En la actualidad, donde parece que todo se discute en el último momento, donde la falta de planificación se ha vuelto habitual y la televisión tiene más peso que el aficionado que paga su entrada, es hasta necesario encontrar a alguien que aún valora el respeto. Roca Rey no es únicamente una figura en el mundo del toreo; también es un torero con valores. Uno de estos valores, poco entendido por algunos pero muy coherente, es su decisión de no permitir que sus corridas se transmitan por televisión si no se ha avisado con bastante antelación. No se trata de una táctica comercial, no es una peculiaridad ni una obsesión. Es simplemente una cuestión de respeto hacia quienes realmente lo siguen, a aquellos que invierten su dinero en entradas, alojamiento, viajes y tiempo.
Se ha discutido mucho -quizás demasiado- acerca de su supuesta negativa a aparecer en la televisión, con Málaga, Sevilla o Jerez de la Frontera como motivos de discusión en las últimas semanas. La verdad es más simple que eso: cuando las cadenas de televisión llegan tarde, cuando se intenta transmitir una corrida unos días antes de que tenga lugar, cuando se intenta improvisar algo que debería haber estado planeado desde un inicio, la respuesta es no. Aceptar en ese contexto sería traicionar al público que ya adquirió su entrada creyendo que esa era la única manera de ver al torero.
Y no es que Roca Rey no quiera estar delante de las cámaras. Al contrario. Ha actuado en lugares donde su corrida ha sido transmitida en vivo sin inconvenientes. ¿La diferencia? Que en esos casos se hizo correctamente (caso de Arles, que en enero, cuando se anunció la Feria, también se dijo que se televisaría; o Valencia, que a la par que salieron las entradas sueltas en el mes de febrero, un mes antes del inicio del serial, ya se dio a conocer de forma oficial que se televisaría una de las dos corridas del peruano en el ciclo fallero). Con tiempo suficiente. Con seriedad. Con respeto. Anunciando desde el inicio lo que iba a suceder, para que el aficionado pudiera decidir con toda la información disponible si deseaba viajar o quedarse en casa. Eso no es pedir demasiado. Es lo mínimo que se debería exigir en cualquier evento que se enorgullece de su tradición y seriedad.
Sin embargo, en el toreo -como en muchos otros campos- lo que debería ser común parece excepcional. Lo inusual es planificar con anticipación. Lo inusual es respetar al que paga. Lo inusual es decir no cuando algo va más allá de lo que uno considera justo. En ese sentido, la postura de Roca Rey no solo es válida, sino ejemplar. Porque demuestra que no todo se puede permitir. Que no todo se puede cambiar en el último minuto según las circunstancias. Que todavía hay quienes comprenden que una promesa, aunque sea implícita en un cartel, tiene su valor.
Muchos han hablado de la necesidad de actualizar la tauromaquia. De abrir sus puertas al público. De hacerla más accesible para todos. Sin embargo, modernizar no puede significar ignorar a quienes van a la plaza. Y hacerla accesible no debe inferir dejar a un lado a aquellos que viajan largas distancias para asistir. Porque sin ellos, sin ese público leal que adquiere boletos con anticipación, no existen medios de comunicación que sirvan. Ni toros que puedan perdurar.
La televisión, por supuesto, es importante. Pero debe ser bien realizada. Debe ser anunciada de manera clara. Debe incluirse desde el principio en la planificación del evento. Todo lo demás es improvisación. Es aprovechar la situación. En el fondo, es una falta de consideración. Así que cuando Roca Rey se opone a estas transmisiones improvisadas, no está prohibiendo nada. Está protegiendo algo. Algo que se ha ido desvaneciendo entre el ruido, pero que todavía es fundamental en esta profesión: la palabra, la seriedad y el compromiso con quienes ocupan los asientos.
Que nadie se confunda, no es un torero que se oculta, es un torero que actúa con responsabilidad. Y en estos tiempos, eso tiene un valor mayor que muchos minutos en pantalla.