Resulta que en ocasiones, el cartel anunciador del festejo y lo que el público va a ver a la plaza no se corresponde con lo que, por h o por b, después sucede en el ruedo.
Hoy, sábado del alumbrado en una Sevilla que es pura luz siempre, sobre el albero maestrante tres toreros cabales y seis toros de una ganadería santo y seña de la cabaña brava, dejaron la huella de la verdad del toreo, triunfos o no al margen.
Durante la mañana las redes sociales, aún soliviantados algunos por el triunfo de Roca Rey el día antes (torero influencer, ha llegado a escribir el crítico de un diario que fue de referencia) proclamaban que Sevilla, su público y sus toros, son de plaza de tercera y exhibían fotos de algunos de los victorinos a lidiar la tarde clamando por una supuesta falta de trapío.
Los hechos lo desmintieron.
Las crónicas darán detalle de lo ocurrido, de lo vivido, de lo gozado.
Quede aquí un apunte:
Volvía El Cid a enfundarse el traje de luces, más de tres años después de un adiós que ha sido feliz reencuentro con un torero siempre fiel a sí mismo y que con la mano izquierda, su mano de siempre, bordó naturales largos y mandones. Si bien estuvo en el del regreso, mejor aún en el cuarto, que pedía un carné que Manuel Jesús tiene aún en plena vigencia.
A Manuel Escribano, pura fibra su cuerpo asaetado de cornadas, lo han dejado fuera de las primeras ferias, San Isidro incluido. Hoy ha dejado en cueros a los mercaderes del templo, toreando con cadenciosa templanza, pasmosa lentitud y soberbia verdad, a uno de victorino que embestía con entregada nobleza y profundidad excelsa. Toro y torero en una conjunción soñada.
Emilio de Justo es, desde distintos parámetros que sus compañeros de terna, otro ejemplo de superación y resistencia a los embates de los toros y las empresas. Al que cerraba plaza, tosco y reponedor, y al que tragó con emocionante determinacion, le sacó tandas por el pitón derecho (el izquierdo, imposible) que, cuando brindó al público, parecían quimera.La espada le impidió redondear lo conseguido en su primero a base un toreo que es pura sinceridad y verdad en la colocación, el trazo, la entrega.
Todo eso y más ocurrió con la necesaria colaboración (si es que de un toro se puede decir que colabora) de seis toros de Victorino Martín que, decíamos, hizo honor a su estirpe, en presencia y juego, de variados matices, con dos extremos; la dulzura y clase del quinto, premiada con la vuelta al ruedo y la fiereza del sexto.
Tres horas después del paseillo de inicio los toreros lo hicieron a la inversa entre las ovaciones de reconocimiento de un público rendido a la emoción del toreo. Cuando lleguen al hotel , al desprenderse del vestido de sedas, oros o azabaches, lo harán con la íntima satisfacción de haberlo honrado hasta el límite . Como tantas otras veces.