Campanear es un bonito verbo que se da en la tauromaquia y que suele hablar de poder en el toro y de espectaculares tercios de varas. Campanea un bóvido al penco cuando lo levanta en vilo con la fuerza de sus riñones, cogiendo a montura y montado por debajo del estribo. En varias ocasiones se vio campanear a la cuadra en una tarde venteña de toro grande. Ande o no ande.
Cierto es que la procedencia Aldeanueva de Pedraza da un toro de mucha caja, amplio de pechos, largo de lomo, generoso de carnes y alto de cruz. Así eran los seis pedrazas que salieron al ruedo, y los seis fueron carne de peto por espectaculares en varas. Y no cualquier tercio; casi todos empujaron con los riñones tocando arena, los pitones bajo el faldón y los cuartos traseros empujando por debajo. Así lo hicieron primero y cuarto para quedarse a pelear. Así lo ejecutó también el quinto, tal vez el de más clase, para romperse un rato largo hasta que lo sacaron de las faldas. Carne de peto, que no de franela.
No creo que a estas horas estén satisfechos los Uranga con el encierro lidiado. No creo que lo esté José Ignacio Sánchez, que sabe cómo es su toro; el que tiene y el que quiere. Ahora bien; tuvo perfil de apuesta el musculado primero, toro por todas partes, para que le indagasen en la largura. El problema era que para ello había que tragar la cara suelta y una intención hacia adentro que no está al alcance de cualquier bragueta. Una vez le dejó Castaño el trapo con cierta fe en la porfía, y llegó a rugir Madrid. Distinto rugió después, cuando chiflaron con saña la retirada de Castaño tras despenar al negro cuarto, una prenda con poder en los riñones. Le faltó gobierno al primero y de empleo careció el cuarto; los dos únicos que duraron de un encierro zambombón.
El que debió haberlo hecho fue el que le volcó la cara a Del Álamo en verónicas de buen encaje y suelta muñeca, tanto en el saludo como en el quite, pero el rato que pasó bajo el peto le pasó factura al toro, al torero y a la afición. Al tercero, que sacó ritmo y entrega en el primer tercio, le sopló Paco María un puyazo preciso y le levantó el palo para no dañar. Aún así le costó caminar al toro cuando la diestra de Juan le amarró el belfo al piso, le giró talón y le ligó cinco y el de pecho en la tanda más redonda de cuantas cantó Madrid esta tarde. Pero allí se juntaron exigencia y entrega, y allí murió también el fondo que sacó el toro, que ya no sirvió para más. Una serie profunda, un par de ellas valerosas y una más porfiona no fueron suficiente argumento para transformar los pañuelos en oreja, y allí murió la racha de Juan.
Murió también, con el sexto, la ilusión de Paco Ureña por que le viera Madrid. Valeroso el murciano, empeñado en asentarse y trazar, en no amontonar muletazos y en enseñarse sereno. Empeñado en exponer hasta la temeridad, llevándose dos puntazos en una fea cogida y alargando la agonía por demás cuando se le paró el cierraplaza. Buscaba la redención Paco sin material para ello, y eso impacienta a Madrid.
Un Madrid que mide mal cuando no hay conexión con el ruedo, aunque sea porque la carne se quedó blanda en el penco. Un Madrid que hoy vio volumen y, al menos, tres buenos puyazos. El mejor, el único que pegó Tito Sandoval, que levantó el palo con el cuarto empujando sabiendo que se iba al suelo. Pero el cuarto de hora que tardó en levantarse el penco terminó por dejar a tendido y ruego separados por la desconexión.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Las Ventas, Madrid. Feria de San Isidro, quinta de abono. Tres cuartos de entrada.
Seis toros de Pedraza de Yeltes, grandones, altos y con romana. De largura informal el primero; desclasado y sin humillar el segundo; con ritmo y entrega muy a menos el tercero; una prenda el cuarto; de clase roto en el caballo el quinto; deslucido y sin calidad el sexto.
Javier Castaño (nazareno y oro): silencio y pitos.
Paco Ureña (marino y oro): silencio en ambos.
Juan del Álamo (blanco y plata): ovación tras aviso y silencio.
FOTOS: LUIS SANCHEZ OLMEDO