MARCO A. HIERRO
Habían pasado muchas cosas en aquella Feria de El Pilar del año 2011. Había llegado el drama de Padilla unos días antes para encoger el corazón de la sociedad, se habían firmado faenas de calidad y hasta de épica bien entendida, pero no fue hasta el final cuando llegó la gran obra, la conjunción de planetas.
Había firmado Alejandro Talavante una de sus temporadas más rotundas. Había llegado a Zaragoza después de cincelar, por ejemplo, la faena histórica de Cervato en Madrid para conquistar el corazón y el respeto de los públicos más variados. Y allí, en el ruedo de La Misericordia, en la última feria de primera, el extremeño se encontró con Esparraguero, un jabonero de Cuvillo bravo como un tejón. De los que te saca el bofe. De los que descubre las casualidades. Un toro de pura entrega que exigió al menos tante entrega de Alejandro como estaba dando él.
Y así se escribió una de las páginas más emotivas y bellas del toreo en el coso de la calle Pignatelli. Esto fue lo que ocurrió en Zaragoza.
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