CULTORÍZATE

Una historia bien sencilla


domingo 3 enero, 2016

Les quiero contar una historia sencilla, quizá ingenua, es mi riesgo, pero les aseguro que llena de la ternura, la poesía y el romanticismo

Les quiero contar una historia sencilla, quizá ingenua, es mi riesgo, pero les aseguro que llena de la ternura, la poesía y el romanticismo

FRANCISCO BELMONTE

Les quiero contar una historia sencilla,
quizá ingenua, es mi riesgo, pero les aseguro que llena de la ternura, la
poesía y el romanticismo con el que sólo un viejo colmado de tiempo y aventura
le habla a un nieto que mira con los ojos abiertos de par en par mientras
siente la seguridad y la grandeza de un hombre que no se quiere dejar acabar.

Yo fui torero, chaval… Nunca lo olvides. 
Ambos están a los
pies de una plaza ya vieja y algo destartalada mientras se refugian del
invierno en esos muros que guardan historias de glorias y leyendas, de
tragedias y fracasos, de gestas que evocan a toreros geniales que vivieron
vestidos de luces tardes que tampoco podrán olvidar.
El niño lo mira
deslumbrado e inquieto y sigue atado a su mano para no dejarlo ir. Sabe que esa
es la historia que nunca se cansa de contar, la de aquella tarde en la que
sintió el poder sobre sus manos cuando una fiera negra lo quería matar.


- Cuéntamelo otra
vez abuelo. Por favor cuéntalo. Nunca me canso de escucharlo.


- Otra vez no. Ya
es tiempo de regresar.


- Por favor abuelo, sólo una vez más…


El viejo se yergue
sobre su figura. Aún le queda parte de aquel orgullo reservado a los héroes y a
muy pocos mortales más. Se recompone, se siente y empieza a narrar…


- Yo toreé tras
esos muros que ya tienen tanto tiempo y aventura como yo. Y viví la misteriosa
gracia-de-dios que diluye su bohemia por capricho en una imprevisible tarde de
toros que guardo en lo más hondo de mi corazón. Tú me entiendes, ¿verdad hijo?


- Abuelo, no.


El viejo, lento,
cansado encuentra un trapo y con la yema de los dedos, con la suavidad del que
ama, comienza a torear.


- Mírame hijo. Así venía el animal y le di
un natural, y otro y otro más, y una trincherilla que hizo remover sus almas.
Yo lo noté. ¡Cómo rugía la plaza!. No te haces idea de cómo sentía esa gente,
de esos oles roncos que yo notaba salidos de sus entrañas. Aquella tarde fue
muy grande, hijo. Quizá ahora nadie lo creería.


El crío mira atento
y extasiado. El abuelo sigue hablando.


-Te lo voy a
explicar porque esto es lo más grande que nunca sintió mi corazón. Yo le vi los
ojos a la muerte y de ella me reí. Con esto sólo, no te equivoques chaval. Yo
me sentí el hombre más grande del mundo cuando giraba alrededor de esa vieja
zorra que quizá ahora me ronda y de la que seguro no voy a poder escapar.


El viejo sigue
acariciando con naturales hondos la mirada del niño al lado de unos muros viejos
y llenos de surcos como él. 75 años no es poco tiempo para los dos. Nacieron
allá por 1935 y ya cuesta explicar y cuesta recordar. Pesa el ánimo aunque esa
bohemia que le hizo removerse el alma en otro tiempo aún le hace temblar


- Pasaste miedo
abuelo.


-
No, quizá al entrar


– Dice papá que los toreros lo tienen pero
lo saben vencer.


Se hace el silencio. Unos segundos después,
con lagrimas en los ojos, el viejo dice… 
- Aquí se muere de
verdad. El miedo es serio y verdadero, pero también la sabiduría, y el valor, y
la belleza y la entrega a una pasión…Porque el toreo te pone ante tus ojos
incrédulos la esencia misma del hombre y su condición terrenal, y te hace dios
y te muestra al mundo tal cual es en la embestida de una fiera enloquecida
apaciguada en los vuelos de un simple natural.


– Abuelo, eso no lo
entiendo.


- Hablaba para mi, hijo. Los toreros somos
gente rara.


– Abuelo, ¿Por eso te llaman Juncal?