El algodón no engaña, o eso nos hacían creer en un
anuncio publicitario de una conocida marca de productos de limpieza, pues bien,
es totalmente cierto. Hoy llegaba Alberto López Simón a Madrid tras su
épica tarde del 2 de Mayo. Llegó
como sólo hacen los que saben que tienen la moneda, con caminar despacioso y
mirada al frente.
Tuvo dos toros que no pusieron
nada fácil su puerta grande. A su primero un colorado que parecía todo menos un
toro bravo le expuso en el capote, meció con cadencia y templanza al animal en
un quite que sólo hacia avisar de sus intenciones. Faena de muleta de torero
poderoso, encajando zapatillas, valor seco y sereno. Faena de peso ante un toro de movilidad
engañosa, trasteo de tragar y soltar muñecas.
Lo ve clarísimo Simón, vive un momento de una madurez
enorme, y eso se refleja en la plaza. Sereno, con la cabeza fría y el corazón
caliente estuvo toda la tarde, sabía que Madrid estaba con él, pero tenía que afianzar los cimientos del pasado 2 de Mayo.
En su segundo se inventó una
faena más propia de un mago que de un torero. Animal altón, de embestidas siempre
por encima del palillo, sin un ápice de casta ni clase, pero el de barajas lo vio
claro desde el principio, nunca se dejó tocar la muleta. El de las Ramblas ayuno de raza vio como el
torero le ganaba la partida. Faena de un valor enorme, expuso su vida ante un
animal que nuca quiso pelea, venía dispuesto a triunfar a toda costa. Tras un
pinchazo y una estocada Madrid quiso premiarle con la oreja que le abría su
segunda puerta grande en un mes, tocaba el cielo Simón, cielo que se había
ganado por méritos propios.
El algodón no engaña, cuando un torero sabe de sus condiciones y lo ve
claro no hay manso que pueda con él.