TEXTO: JAVIER FERNÁNDEZ-CABALLERO / FOTOGALERÍA: LUIS SÁNCHEZ OLMEDO
Eugenio de Mora es como las estampas de Jesucristo que las abuelas llevan en las carteras: un amigo que nunca falla, porque aunque el negocio taurino ya no le eche cuentas a un tipo no estético, afincado en el desierto manchego, al que le gusta perderse con sus galgos por la España vaciada y que es mucho mejor torero de lo que la oreja de hoy en Madrid predicó, Eugenio nunca le falla a Las Ventas.
Dieciséis orejas lleva cortadas por estos lares el hombre que en los últimos cinco años ha cortado los cinco despojos que valen los contratos que ha firmado y que, aunque le ha costado dos años volver a esta Feria –después de que dos barrabases del mismo hierro le impidiesen cumplir su promesa en su última tarde venteña-, sabía que nunca fallaría a la afición.
Tardes de sudor y de sangre ha vivido especialmente en Madrid, tardes que le han servido para fabricar lo que sueña. Dos veces a hombros de novillero y otras tantas de matador tiene el moracho, que gasta regusto para trazar y valor para hacérselo al malo. Más que al malo, al medio, el que no termina nunca lo que empieza porque siempre le falta un matiz. Como el repetidor sexto de hoy. Porque no terminaba de entregarse el motor duradero de un toro que en otras manos no hubiese sido así. Y es que el algodón de la veteranía nunca engaña.
Que cuarenta y cuatro tacos dan para unos pocos tragos pasados y el currado de Eugenio lo sabía cuando al sexto le sopló seis tandas con la ligazón de quien sabe aguantar, con el poso de quien sabe esperar el viaje y con el gusto de quien saber llegar al tendido. Por eso llegó. Y el tipo alto de Mora le sopló un zambombazo con la espada que, de no ser por la bravucona condición del toro, lo hubiese tumbado a la primera. Pero se tragó la muerte el animalaco y supo también esperarla el toledano.
Dos toros más le tocó matar a Eugenio en una corrida en la que el sexto salvó del saldo ganadero a Fidel San Román. Dos toros más por el hule de Ritter, que en su primero dejó estampa de voluntad ante lo poco bravo que tenía enfrente. La mala suerte le vino a visitar en el quite por chicuelinas al cuarto tan sólo 24 horas después de la conmoción con Román en ese mismo lugar…
Sabe Francisco José Espada que el arma de la quietud es su único escudo cuando sus toros no aprietan; le quedó claro el 2 de mayo con lo de Pereda, más que el agua lo tenía hoy en el patio de cuadrillas con los de El Ventorrillo. Y más quieto que la sota de bastos se quedó el de Fuenlabrada, que trazó con valentía y ligó el toreo con verdad. Pero no le funcionó el apellido que profesa, y ese rayón le hizo perder el fruto.
Hoy fue para Eugenio el premio de todos los años, para Espada el respeto de quien se curró su quietud y para Ritter el hule de un San Isidro que ya es como el verano del 59: sangriento.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Las Ventas. Vigésimo octava de la Feria de San Isidro. Corrida de toros. 11559 espectadores.
Toros de El Ventorrillo.
Eugenio de Mora, silencio tras dos avisos, silencio y oreja en el que mató por Ritter.
Sebastián Ritter, ovación tras aviso y herido.
Francisco José Espada, silencio tras dos avisos y silencio tras aviso.