TEXTO: MARCO A. HIERRO / FOTOGALERÍA: LUIS SÁNCHEZ OLMEDO
Hay tardes que no pasarán a la historia personal de nadie, que nadie recordará nunca como digna de mención o que simplemente merece la pena olvidar porque no merecen ni el espacio que ocupan en el desván. Es posible que hoy sea una de ellas por lo vivido en el ruedo de Madrid, pero para David Galván, en concreto, esta no ha sido una más -por más que lo repita el resultado-.
David hoy salió del ruedo grande con el instituto acabado. Abandonó el aprendizaje donde se baila con red y se precipitó por el sendero sin retorno de convertirse en mayor. Lo demostró con ese zambombo basto y redondo que abrió plaza, perfecto para medir su nivel. Y a ese le caminó en el inicio como Domingo Ortega, dejando que pasase por debajo mientras él se movía hacia adelante. Pero sólo fue una gracia, porque lo de verdad importante, lo que lo graduó en Ciencias fue su forma de aplastarse con ese inválido del Campo Charro.
Buscó la inercia de la distancia con inteligencia, pero vino descompuesto y sin fijar el desordenado toraco de Valdefresno, pero no había más en el tiro. Por eso le apretó el diente, le ofreció el pecho y se entregó desde el principio para que le regalase el toro la misma actitud. Pero no fue así. Por eso hubo que tomar unas vacaciones, apartarse del ruido tras el percance de Orthez. Y conservar la pureza era una de sus principales obsesiones, pero con lo que escuchas por la plaza ya no sabes qué es lo que sabes.
Porque dejar el instituto tambén implica votar y para eso ya están preparados los sujetos activos; también Galván, que no estárá en la plaza con facilidad cuando recuerden que su mérito para repetir se cifra en una ovación, pero sí permanecerá en el corazón del aficionado que le haya visto lidiar Porque no es fácil disfrutar de ese trago en todo su esplendor.
Hace ya tiempo que se prepara Galdós en estas aulas, pero tiene chance el peruano aún porque todavía no ha pisado el despacho del director. Ni siquiera con los dos de hoy, viento incluido para calzar contras. Se fue sin su botín Galdós, es verdad, pero con el placet de Madrid.
Ese ya lo tenía Juan Ortega antes de que Madrid hablase. Y lo seguirá teniendo después de hoyu, porque no ha hecho otra cosa esta tarde que pasear su concepto desnudo, medio mancillado un par de veces por dos intentos de fabricar el toreo. Porque el toreo no se fabrica, y son lances de sentar de culo o hay que esperar mejor ocasión. Y a menudo -aunque parezca lo contrario- la hay.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Las Ventas, Madrid. Tercera de la feria de San Isidro. Corrida de toros. 11.226 personas.
Cuatro toros de Valdefresno y dos de Fraile Mazas, serios y con kilos, bastos en general, pero muy cuajados. Noble y obediente sin raza ni fondo el zambombo primero. De humillada clase y nulo fondo de raza el hermoso segundo. Emotivo en la arrancada pero desordenado en el comportamiento el informal tercero. Aplomado y anodino el cuarto, siempre a menos. Manso y a la defensiva el deslucido quinto. De acusada movilidad pero a la defensiva el sexto.
David Galván (nazareno y oro): ovación tras aviso y silencio tras aviso.
Juan Ortega (botella y azabache): silencio y silencio tras aviso.
Joaquín Galdós (caña y oro): ovación y silencio.