LA CRÓNICA DE SAN ISIDRO

El río de la vida


viernes 29 mayo, 2015

Talavante se juega la vida para pinchar una faena de difícil calificación, Luque corta una oreja con una estocada que hace guardia y Finito deja detalles con buen encierro de Juan Pedro

Talavante se juega la vida para pinchar una faena de difícil calificación, Luque corta una oreja con una estocada que hace guardia y Finito deja detalles con buen encierro de Juan Pedro

El río de la vida no se completa en una balsa. El rumor acuoso que rememora el titular tiene poco que ver con los rápidos escabrosos que suelen jalonar un camino, aunque ayude el agua a seguirlo. Lo sabe bien Talavante, que ahora fluye revestido de la naturalidad que antes buscaba y se estrella sin remedio con su extraña forma de manejar el acero. No fue hoy la mala suerte la que le privó de la gloria, sino su forma de transformar en gitana faca el filo que debe ser elegante estoque. Lo demás fue sublime.

Lo fue su forma de sentir la necesidad de expresar su tormentoso interior, en el que salieron parados con desigual suerte el espíritu y la ambición. Tiene el espíritu colmado Alejandro por entregarse a la obra que conquistase Madrid, por abandonar el cuerpo a su suerte y dejar que fluyera el trapo desde dentro del corazón. Salieron de sus muñecas los gritos de rebeldía en las cordobinas que abrocharon los delantales al quinto, al de la gran obra del Tala que el sable dejó sin premio. Salió la rabia desatada de saberse el de más limpio valor para decir el toreo, el de más profunda hondura para sentir desenfreno en la pasión de un natural de frente, el de las dos pelotas cuadradas para soplar arrucinas de rodillas al toro de más empuje y el del abandono casi suicida para confiar en su trapo más que en la razón. Estará satisfecho el espíritu por firmar la obra que levantó a Madrid. La ambición, sin embargo, le echará a estas horas mil espumarajos de bilis por no reventar a ese toro.

Le colgaba del chaleco a Alejandro la tercera tarde en Madrid, la apuesta decidida y loca por reventar el toreo cuando más macizo anda. Lo tenía en la cabeza cuando ya sonaba la campana de la última vuelta y recogía en delantales la humillación de ese quinto, Ballenito, que ya tenía bendecida la estampa. Toro armónico, reunido y bello, astifino de las perchas y con medio metro de cuello para contribuir a la causa. Era el toro de arrojarse de rodillas, soplarle cinco obligado, recogerle la revuelta e inventarse una arrucina cuando más cogido estaba. Faena de valor para torear, de ofrecer los frentes muy limpios a los que piden pureza, de vomitar desde dentro el toreo porque le escuece en las tripas, de pararse con los parones de un animal con disparo aplastado por su maciza autoridad. Un natural sobrevoló Las Ventas con la pausa de un invierno para helar el corazón a la plaza cuando abrochaba, imperioso, las manoletinas del cierre. Tres vidas duró el sorpresivo muletazo. Y fue enorme. Hasta que llegó la espada para escupir en lo sagrado.

 

Eso no privó a Luque, sin embargo, de pasear la oreja del tercero aunque le asomara la espada. Volteó con terrible violencia el de Juan Pedro a Daniel cuando se enterraba en la arena para comenzar faena. Antes le había dormido dos verónicas y media entre el discontinuo saludo y se había recreado el sevillano en arrastrar mucho la mano en las chicuelinas del quite. A ese le sacó temple un Luque que compone siempre, que ayuda siempre y que ha aprendido a estructurar con mayor solidez sus faenas. Por eso le exprimió mucho la calidad al pitón derecho antes de mostrar que el izquierdo fue un regalo de Caín. Preciso, seguro, medido y metido siempre el sevillano con el toro para que no se parase cuando el viaje fue a menos. Otra cosa fueron las luquecinas de cierre, con las que levantó a una plaza a la que le falta poco para ponerse cachonda con un molinete. Hasta ahí fue de oreja. Pero no se concedían en Madrid trofeos con el acero haciendo guardia, aunque atendiese el del palco la mayoritaria petición.

Al sobrero que hizo sexto le acompañó la embestida con suavidad meritoria mientras llegó en la distancia, se montó en la inercia y dejó sin más que le hicieran. Fue toro de fácil pulso mientras vino con muchos metros, pero sacó la exigencia acusada cuando en la distancia corta hubo que ir a buscar la arrancada. Ni un error perdonó luego a zurdas, por donde bajó el diapasón, y un pinchazo en los mismos medios daba con la oreja al traste y cambiaba de rumbo el río de la vida de Daniel Luque.

La de Finito ya está a estas alturas, por encima de bienes y males. Y se permite el lujo de callar cuando está en la cara a los que exigen que les de gusto. Tiene personalidad, Finito, y sello para dejar sus detalles en la limpieza de cuatro verónicas, la composición del toreo en línea y un vuelo terso al natural para engarzarle cuatro o cinco al primero mientras duró. Porque fue el de menos raza del encierro de Juan Pedro, pero le sirvió a la obra al estilista cordobés. Y resulta mejor guarnición la torería del Fino que un torero adocenado que venga a pegar sietemil.

Muchos menos le pegó el Tala al toro que le traía el premio, pero se cruzó un estoque entre Alejandro y la gloria. Se quedará, sin embargo, en la retina del cuerdo ese cambio lento del trapo para sacar por la espalda lo que no venía de cara. Casi como en cada paso de su río de la vida…

FICHA DEL FESTEJO

Plaza de toros de Las Ventas, Madrid. Feria de San Isidro, vigésimo segunda de abono. Lleno en los tendidos.

Seis toros de Juan Pedro Domecq, correctos de presencia en general, fue menos el primero, noble y flojo; de enclasado y largo pitón izquierdo el segundo; de clase boyante a diestras el tercero;  de arrancada franca el cuarto, sin fondo; emotivo y repetidor el quinto, a menos con la exigencia y aplaudido en el arrastre; devuelto el sexto por lastimarse una mano. Y un sobrero de Parladé, sexto bis, de exigente pulso.

Finito de Córdoba (obispo y oro): ovación tras aviso y silencio.

Alejandro talavante (grana y oro): ovación y vuelta al ruedo tras aviso.

Daniel Luque (marino y oro): oreja tras aviso y silencio.

Saludaron Juan José Trujillo tras banderillear al segundo, Abraham Neiro tras parear al tercero y Antonio Chacón y José Luis Neiro tras hacer lo propio en el sexto.

 

FOTOS: LUIS SÁNCHEZ OLMEDO