TEXTO: JAVIER FERNÁNDEZ-CABALLERO / FOTOGALERÍA: LUIS SÁNCHEZ OLMEDO
Y pum. Se hizo la luz. En la que toreó Antonio con su el impresionismo como arma para abrir una corrida en la que tenía que defender el escalón ascendido.
Fue hoy, la tarde en la que vino a reafirmar que la casualidad solamente es el escudo de quien no cree en sí mismo. En la que vino a creer ya hacer creer que las tres del día 1 eran tan sólo el prólogo de una nueva era en la que su estética espiritual debe y puede adquirir el estatus moral que le mostró a la afición en ese primero de Alcurrucén.
Porque le sopló a la transmisión y chispa que tenía naturales de puro impresionismo, esa expresión artística en la que la luz, por sí sola, hace que el conjunto de la obra tome parte y sentido en el espectador. Por eso Antonio buscó los terrenos de la luz para mostrar su verdad al natural -con la izquierda… y también con la derecha-.
Supo estructurar perfecto en terrenos y distancias el extremeño, combinando con torería su proposición y llegando con fuerza a Madrid su toreo. Porque lo hizo y cómo al natural Antonio… aprovechando el terreno en el que menos molestaba el viento y el motor del de Alcurrucén, llenando de expresión y plasticidad impresionista cada momento, impregnando de momentos geniales su labor incluso con la mano derecha sin estoque. Llenando de luz impresionista la nueva era Ferrera…
Quiso y no pudo un Urdiales al que ya se le han ido dos de las tres balas isidriles con las que contaba. Y aunque dejó el regusto de su reposado concepto ante el apagado quinto, no redondeó un conjunto que el miércoles, y con Felipe delante, tiene aún un debe este año a esta plaza. Porque tres orejas otoñales son demasiados fardos que soportar en esta plaza como para irse de vacío este San Isidro.
Como fardo y de los gordos hubiese soportado Ginés Marín de haber salido a hombros hace dos días: ni hacer el paseíllo le hubiese dejado el sector intransigente de esta parroquia venteña. Por eso trató de estar firme con los dos deslucidos que tuvo delante, pero no le trajo Toledo la materia que hoy necesitaba.
Mientras tanto, la luz impresionista de Ferrera se adueñó del escenario desde el primero. Aunque eso, hora y tres cuartos antes de que doblase el sexto, ya se le hubiese ido de la mente al olvidadizo asiduo a esta exposición venteña.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Las Ventas. Vigésimo quinta de la Feria de San Isidro. Corrida de toros. 22.430 espectadores.
Cinco toros de Alcurrucén, bien presentados en general, y uno de El Cortijillo (cuarto). Con transmisión y chispa el aplaudido primero; con la cara siempre alta un deslucido segundo de media embestida; con retazos de calidad pero sin fuerza un tercero muy protestado por baja presencia; deslucido un cuarto a menos; apagado un quinto muy a menos; manso de libro el sexto.
Antonio Ferrera (turquesa y oro): ovación y silencio.
Diego Urdiales (gris plomo y oro): silencio y ovación.
Ginés Marín (verde hoja y oro): silencio y silencio.