LA INTRAHISTORIA

Madrid y su… ¿banda de música?


viernes 22 mayo, 2015

Resulta extraño hablar con un miembro de la banda de música de Las Ventas que no puede expresarse con lo que más le gusta mientras observa el toreo, el arte que más le gusta. CULTORO estuvo con ellos.

Madrid y su... ¿banda de música?

Cual José Bergamín y Rafael de Paula
irrumpieran en cada uno de los veintidós componentes de la Banda de Música de
Las Ventas, la música quedó callada para siempre en mayo del 39. Se fue por
cabezonería: a Marcial Lalanda le tocaron el suyo y a Domingo Ortega no, por lo
que la autoridad decidió que no sonara la música.

En su repertorio, más de un centenar de piezas que forman parte
del silbo de la afición venteña: Plaza de Las Ventas, Antoñete o el recién
estrenado Toros en Las Ventas son algunas de las composiciones más
características de la plaza. Y, entre éstas, el ya clásico Florito.

CULTORO también estuvo con su director, Don Francisco García.«A veces nos sentimos
privados de fundir lo que realmente sentimos, la música, con nuestra pasión, el
toreo. Y, además, en la primera plaza del mundo. Sería brutal»
.
Así expresa con palabras Don Francisco García, maestro y director, lo que no
puede expresar musicalmente mientras el instinto sentimental del espectáculo
está en ebullición:«soy
componente de la banda desde el año 1980. Posteriormente, por antigüedad, desde
el año 2010 soy director de la misma».

En 1939 se decidió que no se tocara más la música con el toro en
la plaza «tan sólo con una excepción en el año 1966, cuando Antonio
Bienvenida toreaba seis toros y solicitó permiso al presidente para que tocase
la música…y sonó»
, añade entre sonrisas el director.

España Cañí, insigne acompañante de la
presión innata del que el paseíllo madrileño es fiel compañero en el paseo de
los valientes:«Cuando
entré de director se tocaba cualquier pasodoble, pero poco a poco veía la
necesidad de introducir ‘el pasodoble de Madrid´, como ocurre en plazas como
Valencia, Sevilla o Albacete. Desde 2010 lo hemos interpretado en el paseíllo y
ya ha calado en el público,…se está convirtiendo en una seña de identidad de
la Plaza de Madrid».
Fue
la pieza el primer pasodoble que se escucharía al inaugurar el sueño irreal de
Gallito el 17 de junio de 1931.



Además, Rosa María Cortés se trata de la única mujer que, en la actualidad,
forma parte de la corporación musical venteña«y,
además, soy aficionada»,
añade
mientras el último sol vespertino comienza a des-colarse de entre las rejillas
que el palco 29 guarda para sí.«Es
un auténtico placer poder disfrutar de tus dos pasiones: la música y la
tauromaquia, unidas en treinta días».
Y un placer, apostilla propia, poder
contar entre las filas de la Fiesta con personajes tan comprometidos como los
que aquí confiere.«Es
difícil para alguien que no es aficionado aguantar treinta calurosas tardes
–entre risas- . Menos mal que la afición socorre las penas…»
.

Y en esto que detiene el tiempo un hombre. Un
anciano con alma de niño boyante que acudir por precepto tiene cada tarde al
coso que un día le hizo sacar no sólo su afición sino su vida adelante. Antiguo
acomodador de Las Ventas, «Picazo» no rehuyó de su instinto
productivo en la calle Alcalá y desde el júbilo final de sus días de gloria
participa en esa misma gloria a través de la música. «Picazo –añade
Cortés- es nuestro guía: un músico, que está concentrado en lo que ama mientras
toca, él es el encargado de decir el ¡basta! perfecto con su pañuelito cada
tarde». Y ahí sigue Picazo, reventando notas cada tarde por presagiar lo
que unos clarines, segundos después, anuncian a toda la plaza. Sale el toro y
para la música, justo cuando, en ese momento, debía empezar a sonar la alegría
que amenizara el fiel examen del que el albero venteño es testigo.

Cuestión de señas, de instintos temporales, de vanas tradiciones que se
transforman en hieratismo que, por décadas, se convierte en el típico tópico
del se hace porque se ha hecho siempre. Y entonces llega Joselito, pone Las
Ventas en pie y el público pide la música. Y, como se ha hecho siempre, la
música callada del toreo es obligada a prestar servicio al silencio del olvido,
ese que nunca olvida que siempre se hizo así.