LA CRÓNICA DE VALENCIA

La fábula del músico loco (y II)


miércoles 16 marzo, 2016

Román se reivindica en la puerta de su casa cortando una oreja al sexto en medio de una desafortunada actuación de un Soro que fue abroncado; Jesús Duque mostró valor sin depurar

La fábula del músico loco (y II)

JAVIER FERNÁNDEZ-CABALLERO

Como decíamos ayer, Vicente, has vuelto doce
meses después de ser el músico loco que a Valencia enamoraste por tu
heroicidad, tu capacidad de superación y, sobre todo, tu amor propio por ser
bandera de tu tierra. Porque «de tocar la
trompeta con cierta gracia a ser músico hay un trecho importante
”, lo hay y
lo sabes, y del mismo modo sabes que lo has conseguido. Pero no hoy. No fueron las circunstancias las que
condicionaron tu doble actuación, sino la realidad de ser un torero hecho para
acontecimientos y no para batallas: quisiste hoy teñir de batalla lo que podría
haber sido todo un acontecimiento y te equivocaste, Vicente.

Y es que a veces la vida pone en el vaso
medio lleno la trampa exacta para hacer que sea sólo el elegido el que lo cope.
Y hoy no fuiste, Soro, a pesar de que coreaban tu nombre tras el paseo antes de
abroncarte quince minutos después. No lo fuiste porque Román es el nuevo loco: no tiene gestos toreros cuando no tiene el
rizo delante, anda como un macarra, guiña como en una mascletá e incluso tiene
el impás nervioso de quien se está tomando una copa. Pero tiene un valor
terrible
, rozando la genialidad de los elegidos que en el tercero atisbaron
un tomasismo nada propio en la Valencia que quizá vea de nuevo en julio al mito
junto al nuevo.

Lo está el loco de Román, al que la vida dio
hoy otra parada de metro en su demencia por ser figura. Está loco Román por
despecharle su vida a la propia muerte, por enjaretar saltilleras con el viento
del oeste levantándole el flequillo, por ser insumiso enemigo de lo que su antagonista
no quería. Y tuvo la locura para citar al tren tercero a más de veinte metros y
arrancarse éste directo contra su yugular. La misma que esquivó Colllado para
enseñársela dos segundos más tarde en un nuevo cite: no dejaba de mirarla el de
Capea, que no quería una presa sino sólo y cruelmente el cuello de Román.
Volvió a avisarle y volvió a ignorarlo el joven. Regresó a milímetros y de
nuevo Román sacó agallas para engañar al astifino hasta reventarlo por abajo
aún entonces de hinojos. Y llegó la
locura, llegó la homilía joven que sólo Madrid ratificará con Ponce como
padrino isidril.

La tuvo para embraguetarse por estatuarios
con el sexto y también la tuvo, en su recibo, para irse a enfrentar a la muerte
de rodillas y esquivarla echándose al suelo porque venía directa a por él. Estuvo
loco para pegarle hasta cuatro largas también de hinojos y quitó la cordura a
la plaza tras una media que la levantó de sopetón. Estuvo loco para cruzarse, para aguantar la avalancha del animal en los
embroques, para resolver ante la inoperancia de un «capea” que venía a
machacarlo vivo entre sus pitones.
Estuvo loco para saber cuándo el
ojedismo tenía que hacer efecto, al igual que los redondos y la mala moda de
los cortes y recortes que epilogaron su labor. Y la oreja paisana que materializó
la locura de un Román al que hoy entregó la antorcha el músico loco de Foios.

Decíamos hace un año que para estar loco basta
con soñar imposibles y tener los arrestos de perseguir los medios, y lo estuvo
Román
para escribir un poema por saltilleras, para inventar una melodía
ante el abanto tercero y para aterrorizar con bernadinas de pánico antes de la
oreja del paisanaje del sexto . Pero la
locura en demasía es mala baza para quien quiere llegar a la cumbre si no se
administra con la medicina del temple
. Esa es la cordura que, a partir de
hoy, es materia de examen, alumno Collado.

También buscó la locura un Jesús Duque al que
el tiempo y las fechas pondrán en su lugar, pero debe depurar sus telas para
hilar fino en los embroques. Mostró valor al límite que pareció más cuando
miraba a la galería: quizá sea esa locura la que último deberían aprender los
toreros. Barbeando en las tablas fue el segundo, que no dejó nada claro en
ningún momento hasta que lo llevó largo el de Requena por la diestra. Voluntad
sin fuste le recetó al quinto.

Regaló al destino de El Soro la locura de
bajarle la mano de salida al corretón cuarto, el que con más brío irrumpió del
portón, para que brillaran en los tendidos los anillos de las palmas por vez
primera a Ruiz. Sin banderillas dejó a los suyos en sus dos oponentes, en los
que acortó entre una bronca que es presagio de despedida imprevista. Pero para entonces ya había protagonizado
Román la segunda parte de la fábula de un músico loco que moralmente entregó su
testigo a la verdad de un retoño jovial que, además, es buena nueva del toreo
valenciano
, ¿no es eso bonito, Vicente, para que el «Podéis ir en paz” lo lleve a cabo, de tu mano, Collado?

Como decíamos ayer, tres vueltas al ruedo dio
hace doce meses el músico loco que hoy se fue entre pitos de la misma plaza que
lo sacó en hombros de su tierra. Fue el músico loco que quiso hacer realidad el
tópico de las segundas partes, y, también como decíamos ayer, esperemos que se
atreva a romper, por el bien de su trayectoria y de la seriedad de la Fiesta,
el tópico tercero de ”la vencida” dentro de doce más…

FICHA DEL FESTEJO

Plaza de toros de
Valencia. Sexta de la Feria de Fallas. Corrida de toros.

Toros de Capea (tercero y quinto), Carmen
Lorenzo (primero y sexto) y San Pelayo(segundo y cuarto), impecables de presencia y seriedad. Aplomado y mansurrón el
serio primero; noble, humillado y con ritmo el manejable segundo; mansurrón
pero obediente el tercero; aplomado y noble el cuarto; informal y deslucido el
quinto; con movilidad sin clase el deslucido sexto.

Vicente Ruiz «El Soro” (marino y oro): bronca y silencio.

Jesús Duque (tabaco y oro): ovación y silencio.

Román (sangre de toro y oro): vuelta al ruedo y oreja tras aviso.

FOTOGALERÍA: JAVIER COMOS