Fue arrancar el paseíllo en Las Ventas y allá penas con la suspicacia de manipulación política. Una sequía de año y medio regada ahora por lágrimas que brotaban de las entretelas del alma. Una emoción que ni la distancia- 600 km de nada- ni la televisión podían apaciguar. Una (larga) espera por fin rota, ojalá con continuidad a lo menos tardar posible.
El aficionado a los toros vive un sin vivir añadido a los que ya de por sí propicia una pandemia que, si las variantes, los “expertos” y los políticos no lo impiden, parece – digo, es un decir- va camino de un final, o casi, más próximo que lo que Margarita del Val, el Dr. Carballo y otros pregonan.
Uno, el que suscribe, en sus más de sesenta años de aficionado y más de dos décadas de colaborar en medios taurinos, ha visto el esplendor, ocaso, revivir (de la mano de José Tomás) y final (de momento) de los toros en Barcelona. Y, también, cuando la ocasión y la economía lo han permitido, he emprendido ese viaje ilusionado al encuentro de los Reyes Magos que, en palabras de Jean Cau, es una tarde de toros. En estos meses terribles, llenos de pérdidas y ausencias que ya son para siempre, la llama del toreo apenas alumbró rescoldos de ilusiones en el último tramo de 2020 y ahora, cuando la primavera de 2021 ya anuncia el verano, suspendidas las primeras ferias, en incierta espera las anunciadas para lo inmediato, también en Francia, y mirando a un otoño de primaveras recobradas (Abril de Sevilla, San Isidro venteño ) el Festival de Las Ventas ha venido a recrecer el ánimo, quizás como augurio de lo que está por venir.
Se (me) temía, dando el contexto (a dos días de las elecciones madrileñas) que la primera plaza del Mundo, esas Ventas del Espíritu Santo y seña del toreo, sirviera de caja de resonancia a consignas políticas y patrioterismo de tres al cuarto. Pero no. Desde ese inicio desbordado de emociones, palpable en los toreros y en el público, todo ha transcurrido por la senda de lo que se espera de una tarde de toros, incluida ¡es Las Ventas! la devolución de sendos juampedros inválidos que abrían la lidia a pie (Diego Ventura magistral en el de rejones).
Sin opciones Ponce, sedoso El Juli, aguerrido Manzanares (en el quince aniversario de la tarde en La Maestranza en que cortó la coleta su padre), templado Perera, firme Ureña, con buen aire y capaz el novillero Guillermo García (precioso su brindis a los maestros ) más dos horas y media después – otro signo de identidad venteño- acabó un Festival para la esperanza.
Una esperanza de días de toros (una tarde de toros empieza por la mañana y acaba de noche) porque, de ser así, será también el triunfo de la vida.
Tiene el corazón razones que la razón no entiende. Yo me entiendo.