Es el primer mandamiento de la Ley de Murphy. “Si algo puede salir mal, seguramente saldrá mal”. Luego hay más preceptos, más o menos conocidos, en torno a este axioma, pero siempre relacionados con el principal. Alguien debió recurrir a la famosa sentencia del ingeniero aeroespacial cuando seleccionó en el campo la corrida de Fuente Ymbro para San Fermín, sobre todo, atendiendo a sus hechuras, porque tal y como estaba constituida, lo lógico era que no embistiera.
De acuerdo con que el toro más serio se lidia en Madrid y el más feo en Pamplona, pero, ¿aquí vale todo? ¿Se rechaza algún toro en El Gas? Pregunto. Porque dentro del sexteto había toros reñidos con el buen gusto. Por encima de todos, el cuarto. Pero otros como el quinto tampoco le fueron a la zaga. En realidad, sólo el primero, dentro de lo fuerte que era, tenía un trapío armónico. Y, como casi siempre pasa, fue el mejor toro de la corrida. Mejor dicho, fue el único con posibilidades reales, por mucho que el quinto se moviera, que lo hizo sin entrega, y el sexto persiguiera un par de series los engaños antes de rajarse definitivamente. Los otros tres se defendieron y mansearon a partes iguales.
De los matadores que abrieron el abono fue Perera quien puntuó más alto. Primero, por cómo imantó al trapo con la derecha y en los medios al que abrió plaza, dejándole la muleta en la cara, y deslizando el trapo con tacto, sin toques bruscos. Después de un final por circulares, cuando el toro había perdido pujanza, saludó una ovación que bien pudo cambiar por una oreja si el toro se lidia con el festejo más avanzado y el público más metido en harina.
El toro de la merienda fue un engendro. Feo, paliabierto y sin remate, pese a los 610 kilos que rezaba la tablilla. Y así embistió. Animal complicado de verdad, que salió suelto del primer puyazo y en su huida casi arrolla a Fini. A la muleta llegó midiendo, embistiendo al paso, viniendo por dentro… Siempre pendiente de Perera, que se aplicó con el oficio y la experiencia que dan veinte años de alternativa para despacharlo sin aparente sufrimiento pese a la condición del astado.
Talavante también tiró de oficio para deshacerse del segundo, largo de viga, amplio de cuna, pero sin ninguna armonía en su conformación que tomó los engaños siempre protestando, y derrotando, queriéndose quitar con saña el trapo de la cara. El quinto, largo, tocadito arriba de pitones, de hechuras casi camarguesas barbeó tablas de salida, tomó un puyazo al relance que cayó trasero, y llegó a la muleta con más movilidad que verdadera entrega. La mejor cualidad de la faena de Talavante fue la fluidez, pero, a pesar de la falta de clase del toro en la embestida, se echó en falta mayor reposo en el desarrollo de las series.
Lo mejor que hizo Luque en el anodino festejo del día del patrón fue dar muerte al tercero. Un volapié de libro que acabó con un animal muy agresivo pero bien hecho, que ni tuvo embroque ni quiso romper nunca para delante. Tiro de técnica el de Gerena para faenar con él, como más tarde haría con el sexto, ejemplar aparatoso y suelto de carnes que luego de un severo puyazo, cantó su condición saliendo de naja en el segundo encuentro.
Se fue a buscarlo Luque a chiqueros al comienzo de la faena para sacárselo a los medios, donde logró hacerle seguir el trapo en dos series con la mano derecha, dejándole la muleta en la cara, y tapándole la huida, porque el toro siempre marcaba querencia. Con el de Gallardo amagando con rajarse, el torero trató de acompañar con luquecinas su viaje a tablas y en una de ellas estuvo a punto de echarle mano. Le dejó de recuerdo un siete en la taleguilla.
Salió el público -el público aficionado, se entiende- desencantado, con la tarde fresca y metida en agua, entre el ruido y la marabunta de unas peñas a las que igual les da ocho que ochenta. Por eso, entre otras muchas cosas, aquí en Pamplona cabe todo. Y nunca pasa nada.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Pamplona. Tercera de la Feria del Toro. Corrida de toros. No hay billetes.
Toros de Fuente Ymbro, noble, con calidad y medido fondo el primero; deslucido el segundo; de media arrancada y sin embroque el tercero; muy complicado el cuarto; con más movilidad que entrega el quinto; rajado el sexto.
Miguel Ángel Perera, de gris perla y azabache: ovación tras aviso y silencio tras aviso.
Alejandro Talavante, de nazareno y oro: silencio y silencio.
Daniel Luque, de sangre de toro y oro: ovación y silencio.
FOTOGALERÍA: EMILIO MÉNDEZ
