Morante está de moda. Todo el mundo quiere verlo, y, después de lo de Sevilla y Madrid, amplificado por el altavoz de la televisión en abierto, todo el mundo, además, quiere decir que lo ha visto triunfar. Como además el genio está en vena y se va detrás de la espada, ahora incluso sale a hombros de cosos tan “a contraestilo” si pueden llamarse así, como La Monumental de Pamplona, donde, de paso, echó un cable a Álvaro Núñez en su debut como ganadero en San Fermín. Tarde para desmenuzar y huir de tópicos triunfalistas en la que no debemos olvidarnos de Tomás Rufo, que no sólo acompañó al de La Puebla por la Puerta Grande sino que de su zurda brotaron los mejores muletazos de la tarde.
Lo primero que cabe resaltar es el trapío de la corrida de Álvaro Núñez Benjumea, más allá de su desigualdad de tipos. Porque hubo toros preciosos de hechuras, un calificativo antónimo de lo que es y significa San Fermín, que te los imaginas antes en otros ruedos que en la vieja Iruña. Luego, respecto a su contenido, al encierro gaditano lo tapó el concurso de Morante. Su sola presencia eclipsó la falta de raza y empuje de un envío que tuvo buena intención pero no la potencia suficiente para poder desarrollarla. En otras palabras, con otro torero abriendo cartel, seguramente estaríamos hablando del precipitado debut de esta vacada en Pamplona.
Al colorado que rompió plaza, amplio y musculado, pero bajo y proporcionado, que empujó humillado en el peto y tomó bien el capote en banderillas, echando la cara arriba en el último par. Morante, lo había saludado con un variado surtido de lances —verónicas, chicuelinas, largas y hasta una brionesa— Inició muy toreramente, con ayudados por alto muy cerrado en tablas, una faena que tuvo buena intención y mejor expresión, pero la deslució un tanto los derrotes del astado al final del embroque. Lo mejor, la última serie, a pies juntos con la mano derecha, adornándose agarrando un pitón al toro entre un pase y otro, y una estocada de efecto cuasi fulminante, que fueron decisivas para la concesión de la oreja.
Una pintura el melocotón que hizo cuarto. Largo, recogido, estrecho de sienes, de pitón vuelto. Pero, siendo noble, le costó al animal romper para delante. Morante lo esperó, tragó y lo empujó para delante estirando la embestida sin un solo tirón, sin vender nada, revistiendo todo de torería y adobando el guiso con adornos muy personales para iniciar y cerrar las tandas, como un molinete con una rodilla en tierra. Como al toro le faltaba gracia, la puso el torero en el cierre por giraldillas antes de atacar en rectitud con el acero y pasear la oreja que le abría su primera Puerta Grande en esta plaza.
El mejor toro de la corrida, el de más fondo y el que mejor aguantó la buena condición inicial fue el jabonero tercero. Recogido de testa, estrecho de sienes enseñando las palas. Anduvo listo Rufo midiéndolo en el peto, para luego iniciar faena sin molestarlo. Toro noble y de buen estilo al que fue exigiendo progresivamente el de Pepino, primero con la derecha y luego con la zurda en dos series verdaderamente rotundas, que fue lo que de verdad cotizó en la faena. Y en la tarde. Dejando la muleta muerta y tirando de la embestida con pulso para dibujar naturales acompasados y despaciosos. De gran nota. El final por circulares fue más convencional. Agarró una estocada entera y paseó la primera oreja.
La del sexto tuvo connotaciones más “pamplonicas” pues el animal que cerró plaza, zancudo, largo y fibroso, con cuello y alzada, seguramente el más agresivo del sexteto y el más desagradable del conjunto, fue toro con un buen pitón derecho, lado por donde estructuró faena Rufo, una obra de ataque ante un toro con la pujanza justa. Cerró por manoletinas y después de enterrar el acero en lo alto sumó una oreja más, que le permite prolongar su racha de éxitos en este coso.
Quien apenas tuvo opciones en la quinta de abono fue el peruano Roca Rey, quien en su primer paseíllo en el serial sorteó por delante un castaño amplio, tocadito arriba de pitones, enseñando las palas. Le dio celo Roca Rey de salida porque salió abantito. Tardó en fijarlo el peruano pero, ya en los medios, le pegó cuatro o cinco lapas, casi delantales, extraordinarias. Galopó de bravo el animal, tranqueando en varas, pero luego de emplearse en el peto se desfondó muy rápido en el muleta, llegando incluso a echarse en dos ocasiones. Poco le dio tiempo a hacer a Roca Rey, un inicio de rodillas entre las rayas, reposado y despacioso y una serie con la derecha en la que el toro sacó la bandera blanca.
Amplio el quinto, bien hecho pero muy abierto de cuerna. Toro sin raza, que tomó el engaño con desgana y no repitió las embestidas. Roca Rey se puso por los dos pitones, enseñó al público la condición del toro y lo despachó con celeridad. No cabía hacer más.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Pamplona. Quinta de abono de la Feria del Toro. Corrida de toros. No hay billetes.
Toros de Álvaro Núñez, noble y pronto el primero aunque con tendencia a puntear el engaño; desfondado el segundo; noble y con buen estilo el tercero; le costó romper para delante al obediente cuarto; parado y sin raza el quinto; de medido empuje el sexto.
Morante de la Puebla, de corinto y oro: oreja y oreja.
Andrés Roca Rey, de blanco y oro: silencio y silencio.
Tomás Rufo, de coral y oro: oreja y oreja.
CUADRILLAS: Saludaron en el sexto Sergio Blasco y Fernando Sánchez
FOTOGALERÍA: MÉNDEZ
