Lo que ayer fue apoteosis hoy fue rareza. No pudo comparecer Roca Rey y en su lugar la empresa llamó a Alejandro Talavante. Nada que objetar (de figura a figura), y sí valorar positivamente el compromiso del torero extremeño que aceptó la sustitución apenas 48 has después de salir por la puerta grande de Vista Alegre, que, por cierto, aunque menor, volvió a registrar una buena entrada (crucemos los dedos a ver qué pasa el fin de semana del cierre).
Para empezar, Talavante llegó tarde a la plaza (problemas en el viaje apresurado) y eso, lo de la puntualidad en el inicio, es sacrosanto en la liturgia taurómaca, inmortalizada por García Lorca en su elegía fúnebre a Ignacio Sánchez Mejías » A la cinco de la tarde/eran las cinco en punto de la tarde».
Otra rareza- menor- el color de la camisa de Morante (que ya ha lucido en otras ocasiones,). Ese verde, similar al de las vueltas de su capote, que uno diría no es que sea el ideal del cromatismo. Rareza también que la faena de Morante a su primero, que dejó un buen puñado de muletazos y adornos plenos de sabor, hondura y arte, coronada además con una estocada a ley, no mereciera más que una ovación (en su segundo, muy esaborío, no hubo otra que cortar por lo sano, y algunos se enfadaron).
Rara no, pero sí algo sorprendente, fue la petición desaforada de dos orejas- quedó en una, – para Talavante en su primero, al que toreó con largura, temple…y pulcritud, es decir, sin posibilidad de mancharse el terno. No sé si me explico. En el quinto, similar planteamiento, pero con menor eco. De cualquier manera, el paso de Talavante por el Bilbao deja abiertas las expectativas para lo que resta de temporada.
La faena de Paco Ureña al tercero transcurrió enrarecida. No por lo que hizo el murciano y su sentimiento trágico del toreo, sino por el ruido de fondo de una trifulca en el tendido alto que mezclaba los olés con las broncas (a los del guirigay). Hubo también un momento angustioso cuando el de La Ventana del Puerto le echó mano feamente y que al parecer provocó (de la que será intervenido) una lesión que no le impidió pasear una oreja de ese y otra del sexto, un gran toro, con el que Ureña volvió a conectar con el receptivo tendido. Por cierto, Matías no tenía la mano floja.
Pese a tanta rareza (o eso pareció a quien firma) lo cierto es que, en estas tres tardes, con el cénit de ayer, los toros y Bilbao han vuelto a reencontrarse, ojalá que para siempre. O eso creo. Seré raro.