Si hay un torero madrileño que acapara toda la admiración de los aficionados -no sólo por lo que fue en los ruedos, sino también fuera de ellos- es José Miguel Arroyo ‘Joselito’, torero de toreros para los profesionales y de culto para el público más exigente. Su arrolladora personalidad y esa chulería madrileña de barrio chungo que se desprende de su forma de contar las cosas ha cautivado la atención de todos cuantos escuchan lo que tiene que decir.
Ya hemos contado en alguna ocasión que este mismo año, en el mes de febrero, Joselito apareció de repente en el Curso de Periodismo Taurino que auspicia la Comunidad de Madrid. La cara de los alumnos, sobre todo los más talluditos, fue una auténtica elegía a la admiración por un torero. Pero fue mayor su dicha al escuchar al maestro durante unos minutos en los que les instruyó sobre lo que él entiende que debe significar la labor del periodista en la fiesta. A ese respecto, además, recordó a algunos a los que tuvo que soportar «y mi opinión sobre ellos no cambió porque se hubieran muerto», según explicó.
Pero hubo, sobre todo, una anécdota que sirvió para explicar que uno no puede ser ajeno a las sensaciones que percibe a la hora de decir adiós a los ruedos. Fue en el año 2003 cuando Joselito cumplió una campaña completa por última vez, y ya por aquel entonces se habló de la mella que había hecho en él aquella feísima cogida en Nimes, en la Feria de la Vendimia de 2002. Una vez concluída aquella temporada de 2003, el madrileño decidió retirarse «para no volver, porque lo que no quería ser es una caricatura de lo que fui», comentaba.
Lo que no sabían los alumnos, ni el propio Joselito había revelado en público, es que aquel año «había comenzado a irme en Sevilla», lo cual fue una sorpresa para todos. «No lo comenté con nadie de fuera de mi familia, pero aquella tarde, con una corrida de Manolo González, sentí algo que no había sentido jamás, y era la incapacidad. El segundo de mi lote -con el que no estuve mal y hasta le corté una oreja- fue uno de esos animales que te ponen a prueba sin que se entere nadie más», narró José Miguel ante la cautivada audiencia.
«Al toro le veía cosas en la mirada que no estaba seguro de solventar, y cuando pasaba había que estar dispuesto a dar ese paso adelante que diferencia a una figura de un torero bueno», explicaba el maestro, «Y yo pude medio solventar la papeleta, pero en mi fuero interno sabía que ya no estaba para superarme ni superar mis miedos. Lo comprendí. Y ese día fue el que decidí que hasta aquí había llegado, aunque cumpliese con todos los compromisos que tenía firmados durante la temporada», desveló el torero, que terminó aquella campaña con 60 corridas de toros y cortándole las dos orejas al último toro del año, en Zaragoza, un ejemplar de El Pilar.
Sólo en una ocasión más volvió a veestirse de luces: fue en Istres, en el año 2014, cuando reapareció por un único día para darle la aternativa a Cayetano Ortiz en presencia de Morante de la Puebla. Aquella tarde cortó cuatro orejas y dos rabos -fruto de lo profundo que siempre cayó en el alma de los aficionados-, pero aquello no le hizo replantearse un regreso. «Si yo supiera que un toro me iba a atravesar un muslo de parte a parte y yo me iba a levantar y a ponerme delante sin mirarme, reaparecía mañana mismo», concluía José Miguel ante la concurrencia, «pero como sé que eso ya no va a ser así nunca, prefiero ni planteármelo…».