MARCO A. HIERRO / FOTO: @GinesM_Prensa – Arjona
A veces la vida te
permite licencias cuando más parece que te absorbe el seso. Y te sitúa en un
palco al sol, te rodea de la inocencia de los niños y te obliga a transmitirles
todos los valores en los que crees, en los que te criaste y en los que te
acompañarán ya siempre, hasta que la tierra vuelva a cubrir tu levedad. Ginés
Marín no está aún tan lejos de esos niños a los que hoy el Programa Víctor
Barrio de la Fundación del Toro de Lidia hizo un poco más felices. Y a mí con
ellos. «Mañana volvemos, ¿no?”, me decía uno de ellos, emocionado por todas las
peripecias que había podido vivir a lo largo del día. «Ajolá”, pensaba yo.
Ojalá que los niños que
hoy me freían a preguntas mantengan la inocencia, la sinceridad y el sentido
común que hoy les hacía sacar los pañuelos y medir las peticiones, y que sigan
acudiendo en libertad a disfrutar de su afición sin nadie que les corte las
alas en nombre de un viento mejor. A Ginés, que hoy veía cómo se le rendía de
nuevo la plaza que ya conquistó el año anterior, no se lo hicieron. Por eso
estaba aquí hoy, haciéndoles felices por la mañana con la simple firma de una
foto y por la tarde con el trazo sincero y puro de su mano diestra. Y su
extrema redondez.
«¿Cómo se llama cuando
levanta el capote de esa forma y se lo pasa tan cerca?”, preguntaba otra de las
niñas que hoy me rodeaban. Eran las saltilleras con las que Ginés se manchó el
vestido en el quite al tercero, tal vez el mejor de la corrida irregular pero
manejable que echó Luis Algarra en Santander. Fue con la muleta en la mano
cuando esta plaza, que le tiene entregado su amor, le entregó también el alma.
Despacio, sin apuros, sin crispación, con la distancia justa para que tomase
inercia, con el gesto justo para tocar con sutilidad y el trazo poderoso pero
amable para soltar sin soltar, para recoger la repetición, para volver a trazar
sin maldita la arruga en la tersa muleta y transformar lo que iba para pectoral
en un rotundo circular que murió en las alturas tres días después. Inmenso el
extremeño. Metido. Seguro.
Tanto lo estaba que
hasta el castaño sexto, que era tris, terminó por entregarle el bofe cuando las
bernadinas finales iban en pos de la oreja doble. No es habitual que dos toros
seguidos se partan un pitón contra el burladero, pero hoy oucrrió. «¿Y ahora
qué ocurrirá?”. Esta vez eran los papás los que hacían la pregunta. Pues que
había un segundo sobrero para que redondease su tarde Ginés. Qué forma de volar
el trapo, de ralentizar sus latidos, de muñequear con dulzura y hasta de irse
de la cara sabiendo que la tarde era de él. «¡Le sacamos el pañuelo!”, bramaban
las niñas de mi palco, empeñadas en hacer justicia a como diera lugar.
No se hizo, sin embargo,
con Enrique Ponce, al que un mal pinchazo al primero y otro a destiempo en el
cuarto le privaron de salir en hombros junto a Ginés. La mágica suavidad del
trato de Enrique a los toros hace que le saquen el mejor fondo de que son
capaces para terminar embistiéndole sin remisión. Así lo hizo el primero, toro
feble, toro de raza justa, de justa voluntad y justa fuerza. Pero toro
obediente y agradecido que se le fue tras los vuelos a Enrique en cuanto notó
el mimo que el valenciano le regaló. A media altura primero, con la nana de sus
muñecas arrullando al de Luis Algarra; con la distancia, la largura y la pausa
después, con un instante de tregua entre muletazo y muletazo para fomentar la
reunión. Magistral Ponce de nuevo, en el escenario donde pintaba el pasado año
una de sus mejores obras. A la de hoy sólo le robó una oreja.
«Oye, Marco”, me decía
el único niño entre niñas que poblaba el palco hoy, «qué es ese algodón que
lleva Cayetano en la ingle?”. Lo de las pilas del traje de luces lo pensé, es
cierto, pero es mejor decir la verdad; el motor que le hace soportar las
vencidas del segundo sin mudar la color, hincarse de rodillas con el quinto
para torear sin probar y pasarse a los dos muy cerca sin franqueza en ninguno
para confiar. Es tan torero este Cayetano que tal vez con la mitad de lo que
otros derrochan le sirve a él para ir al baile. Y para hacerse con las miradas
y los reconocimientos, porque si algo tiene el madrileño es que jamás se guarda
nada. Aunque no llegue el premio, como hoy.
Y no volveremos mañana
porque la feria concluyó hoy, pero me llevaré las preguntas de los críos, con
su lógica, su sentido común y su aplastante sensatez. Para cuando me pregunte
una noche qué estamos haciendo para que esto del toro tenga a tantos a la
contra. No será que no lo enseñamos…
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Cuatro Caminos, Santander. Última de la
feria de Santiago. Corrida de toros. Lleno.
Ocho toros de Luis
Algarra Polera, correctos de presencia, desiguales de hechuras y comportamiento. Docilón de escaso fuelle el primero; mansurrón y geniudo el segundo; de buena calidad sin romper en nada el repetidor tercero; obediente y noble el cuarto; manso y remiso el quinto; devuelto el sexto por partirse un pitón; devuelto el sexto bis por el mismo motivo; pasador y obediente el castaño sexto tris.
Enrique Ponce (azul noche y oro): Ovación y oreja tras dos avisos.
Cayetano (azul pavo y azabache): Silencio y Ovación.
Ginés Marín (esmeralda y oro): Dos orejas y oreja con petición de segunda.
Saludó Iván García tras banderillear al quinto.