazos dotados de arte y despaciosidad. Totalmente encajado se mantuvo para envolvérselo a su cintura, encontrando ritmo. Sin embargo, el diestro también le dio pausas, dosificando su embestida. El fallo con el acero evitó el premio.
Aguado no pudo estirarse con el sexto y segundo de su lote. Se alcanzó la faena de muleta y Aguado se dobló con el sexto para ganarle terreno entre probaturas. Eligió el derecho para empezar a llevarlo, en el tercio, muy despacio, pero con ritmo, encontrando repetición y movilidad en sus embestidas. Quiso moverlo y continuar por el derecho, encontrando ese acople y entendimiento con el que correrle la mano y expresarse con cadencia y torería. No era fácil, tenía sus teclas, pero el sevillano parecía haberlas encontrado, cuajando unos muletazos con los que los tendidos enloquecieron. Verticalidad y mucho sabor en sus derechazos, en los que le buscó el sitio, tocándolo con firmeza y pasándoselo por la cintura. Quiso mostrarlo al natural ante un público totalmente entregado a su obra. Tardó en ejecutar la suerte suprema, llegando a escuchar un aviso. Fue al segundo intento cuando logrará meter el acero.