Como el cocido de la abuela. Así fue la corrida de Fuente Ymbro en el segundo día de feria. Meses esperando degustar las viandas, noches de baba en la comisura de los labios mientras sueñas con la sopa, los garbanzos, el chorizo y el morcillo. Qué bueno está el cocido de la abuela… Cuando no se pone del revés la mesa del banquete y se nos indigestan hasta los rellenos por querer pegarnos el atracón.
Le repetirá el chorizo de la abuela esta noche a Paco Ureña, que se soñará mucho tiempo con la llegada galopona y brava de Agitador rebozándole el lomo blanco por el punto de la talega. Chorizo picante y sabroso, de perfecta estampa para la mejor mesa, y esa se servía hoy. Pero ya le había entrado por los ojos a los comensales el bravo toro en el tremendo puyazo con que lo saludó Pedro Iturralde, reduciendo la arrancada de raza con una vara en la yema que levantó a la plaza entera. Precioso tercio el de varas, con uno bravo de verdad… y otro muy bravo a caballo. Había entrado por el ojo el cocido de la abuela, pero se le fue indigestando a Ureña cuando le faltó el resuello.
Porque te sacaba el bofe el incansable embestir, la humillada entrega que buscaba el fleco casi sin dar tiempo a reponerte del esfuerzo anterior. Una, dos, tres veces, y demandaba trapo el enclasado toro, que se iba tres mundos más adelante del vaciado cuando se lo echaban con fe. Toro de reventar Madrid, de volver loco al hemisferio norte, de contagiar la alegría en forma de profundidad arrancádose el corazón del pecho. Y quiso hacerlo Paco cada vez que presentó el trapo, pero había llagas en la boca hoy para comerse el cocido, y no encontró la colocación perfecta de siempre para cuajar al buen toro. Claro que hubo muletazos buenos, faltaría más cuando hay un buen torero en la plaza. Pero faltó conjunción para ser tan bravo como puro. Y faltó espada.
Fue más de garbanzos la indigestión de El Payo, que dejó con el tercero, tal vez, los cinco mejores naturales que haya pegado este año, pero llegaron treinta pases tarde, cuando ya se estaba rajando el castaño embestidor. Tiene valor el mexicano, y pulso cuando se toca el alma, pero quiso reducir a ese pagando con doblones la movilidad enclasada en un inicio a la contra. Al otro, el sexto, lo maltrató la cuadrilla antes de tocar a muerte. Fue ese el tocino del cocido, que ya se untaba en el pan cuando la humillación enchispada le regaló seis pasadas y media en las verónicas del saludo. Por eso ya estaba frío cuando se quiso comer Octavio la calidad del manjar.
A César Jiménez le tocó pringar primero en el cocido de marras. Educado él, limpio y pulcro en formas y fondos, se sirvió poco de inicio para que no le faltase a los demás, y el reparto en cuestión lo dejó con hambre donde a otros le repitió el condumio. Pechó el de Fuenlabrada con el rajado primero de calidad intuida y con el aplomado cuarto de imposible transmisión. Con ambos anduvo perfecto en estructura y ejecución, pero se fue en silencio. Tal vez se arrepienta ahora de no haberse servido una tajada más.
Satisfecho estará el ganadero, que puso el cocido en la mesa buscando estrella Michelín. Y hoy cantará todo el mundo la bravura de uno, la calidad de otro, la clase del de más allá, todos ingredientes perfectos del cocido de la abuela. Y, con estos, comemos un año más…
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Las Ventas, Madrid. Feria de San Isidro, segunda de abono. Tres cuartos de entrada en los tendidos.
Siete toros de Fuente Ymbro, serios de presencia, distintos en el tipo y disparejos de comportamiento. Soso y sin transmisión, el rajado primero; enclasado y fijo el bravo y
buen segundo, ovacionado en el arrastre; devuelto el tercero por flojo; fijo y bueno el
castaño tercero bis; aplomado y sin vida el cuarto; con calidad sin
ritmo el humillado quinto; con calidad muy a menos el maltratado sexto.
César Jiménez (esmeralda y oro): silencio tras aviso y silencio.
Paco Ureña (ciruela y oro): silencio tras aviso y silencio.
Octavio García El Payo (caña y oro): silencio y silencio.
FOTOS: LUIS SÁNCHEZ OLMEDO