No siempre se cumplen cien años y menos aún con una salud de hierro, como la que ha demostrado la Monumental de Pamplona, llena hasta el tejadillo de gentes en blanco y rojo, dispuestas a recobrar lo que un virus marrajo (que se resiste a que se lo lleven las mulillas) le arrebató durante tres años, dos sanfermines. Ha vuelto la fiesta a Pamplona, han regresado los toros.
La Corrida del Centenario resultó triunfal y argumento hubo para ello. Unos argumentos que tuvieron más que ver con los toreros que con unos toros de Cuvillo de desiguales hechuras y volúmenes, tampoco sobrados de casta y en los que destacó el noble sexto, al que exprimió Roca Rey.
Pero, decíamos, más allá de la valoración de cuanto sucedió en el ruedo, que fue mucho y bueno por momentos y de lo que se da cumplida cuenta en este mismo portal, la mera contemplación de la plaza,(esa que en 1967 Moneo llevó a una capacidad de 20000 personas y acercó- al menos en cuanto a capacidad- a aquel sueño truncado de Gallito en Sevilla que un año después de su muerte se alzó casi como una réplica en la capital del Reino de Navarra) ya suponía el triunfo de la alegría, la amistad, la vida. Que eso son los sanfermines.
Navarro como es, no podía faltar en una efeméride así, Pablo Hermoso de Mendoza que, en el que abría plaza, ofreció un curso catedralicio de toreo a caballo, que aunque parecido no es lo mismo- claro- que clavar banderillas, hacer piruetas con las monturas y echarse las manos a la cabeza mientras se galopa y corta el viento. Toreó Pablo I de Navarra con la grupa de sus caballos en “muletazos” coreados con olés y todo tenía una armonía y sublime.
Como sublime estuvo Morante en el segundo de su lote, el toro de la merienda, al que dibujó un quite de dos verónicas y una media que fueron delicatesen, La faena a ese toro (en su primero ya estuvo sabroso y templado) tuvo enjundia, prestancia, torería, reunión y despaciosidad. Mató a recibir igual de despacio que toreó, pero la espada se fue abajo y sólo paseó una oreja.
Una de cada toro se llevó El Juli, para salir por duodécima vez por la puerta grande de la Monumental pamplonica. Dos faenas de preclara inteligencia ante sendos toros que en otras manos quizás no hubieran ofrecido opciones de triunfo. Con eso se dice todo.
Hace tres años Roca Rey, en su mejor momento, se resintió de una lesión en el hombro en la primera de sus dos comparecencias anunciadas en Pamplona y dejó de torear durante un largo periodo, que la pandemia prolongó. El año pasado volvió Roca, pero el Rey aún no le acompañaba. Ahora sí y Pamplona fue testigo de su toreo apabullante, en fondo y forma, de rodillas o en pie.
Todos a hombros menos Morante, quien con su terno ad hoc hizo un guiño a lugar y el momento y pidió como recuerdo que le cortaran la cabeza al toro segundo de los suyos.
En las calles de la ciudad en fiestas, el gentío se abraza, canta, baila, brinda, celebra….
En los Corrales del Gas aguardan seis corridas más.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Pamplona. Tercera de la Feria del Toro. Corrida Mixta por el centenario de la Monumental. Lleno de ‘no hay localidades’.
Un toro de Carmen Lorenzo para rejones y seis de Núñez del Cuvillo para lidia a pie. Bien presentados y de juego desigual, sacando fondo de bravura una corrida de interesante juego. Con nobleza y buen tranco el templado primero; con movilidad y prontitud el manejable segundo; con movilidad y emotividad el desigual tercero; a más el noble y fijo cuarto que acabó sacando buen fondo; de gran clase y ritmo el buen quinto; con fondo pero desigualdad en sus embestidas el agradecido sexto; de gran entrega, ritmo y calidad el bravo y humillador séptimo.
- Pablo Hermoso de Mendoza: Dos orejas
- Morante de la Puebla: Ovación con saludos y oreja
- Julián López ‘El Juli’: Oreja en ambos
- Andrés Roca Rey: Dos orejas tras aviso y oreja
GALERÍA: Emilio Méndez