Lo de hoy entre ese impresionante «Jabatillo» y la
mejor versión de Castella en toda su trayectoria rozó lo sublime. Más que nada,
porque aparte del valor que siemore ha demostrado, de su capacidad comprobada y
del arte que despliega con su personal sello, hoy fue más inteligente que
nunca. Descubrió rápidamente la brava clase de «Jabatillo» y desde el
capote fue forjando una faena para el recuerdo. Por eso no se sorprendió cuando
la encastadísima repetición del colorado exigió esa muleta siempre abajo,
siempre puesta y siempre templada, como la encontró. Pero esa inteligencia, y
quizás eso fue lo que permitió que toda su tauromaquia se abriera tan amplia y
contundente, fue lo que marcó la diferencia, porque si bien el toro era bravo
como un tejón y noble como el que más, una lidia tan exigente, tan rompedora,
pudo agotar muy pronto la fuente de u a bravura tan pura. Por eso, después del
cuarto o quinto muletazo, y ante la codicia del animal, procuró cambiar la
exigencia profunda, por un desmayado temple un punto menos quebrantado, seguido
de una larga y oportuna pausa reponedora, tanto para el toro, como para un
torero roto de entrega.
Creo firmemente que el Castella de hoy es el mejor torero
que el francés ha podido ser y no creo que sea algo casual, aunque también es
verdad que ha tenido la suerte de encontrarse, ya no sólo con
«Jabatillo», sino también con «Lenguadito», pero estos dos
toros le han puesto a prueba y ambos han visto potenciada su calidad en las
manos del diestro de Béziers.
Se podrán decir muchas cosas, que si la espada cayó baja,
que si el toro fue o no de vuelta al ruedo, o que si la segunda oreja fue de
más… Sinceramente, después de haberme emocionado como lo hice al ver a un
toro bravo embestir como lo hizo «Jabatillo» y de ver a un torero en
plenitud interpretando el toreo en su máxima expresión, me dan igual las
polémicas y los premios, yo me quedo con lo visto, y es una de las cosas más
grandes y más bellas que he podido ver en una plaza de toros.