JAVIER FERNÁNDEZ-CABALLERO
Esta noche sale a la calle la devoción de
Sevilla bajo palio. A las doce en punto se abrirán las puertas de la Basílica
para que la Hermandad de la Macarena, un año más, pueda cumplir su promesa de
visitar Sevilla y su catedral durante la Madrugá del Viernes Santo. En su saya
irá la pluma que recuerda que un torero, «Gallito», se fue para
siempre ataviado de Esperanza y oro.
Miles de fieles se agolparán a esa hora a las
puertas del célebre templo para que, entre Sentencia y Centuria, aparezca la
devoción de Andalucía doce meses después a visitar su barrio. La histórica
Corporación está íntimamente ligada al mundo taurino, pues la narración de su
historia se trata la de un libro abierto con un sinfín de páginas taurómacas en
su interior. Desde Ignacio Sánchez Mejías, Eduardo Miura –fue Hermano Mayor de
la Corporación-, Pepín y Rafael Martín Vázquez o más actualmente Dávila Miura
han exteriorizado su pasión por la Esperanza. Pero, sin duda, si un torero
llevó su nombre a todos los rincones a lo largo de su vida , ese fue
«Gallito».
Si dijera que es taurina la saya de la
Esperanza; si abriera de par en par sus tímidos bordados para imponer el orden
que su padrino Joselito trajo al mundo; si la pluma que sostiene volviera a
incrustarse en la gracia de un torero que, de Sevilla para el mundo y de Gelves
para la Fiesta, cambió el rumbo taurómaco de la historia siendo él mismo el
propio oro que tintaría la edad más áurea de aquella bonita etapa; si volviera
la Esperanza que de los años veinte a la actualidad ha sido pilar indiscutible
de generaciones por espera persistente y espera de elevada aspiración humana.
Si dijera que es taurina la saya de la
Esperanza; si abriera de par en par sus tímidos bordados para imponer el orden
que su padrinoJoselito trajo al mundo; si la pluma que sostiene volviera a
incrustarse en la gracia de un torero que, de Sevilla para el mundo y de Gelves
para la Fiesta, cambió el rumbo taurómaco de la historia siendo él mismo el
propio oro que tintaría la edad más áurea de aquella bonita etapa; si volviera
la Esperanza que de los años veinte a la actualidad ha sido pilar indiscutible
de generaciones por espera persistente y espera de elevada aspiración humana.
Es la devoción de toda una ciudad, es la
semilla de un barrio romano que depositó en ella la belleza más abismal de las
entrañas de Hispalis. La ciudad que, por gracia o pena que derroche su imagen,
siente le pertenece, que es signo y seña de la parte más solemne de lo popular.
Así lo entendió «Gallito».
Ni su infranqueable capacidad de ordenamiento
litúrgico de la Fiesta, ni la proeza innumerable de ser el pilar dorado de una
época enquilatada en José y Juan, ni la rivalidad con el propio Pasmotrianero,
ni siquiera el tejemaneje de hacer de la tauromaquia una Fiesta digna de lo que
hasta entonces se consideraba basta tradición con meros resquicios artísticos.
Ni siquiera eso. Tan sólo su pasión por la Esperanza.
Cada Madrugá reitera esa proeza cuando la saya
porta en pos de sí la pluma dorada ¡de gallo! con la que la caballerosa Sevilla
condecoró a su devoción capital tras la trágica muerte del torero en 1920. No
era para menos: la «camaronera», las cinco «mariquillas»
parisinas –característica singular de de la talla desde entonces-, los
festivales maestrantes organizados por el mismo Joselito o el atuendo mariano
«de gloria» que el torero le traía desde América hacían que
«Gallito» tratara a la Macarena como si de su Madre física se
tratara. Es la fe a la imagen que da nombre a la ciudad de la Esperanza.
Tremendo debió ser ver pasear aquel ángel por
la Sevilla de principios de siglo; tremendo debió ser su olor a torero;
tremenda su vestimenta, verlo ataviarse como nadie lo hacía y torear como nadie
lo había hecho hasta el momento; tremendo debiera ser observarle rezar a su
Macarena; verlo andar con ese señorío acomodado mas embriagado de la humildad
de los grandes; debiera ser torero de pies a cabeza. Debiera ser Gallo y
Joselito.
Hizo de la Fiesta lo que no era hasta su
momento y llevó su toreo revolucionario al patrón del toreo en la historia.
Tuvo personalidad para afirmar y negarse, para asumir las Monumentales y para
decir que iba a Talavera porque era su vocación la que le exigía esa
obligación. Y he mencionado Talavera: la única ocasión en la historia en que la
Esperanza Macarena hubiera sido ataviada de luto por manos de Rodríguez Ojeda
sería tras el destino trágico de aquel mayo atronador. La que ríe y llora su
pena había quedado huérfana en tierra del toreo eterno de Joselito. Fue
entonces cuando López Alarcón condecoró a la Esperanza Macarena con una de las
composiciones poéticas más bellas de la historia de la Semana Santa:
Ven, pasajero, dobla la rodilla,
que en la Semana Santa de Sevilla,
porque ha muerto José, este año estrena
lágrimas de verdad la Macarena.
«Gallito», José el de Gelves, el que
en la calle Resolana lloró porque su Esperanza estaba cumplida en la Hispalis
más romana; José el de la lidia, la figura de la historia, el que con señorío
de donjuán –pero sin amores- andaba como el más grande; sí, José, sin el
«lito», que para eso está «Gallito», ese mismo dijo que
echáramos la vista San Gil…y a la pluma que sostiene su Esperanza.