Si comenzaban las corridas a pie con un imponente encierro de Jandilla dando lustre a un tío que se jugó la vida para fomentar la salud de San Fermín, la penúltima de feria le sacó los colores a San Enfermón el día en que la fiesta confirmaba un nuevo atropello por donde acaba Europa. El día que un enjuague político tiene los santos cojones de decirle a Tomás Entero que le pagarán la indemnización pero no dará toros en Coruña sale una corrida de indecorosa presentación a la feria con más salud del planeta toro para confirmar que no sólo no ayudamos desde dentro; si nos interesa, iremos a la contra.
Todo ello independiente de los méritos contraídos con el trapo en la mano. Que El Juli es un portento de capacidad lidiadora, que conoce los dos hierros que salieron hoy hasta mejor que el propio ganadero y que es un figurón del toreo porque piensa antes de que los demás despierten es un hecho consumado. Y con esa política de hechos consumados rascó fondos esta tarde para consentirle a los dos que enlotó; el toraco pasador sin gran clase, carne de cañón para que un superdotado le corte una oreja, y el torete de vergonzosa presencia al que le limpió los pitones ensangrentados para que llegase con la carrera a donde no llegaban sus inexistentes puntas. Una oreja les cortó a ambos, la que le daba acceso a una puerta del encierro que los ve pasar habitualmente con mucho más trapío para que San Fermín no se convierta en San Enfermón.
Para que eso suceda no debería salir en Pamplona un Boticarillo como el tercero de hoy, al que su díscolo comportamiento no mermó sonrojo a su escasa entidad. Con él se puso serio un Perera que estos se los merienda de dos en dos; por eso es figura del toreo. Y por eso le da a probar los muslos al sexto, cuyo problema no fue la entidad, sino la falta de fuelle para tanta entrega. Perera es tan de verdad que no se reconoce entre las mentiras. El pulso privilegiado del extremeño es ya, a estas alturas, historia de la tauromaquia, pero mal la defenderemos -y este es uno de los que siempre está para esa defensa- si no tenemos claro que una figura del toreo debe pasar los atragantones que todos en determinados sitios. Y el primero es Pamplona. Y si no estamos dispuestos, con no ir, todo arreglado. El toro de cada plaza podrá criticarse o no, pero hay que tragar con él u olvidarse de la plaza.
Va a resultar complicado que Pamplona olvide pronto a un Padilla que derramó aquí su sangre para más gloria del cuerpo, y que se entregó por entero al cariño y la admiración que desde aquí se le profesa. Va a resultar complicado que se olvide esa simbiosis entre un torero comprendido y una plaza comprensiva, sensible y buena con los valores mostrados; pero no ha sido el de este año, con los avíos en la mano, el Padilla feliz y boyante que paseó por el ruedo las dos tibias y la calavera en son de triunfal actuación. Se va Padilla de su feria sin cortar oreja alguna, y dieron opción para ello los cuatro que mató. Habrá que pensar muy en serio si quiere recordar San Fermín disfrutando de su bien ganado retiro antes de que llegue San Enfermón.
Porque San Enfermón no está en los que vienen de frente a salpicarnos de improperios, ni en los cuatro que se juntan para que no gobierne uno. San Enfermón menea el rabo, cual Satanás, cada vez que un taurino piensa tras su fechoría: «Si no pasa nada». Muchos de ellos tendrán cuartos valederos para que coman sus hijos y nietos, y algunos hasta dan ya por muerta la fiesta que los hizo multirricos. Pero si no respetamos a San Fermín, no nos pillará a cubierto el marrazo de San Enfermón. Y el último, dicho está, que apague la luz.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Pamplona. Feria de San Fermín, séptima de abono. Lleno en los tendidos.
Cinco toros de Domingo Hernández, desiguales de presencia y trapío, con dos vergonzosos toros que saltaron tercero y quinto. De gran ritmo y repetición el asador primero; pasador con movilidad sin clase el segundo; áspero y díscolo el informal tercero; feble con fondo el indecoroso quinto; de escaso fuelle para tan buen fondo el sexto. Y uno de Garcigrande, cuarto, bravo, codicioso y emotivo.
Juan José Padilla (grosella y oro): vuelta y silencio.
El Juli (azul pavo y plata): oreja y oreja.
Miguel Ángel Perera (marino y oro): oreja y silencio.
FOTOGALERÍA: EMILIO MÉNDEZ