Hay divisas que mantienen un pacto secreto con Pamplona. Un idilio de peligro, verdad y memoria, que convierte la calle en un altar y la plaza en un confesionario donde el toro dicta sentencia. Cebada Gago ha firmado, a base de sustos, cornadas y bravura áspera, uno de los romances más intensos con San Fermín. Cada vez que su gualdrapa azul celeste y roja asoma por los corrales, la ciudad contiene el aliento: sabe que puede venir la gloria… o la tragedia.
Por eso no hay encierros como los de Cebada. Ni toros que dejen huella como los suyos. No hablamos solo de leyenda. Los números fríos sostienen la fama caliente de esta divisa en Pamplona: desde 1985, año de su debut sanferminero, los cebadas han corrido más de 30 encierros, sumando casi 60 heridos por asta de toro, lo que la convierte en una de las ganaderías más corneadoras del ciclo.
También llevan en su sangriento currículum una muerte en el encierro, aunque no fue exactamente por asta de toro: el 8 de julio de 2003, durante el segundo encierro, Fermín Etxeberria Irañeta, de 63 años y natural de Pamplona, sufrió una caída en el tramo de Mercaderes, empujado por el toro ‘Castillero’, lo que le provocó un fuerte traumatismo craneal. Permaneció ingresado en coma en dos centros hospitalarios de Pamplona y falleció el 23 de septiembre de ese mismo año.
Pamplona no olvida. Y por eso respeta tanto a Cebada: porque aquí no hay trampa ni cartón. Sale lo que sale. Y a veces sale la verdad más dura. Como sucedió en estos casos:
‘Liebre’ (2005): el pequeño gran monumento
Aquel 13 de julio de 2005, Pamplona recibió con sonrisas a un toro que parecía una broma: ‘Liebre‘, apenas 480 kilos, chico hasta para plaza de tercera. Lo miraron con cierta sorna, como quien observa un becerro revoltoso. Pero en el encierro voló, noble y limpio, sin un rasguño, como si no quisiera romper la magia de su propio cuento.
La sorpresa llegó por la tarde, cuando sacó un genio correoso, midiendo los engaños, quedándose a mitad de viaje, obligando a El Fundi a tirar de oficio y a tragar saliva más de una vez. Pamplona terminó por ovacionarlo al arrastre, mitad por el respeto ganado, mitad por la ternura de ese cuerpo diminuto que en el fondo fue un león disfrazado.
‘Cepillero’ (1999): el que sembró el pánico y fue rey

Si hay un nombre que todavía pone los pelos de punta en Pamplona, es el de ‘Cepillero‘. Corría el año 1999 cuando este toro hizo un encierro que fue puro caos: se descompuso la manada, volaron mozos por los aires, hubo hasta siete heridos por asta -dos de ellos bastante graves- y el recorrido se convirtió en un campo minado.
En la plaza, le tocó a un jovencísimo Juli, que por entonces venía a comerse el mundo. ‘Cepillero’ embistió con esa fiereza bruta que no obedece a nada ni a nadie, punteando los vuelos, buscando siempre la pierna. Fue un toro que exigió mucho y regaló poco, pero que se marchó entre palmas respetuosas. Porque Pamplona sabe diferenciar la mansedumbre del peligro auténtico, y lo premia.
‘Aguafiestas’ (2010): el que rompió el ánimo de toda una mañana
El 11 de julio de 2010, ‘Aguafiestas‘ hizo honor a su nombre como pocos toros han hecho. En el encierro dejó la escena más escalofriante de aquella década: prendió a un mozo en Estafeta y lo llevó metros colgado del pitón, arrancando gritos y oraciones. Fue uno de esos días en que San Fermín se pasea de puntillas, sin querer mirar demasiado, pero dejando su capotillo por lo que pueda pasar.
Por la tarde, se topó otra vez El Fundi con un cebada difícil, de esos que se quedan cortos, que tardan un mundo en decidir si van o no, y casi siempre prefieren no ir. No humilló ni un ápice más de lo necesario, y obligó al torero a justificarse en cada cite. Al final se fue entre ovaciones, quizá por el respeto que impone el toro que te enseña que aquí, en el toreo, todo está por escribir hasta el último pase.
‘Velador’ (2004): el cebada que permitió abrir la Puerta Grande a El Fundi
Pero sería injusto contar la historia de Cebada Gago en Pamplona solo por el filo del miedo. Hubo toros que sacaron su mejor versión y dejaron triunfos memorables. Como ‘Velador‘, lidiado el 12 de julio de 2004, que le permitió a El Fundi cortar una oreja tras una faena sobria, templada, llena de oficio y valor sereno.
Fue un toro pronto, con transmisión, que rompió a embestir con franqueza y permitió al madrileño sentirse torero, firmando tandas profundas por el derecho. Pamplona se volcó y la oreja fue unánime -tenía otra del toro anterior-, demostrando que el riesgo con Cebada no siempre se paga solo en sustos: a veces también regala gloria.
‘Licenciado’ (1996): el toro que bordó la faena para Juan Mora
Y cómo olvidar a ‘Licenciado‘, lidiado el 9 de julio de 1996 por Juan Mora, que tuvo la suerte de encontrarse con un cebada que rompió para bien desde el capote, galopando con temple, entregándose en el peto y luego metiendo la cara con largura en la muleta. Fue un toro bravo y claro, que permitió al extremeño dibujar naturales largos, relajados, de mano baja, esos que parecen quedarse flotando en el aire un segundo más.
Pamplona vibró, y aunque el premio solo fue una oreja, la sensación fue de haber visto algo grande, verdadero. De esos toros que reconcilian a la afición con la dureza de la divisa, porque demuestran que en Cebada, a veces, la moneda también cae del lado de la seda.

Podríamos hablar también de decenas de cebadas sin nombre de cartel pero con memoria colectiva, que partieron en dos el encierro, sembraron estampidas o metieron la cara con fiereza en la muleta. O que simplemente dejaron estampas imborrables: esa mirada fija, ese gañafón seco, esa arrancada que parece salida del pozo oscuro del miedo.
Porque con Cebada nunca hay garantía de triunfo, pero siempre hay garantía de verdad. Y Pamplona, que tiene más afición en un solo mozo que muchas ferias enteras en un mes, entiende eso mejor que nadie. Cada vez que un cebada sale del corral del Gas, la ciudad retiene el aliento. Algunos vienen a ver carreras perfectas, toros galopando en formación, faenas largas y orejas que llegan sin más. Pero los que aman esto de verdad saben que el toreo necesita de estos toros que pueden arruinarte el sueño en un segundo, porque ahí vive la emoción pura.