SEMBLANZA

Un Lozano por su cuenta


jueves 19 junio, 2025

No buscó nunca el aplauso, pero hoy se le aplaude con la fuerza de lo que se echa de menos al marcharse. Porque Manolo fue uno de esos tipos que, sin levantar la voz, sostienen el toreo en pie. Y eso no lo aprenden ni los más bravos. Eso se nace.

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Manolo Lozano. Foto: Cárdenas

Hubo un tiempo —cuando el toreo era familia y feudo, y los caminos se abrían a navajazos de nombre y de historia— en que llevar “Lozano” por apellido era más que una carta de presentación: era un salvoconducto, una forma de estar en el mundo. Pero dentro de esa saga que tejió imperios en la arena y en la sombra, hubo uno que prefirió ir por su cuenta. No por desdén ni por rebeldía, sino por convicción silenciosa. Manolo Lozano no necesitó gritar para que se le oyera.

Nació en Alameda de la Sagra, cuando el mundo todavía se escribía en blanco y negro, y las figuras del toreo se labraban con cicatrices. Aprendió el oficio desde niño, no en los ruedos, sino en los rincones donde se fragua el poder verdadero: las oficinas, los burladeros, los silencios entre contratos, y ese trato de palabra que valía más que un notario. Fue torero de vocación y empresario por herencia, pero sobre todo fue hermano —de Pablo, de Eduardo, de José Luis— y de todos los toreros que acompañó sin aspavientos.

Si Pablo fue la figura y Eduardo el arquitecto de plazas y destinos, Manolo fue el cimiento, el que sostuvo cuando las luces encandilaban o se apagaban de golpe. Nunca necesitó una portada: le bastaba con estar donde hacía falta. Era de esos hombres que arreglaban más con un café que con cien reuniones. De los que no hablaban más de lo justo, pero cuando lo hacían, la plaza callaba.

Apoderó con la misma mano templada con la que se acaricia una muleta al natural. Acordó, pactó, medió. Hizo y deshizo sin dejar grieta. Fue, en realidad, un hombre del toro, de los de verdad. De los que sabían mirar a un torero a los ojos y saber si valía la pena jugarse el invierno por él.

No buscó nunca el aplauso, pero hoy se le aplaude con la fuerza de lo que se echa de menos al marcharse. Porque Manolo fue uno de esos tipos que, sin levantar la voz, sostienen el toreo en pie. Y eso no lo aprenden ni los más bravos. Eso se nace.

Se ha ido Manolo Lozano. Y con él, una forma de hacer las cosas: sin ruido, sin pose, sin necesidad de recordatorio. Un Lozano por su cuenta. Pero siempre al lado del toreo.