Hoy en día, es uno de los hombres más felices de cuantos visten el chispeante, pero lo sería aún más si el estoque hubiese volado certero tras sus dos faenas del pasado domingo en Las Ventas. O si lo hubiese hecho en Bilbao con aquel toro de Dolores Aguirre. O aquel otro de Valdellán que cuajó en Madrid el pasado verano. O tantas tardes de acero romo que hubiesen cambiado diametralmente el curso de su carrera. «Son muchas tardes ya las que he marrado con la espada», asegura Damián Castaño con tristeza, «pero esto continúa y en la próxima, que la habrá, no debo fallar».
A pesar de todo, esa felicidad que no se conseguiría con nada más en el mundo procede de escuchar cómo rugía la plaza más importante del mundo, que estaba casi vacía, pero se hacía oír como si hubiese allí 20.000 personas. «O eso me parecía a mí», bromea Damián para que duela un poco menos el hecho de haber salido andando. «Porque no fueron dos faenas de pelea y de coraje, sino de torear, de sentirte y de plasmar en el ruedo que sueñas el toreo que sientes. Fue tan bonito que no estoy seguro de qué faena fue mejor, estas dos o la del año pasado», señala el charro, que ya cuenta en su esportón con faenas de las que calan en Madrid que otros no han conseguido en toda su carrera. «La tarde del domingo fue más rotunda, porque fueron los dos toros», le digo. Coincide conmigo en la apreciación.
El menor de los Castaño está acostumbrado a pelear contra la adversidad. Comenzó a ser torero tan niño que lo tuvo que frenar una Ley para no tomar la alternativa siendo un imberbe. Era la perla de la Escuela de Salamanca y luego lo fue de la de Arganda, que auspicia El Juli, pero le costó llegar tras ese parón injusto, inoportuno, casi letal. En casa siempre tuvo el ejemplo de su hermano Javier, que pasó por casi todos los estados posibles dentro del escalafón mientras él se formaba. «Mi hermano siempre ha sido un ejemplo para mí, pero también un testigo para tomarle el pulso a la profesión. Siempre he sido muy consciente de dónde está mi camino, mi circuito, y ahí es donde quiero estar, porque sé que estoy en el momento de que no se escape», asegura Damián con fe. Es un hombre sensato.
Y entregado, por eso no se lo piensa a la hora de aceptar propuestas que a otros no les encajarían nunca en plazas como Bilbao, por ejemplo, donde sale el toro que más miedo da de todos cuantos pisan un ruedo. Incluso da un paso más y apuesta, como hizo cuando comenzaba el año y se empezaba a partir el ‘bacalao’. «En el mes de febrero, sabiendo ya que iba una corrida de Dolores Aguirre a Bilbao, nos ofrecimos para matar los seis», desvela el charro. «En aquel momento no encajó la idea, pero quiero reiterar mi oferta públicamente para el año que viene, después de lo que ocurrió este año». Eso, sin duda, es apostar, porque como el propio Castaño explica «nadie, que yo recuerde, se ha encerrado nunca con seis toros de Dolores Aguirre, y sería maravilloso ser el primero en hacerlo». Con un par. «Tú sí que eres un torero de verdad», le gritaban los aficionados más exigentes de Madrid cuando salía el pasado domingo de la plaza. ¿Será por cosas como esta?
Lo cierto es que la ganadería de Dolores Aguirre siempre ha estado muy ligada a la carrera de Damián Castaño, a quien la personalidad de la vacada le encanta. «Yo sé que me pueden llamar raro, pero esa ganadería me gusta mucho y me suelo entender con ella», matiza el salmantino, que denota en la voz la ilusión de quien se sabe en su momento. «No es sólo que le tenga un respeto enorme a la ganadera y a esa familia, es que tengo una conexión especial que no sabría explicarte. Ese temperamento, esa forma de embestir, esa seriedad en todo… a mi me gusta mucho». Hasta el punto de querer encerrarse con seis. Y en Bilbao. «Así, si embisten dos, sé que me tocan a mí…», bromea divertido.
Sin embargo, es su temporada lo que no es broma. Es cierto que no ha alcanzado triunfos de relumbrón -y siempre por la dichosa losa de la espada-, pero se ha ganado el respeto de cada plaza que ha pisado, y eso es decir mucho. «Ya desde el inicio en Villaseca, allá por el mes de marzo, mis sensaciones fueron distintas. Mejores que otros años, aunque no sabría explicar en qué», señala un torero que ya lleva más de una década siendo matador. «Aquella fue una corrida exigente, muy exigente para abrir una campaña, y me noté engrasado, fácil, sin costarme demasiado ir a la cara. Le tomé el pulso en seguida, y eso me ha permitido apostar siempre, porque no me queda otra. Tardes como Madrid o Bilbao son las que tienen que venir para tomar el tren que quiero y pisar las plazas que aún no he pisado».
¿Como Salamanca, por ejemplo? En quince años, el menor de los Castaño sólo ha pisado el ruedo de La Glorieta una vez, y este año no será el que corte la racha, porque no está anunciado en la feria. Al menos, vestido de luces. «Mentiría si te digo que no me da rabia», asegura con un tono de decepción notable. «Tú me conoces desde niño y sabes que llevo entrenando en ese ruedo cada mañana desde que tenía siete años, así que ver los carteles de tu ciudad, de tu plaza, y no ver tu nombre en ellos se hace muy duro. Yo sé que sólo hay cuatro corridas y que tienen que estar las figuras, pero no me resigno a que esto sea para siempre». Su tono también es de apuesta. Y no parece que esté dispuesto a perderla.