LA IMAGEN

Un manifiesto al toreo eterno


miércoles 23 julio, 2025

En ese muletazo, hay algo de Julio Robles, de su verticalidad noble, de su manera de dar el pecho al toro como quien entrega el alma. Y de torear incluso tras entregarse con el acero.

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Borja Jiménez torea al natural tras estoquear al toro. Foto: Porcuna

En la tarde de Roquetas de Mar, Borja Jiménez volvió a escribir con su muleta una carta de amor al toreo eterno. En la imagen que ilustra esta columna —un natural ligado, con el estoque ya dentro del toro— no hay sólo una estampa de arte: hay un manifiesto. La silueta quieta, el brazo desmayado y el toro obediente tras la suerte suprema parecen sacados de una fotografía en sepia, de aquellas que el tiempo no olvida porque en ellas habita la verdad.

Borja Jiménez no torea por torear: torea para recordar, para rendir tributo a los grandes, para que la memoria de aquellos que caminaron la arena antes que él no se diluya en el tiempo. En ese muletazo, hay algo de Julio Robles, de su verticalidad noble, de su manera de dar el pecho al toro como quien entrega el alma. Y de torear incluso tras entregarse con el acero. Y no es casual. Borja busca —y encuentra— las reminiscencias de una época en la que el clasicismo era religión, en la que el temple mandaba y la estética se imponía con silencios. Y sus largas horas de entrenamiento en Salamanca, la ciudad del maestro Julio y donde junto a su apoderado ha venido cuajando el toreo para entrar de lleno en las Ferias, han tenido influencia al final en su toreo.

Sus faenas comienzan muchas veces agarrado a tablas, como Luis Miguel Dominguín, encajado, firme, desafiando el viento, la duda y el olvido. Desde ahí intenta construir faenas que son arquitecturas antiguas, hechas con materiales nobles: la paciencia, el valor sereno y la belleza sobria. Y en ellas hay una intención casi arqueológica: rescatar el toreo de siempre, aquel que no envejece porque nació para ser eterno.

No se trata de un revival, ni de nostalgia gratuita. Es un compromiso con el arte puro, con la verdad desnuda del toreo. Borja Jiménez no copia: interpreta. No imita: honra. Como un músico que versiona a los grandes compositores con su propio pulso, él trae al presente las notas de aquellos años dorados y las ejecuta con fidelidad y personalidad. Su empeño es claro: que en cada plaza por la que pase, el público recuerde por qué el toreo clásico es, aún hoy, la vanguardia más valiente.

Y así, en Roquetas de Mar, bajo el cielo del sur y entre ovaciones sinceras, volvió a sonar la música callada del toreo bueno, el que no necesita adornos, porque ya es oro puro. La imagen del natural queda ahí, suspendida, como un óleo vivo que atraviesa el tiempo. Porque mientras haya toreros como Borja Jiménez, habrá quien siga soñando con aquella vieja liturgia donde el toro y el hombre se entienden sin palabras.