EDITORIAL

¿Qué le pasa a Enrique Ponce?


miércoles 19 mayo, 2021

Jamás le ha costado aplicar soluciones a una embestida o adaptar esa arrancada a su forma de concebir el toreo, pero lo que va de 2021 se le ha visto querer mucho y poder poco con toros propicios.

Jamás le ha costado aplicar soluciones a una embestida o adaptar esa arrancada a su forma de concebir el toreo, pero lo que va de 2021 se le ha visto querer mucho y poder poco con toros propicios.

Escribe Paulo Coelho en ese célebre libro que se titula El Alquimista que cuando uno está firmemente determinado a conseguir una meta el universo conspira para que lo consiga. Bien podíamos decir que, en su carrera, el alquimista es Enrique Ponce, que a lo largo de sus tres décadas de alternativa ha sabido medir los ingredientes justos para obtener la cantidad mínima exigible de Piedra Filosofal… ¿hasta ahora?

Miren, vayamos por partes. Y primero hay que hablar de una efeméride y del pasado no tan lejano. Este miércoles se cumplirán cinco años exactos de la vuelta de Enrique Ponce a Las Ventas. Un lustro del regreso de un torero que estaba en su sazón y que volvía a la primera plaza del orbe y así lo contaba este medio:

Si existe alguna rendija por la que filtrar un rayo cuando parece adueñarse de todo la oscuridad absoluta dará con él el caballero que más ilumina el día. Cuando los demás desisten, cuando sucumben a la evidencia sin rascar nunca los fondos, cuando carecen de paciencia para encender la cerilla, aparece Enrique Ponce para modelar un chispazo. Y entonces, cual fósforo incandescente, parece hacerse la luz sobre la tiniebla de la nada.

A Madrid viene Ponce cuando quiere porque no necesita esta plaza para ser figurón del toreo, pero mal estaría este negocio si no necesitase de Enrique para crecer en poso. Torea el valenciano –dicho está mil veces de tres años para acá- como no se imaginó nunca, porque ha desarrollado la forma de aprender por no llorar, por no quedarse estancado en la sombra de su luz y escapar del adulador reflejo que le devuelve su brillo. Es un caballero Ponce, pero además tiene luz.

Cinco años. Tan sólo un lustro y cuán de cosas han pasado en su carrera. Sigue la afición, la constancia y la capacidad de un hombre que decidió ser torero y que ha demostrado hasta hoy estar en plenitud. Él, el alquimista de embestidas y condiciones que ha sido siempre, busca ahora el poso y el peso que da la madurez, el fondo en las muñecas que aporta el haber gobernado miles de embestidas y la rotundidad asolerada de quien ya no tiene nada que demostrarle a nadie. Pero, ¿lo está encontrando?

Decía José Miguel Arroyo, el Joselito moderno que cautivó por su arrolladora personalidad, que no volvería al escalafón porque no quería ser «una caricatura de lo que fui». A Enrique no le ocurre aún, pero ahora se perciben las dudas que antes jamás ofreció. Porque Ponce podrá gustar más o menos, podrá encontrar fervientes partidarios y enconados detractores, pero nadie puede negar la primacía de su figura a lo largo de tres décadas. Estuvo con Rincón, con Joselito, con Espartaco, con Capea, con Ortega Cano, con Juli, con Talavante, con Perera, con Morante, con Manzanares (padre e hijo), con Dámaso y hasta con un Soro que reapareció cojitranco unas Fallas para matar el mismo toro que él. Y, por supuesto, con José Tomás. La rivalidad entre ellos, distinta de la que tuvieron José y Juan, ha supuesto en la afición una división de vías filosóficas -nunca excluyentes- para encontrar el camino de la verdad. Pero también referentes claros para pasar por taquilla. ¿La diferencia? El de Galapagar dosifica los esfuerzos porque conoce la entrega que necesita su verdad; el de Chiva se ha echado a la espalda la necesidad del sistema y ha matado más de cien corridas en la mayoría de años que ha estado en el escalafón. Y es de todo punto imposible estar dispuesto a morir 120 veces al año…

Por eso -y por su tremenda capacidad para ver las virtudes del toro y explotarlas en su favor- ha sido Enrique Ponce, sin mácula en su hoja de servicios, más de tres décadas. Y por eso ha entrado en la historia. Pero duele -y mucho- ver que un figurón que debe irse cuando le venga en gana comienza a escuchar en los tendidos que le echan. Él lo sabe, porque es cualquier cosa menos tonto. Y comienza a meditar el futuro. Porque ya no resulta tan fácil doblegar los defectos de un animal. «Tienes que saber cuándo irte, y no esperar a que te echen», decía petit comité un figurón del toreo en la merienda de un tentadero. Y Enrique ya se ha quitado de casi todo lo que había por delante. Porque se tiene ganado el tiempecito para meditar y que nosotros lo respetemos. Pero no es menos cierto que son menos diez y todavía no ha firmado los papeles…