El país de los ciegos, en el toro, se sitúa en un lugar donde todo se viene -o lo hacen- a la contra, donde negrean las circunstancias para enguarrar el final feliz y suele salir el pagano de la frontera sin recordar casi nada de lo que allí se vio. Excepto cuando hay un tuerto o dos, porque saben usar su ventaja para rentabilizar estas tardes.
Así se desarrolló la tercera de feria en Santander, con un cielo encapotado que aseguraba lluvia, una sustitución que garantizaba la devolución al que no se quisiera mojar, un remiendo de Los Bayones para certificar que se lidiase la escalera de Ana Romero y una jornada desapacible que desembocaba en tensión cuando rompió el paseíllo. Terreno abonado para ser país de ciegos con marco gris cuando se cambiaban sedas por percales.
La vida dio que había dos tuertos en el cartel para dejarle a la tarde mejor fondo en el sabor de boca. Con distintas armas y situaciones, con desigual pasado entre los dos, pero agradable futuro. Porque salió en hombros Manuel Escribano después de cortarle una oreja a cada cárdeno con inusitada facilidad, dado su oficio, y paseó un trofeo José Garrido por apretar los dientes para gritarle al sistema que le corta los pies para que no crezca. No costó lo mismo cortar un trofeo que otro, pero valieron igual.
A un toro bondadoso, obediente y feble le cortó Escribano la primera por consentirle la media altura a la que se desplazaba el animal para repetir. Preciso y sutil para embarcar al natural, rayó a buena altura con el pulso que demandaba el cárdeno hasta construir un trasteo sin apreturas pero bien estructurado. A un quinto de buen fondo, al que la falta de raza de otorgaba ariscos los ademanes, le cortó la segunda. Fue el izquierdo el pitón del toro, sabiendo apretarle lo justo para que no se afligiese y comenzase a protestar. Molinetes y más artificios en el final, con el toro exprimido, dejaron en suerte la puerta grande que certificó la estocada tendida. A ambos les pescó entre la medianía un tuerto hoy en estado de vidente.
El otro tuerto, Garrido en los carteles, se llevó un despojo del sexto porque la espada se lo impidió con el tercero, pero ni uno ni otro tuvieron voluntad de entrega. Fue el extremeño, consciente de la necesidad, el que apostó a valor y a conocimiento para inscribir su nombre en esta feria. Y no fue fácil moldear la falta de ritmo del tercero, que se afligía en cuanto lo apretaba pero no transmitía mucho cuando le consentía la media altura en la que se encontraba suelto. Faena de mucho construir para que partirse una mano el animal en el momento de apretarle. El viejuno y zambombo sexto que midió cada arrancada al capote de Garrido fue al final el de la oreja. Le quiso templar siempre la arrancada que duraba dos muletazos, porque empezaba a descomponerse en el tercero y llegaba al remate buscando talega. Le corrigió la distancia José y le dio un tiempo entre pases que le hizo, al menos, terminar las tandas. Porque no fue de virtudes el animal, pero ya las puso el tuerto, que quiere ver con tres ojos a nada que recuerde su nombre el que hoy paga y no lo sabe.
A El Cid sí lo conocen, de pegarse vueltas a España arrastrando la zurda por los alberos de Dios. Pero a esa izquierda que dijo el toreo le falta hoy el motor que la impulsaba en el pecho donde nace el mismo brazo. Por eso deja pinceladas cuando se le mueve el carretón, pero le cuesta apostar cuando se oculta la franqueza, y va a ser muy complicado levantarse de nuevo con la losa de Madrid pisando el cuello.
País de ciegos creo la tarde gris de Santander, y de tuertos la volvieron dos toreros, que se impusieron diligentes a la escasa raza, a la nula fuerza y a la entrega perdida. Y ese será su triunfo, mucho más que las orejas. Pero los contratos, para que los firmen, deben oler mucho a pelo y no dar pie a las excusas. Aunque sean de una tarde en el país de los ciegos.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Cuatro Caminos, Santander. Feria de Santiago, tercera de abono. Media plaza en los tendidos en tarde lluviosa.
Cinco toros de Ana Romero, desiguales de presentación, con una escalera de más de cien kilos de diferencia entre el más ligero y el más pesado. Bondadoso y escaso de fuerza el cárdeno segundo; Deslucido y sin ritmo el feble tercero; devuelto por descoordinado el cuarto; De buen fondo y ariscas formas por la falta de fuelle el quinto; De movilidad desclasada el viejuno y zambombo sexto. Uno de Los Bayones, primero, correcto de presentación, de buen fondo y justo fuelle. Y un sobrero de José Cruz, cuarto bis, serio y enmorrillado, de escaso viaje y noble ademán.
El Cid (azul pavo y oro): silencio y silencio.
Manuel Escribano (turquesa y oro): oreja y oreja.
José Garrido (sangre de toro y oro): ovación y oreja tras aviso.
FOTOGALERÍA: JUNIOR FOTO