LA CRÓNICA DE SAN ISIDRO

Nos equivocamos los dos, Antonio


viernes 5 junio, 2015

El Cid se estrella en su encerrona con la ausencia de raza y de empuje de una corrida de Victorino que ni siquiera tuvo el santo y seña de la vacada: la humillación

El Cid se estrella en su encerrona con la ausencia de raza y de empuje de una corrida de Victorino que ni siquiera tuvo el santo y seña de la vacada: la humillación

Antonio ya ha saludado desde el tercio de estas crónicas un par de veces. Y otras tantas que le quedan. Desde su abono del 3, justo debajo de mi localidad, lleva toda la feria esperando la encerrona de El Cid, torero al que siguió desde que se batía el cobre con la del Tío Picardías cuando era novillero por los pueblos de su Badajoz natal. El Badajoz de Antonio, que ha visto a Manuel triunfar y dejar escapar puertas grandes y toros en el ruedo grande de la calle de Alcalá. Por eso le tiene cariño. Y le tenia fe a la tarde de hoy, porque aún esperaba ver suelta la mano zurda que dijo el toreo tantas otras veces.

Yo, por mi parte, no esperaba tanto. Dejó dudas Manuel en su primera actuación isidril, y esperaban en chiqueros seis grises de Victorino para colgarlo en la historia o del palo de la bandera, y no era el mejor momento para que pasase un atragantón de este pelo el torero de Salteras. El problema de matar seis es que te embistan cuatro, porque no es fácil encontrar la dimensión tan seguido y sin resuello. Y a las nueve menos diez, cuando despenaba al sexto Manuel, tanto Antonio como yo nos habíamos equivocado.

Yo porque no embistió ninguno del encierro de Victorino y porque anduvo Manuel con serenidad, soltura y arrestos mientras duró la esperanza; Antonio porque no se encontró esa zurda con humillación alguna para decir su verdad. Y hasta hizo un esfuerzo El Cid cuando la deslucida cara suelta del tercero pareció pasar del embroque, y se la dejo muerta con fe para tratar de superar la tarde, pero no estaba el albañil hoy para coger la paleta…

 

Las esperanzas de Antonio fueron tomando buen cuerpo cuando saltó el primero a la arena, porque no tuvo clase el toro, pero sí movilidad, transmisión y codicia para seguir el trapo. De más algunas veces, porque se puso andarín tras vaciarlo, dificultó la colocación y le faltó entrega, pero lo hubiéramos visto hasta bueno si hubiera salido sexto. A ese le sopló Manuel algún natural bueno deslizado entre las tandas, pectorales bien armados y una sensación de facilidad que hizo albergar esperanzas a la parroquia venteña. Hasta le hubieran pegado una ovación si el metisaca en los bajos no hubiera arruinado el cuento. De ahí para adelante, toco cayó en picado.

Me hubiera gustado a mí que hubiera pasado el segundo el fielato de la hechura y que hubiera demostrado el quinto la importancia de la expresión. Ambos dijeron que nones cuando llegó el trapo rojo, pero entre el ataque con uno y la desconfianza con el otro habían pasado cuatro toros. Cuatro toros que aguantó Antonio dicieno: «el siguiente va a ser». Cuatro toros viendo sosería, medias alturas, reposiciones constantes, pasos perdidos y arrancadas acompañadas para buscar el ritmo a una tarde ayuna de él.

Tanto que cuando salió el sexto ya deseaba la grada ver al menos una piraña que plantease lidia en los pies, variase el guión y ahuyentara el tedio. Poco faltó para ello, porque se orientó la raspa pesadora, demostración de que el trapío no tiene por qué ir aparejado con los cinco quintales y medio que pasada Mentorrillo. Pero ya estaba entonces herido El Cid; en el orgullo, en la esperanza y en la ilusión del único torero que ha matado seis toros en Madrid, Sevilla y Bilbao, desmadejado y hundido cuando abandonaba la plaza arropado por los de plata.

Nos equivocamos Antonio y yo. Antonio porque es tan buen aficionado que aún espera milagros del dios de la Tauromaquia; yo porque conozco a los hombres, mucho más falibles que un dios. Pero se interpusieron los animales, que son los que -sin duda alguna- ponen cada cosa en su sitio. Aunque sea a base de hacer justo lo contrario de aquello para lo que se les crió.

 

FICHA
DEL FESTEJO

Plaza de
toros de Las Ventas, Madrid. Feria de San Isidro, vigésimo novena y antepenúltima de Feria. Lleno de No hay billetes.

Seis toros deVictorino Martín, desiguales de presentación, con mucho kilo y poco trapío, fuera de las hechuras del hierro. De movilidad sin clase el andarín primero; sin raza ni poder el deslucido segundo; sin humillación ni empuje el soso tercero; probón, medidor y reservón el cuarto; orientado, reservón y sin entrega el quinto; sin intención de pasar el manso sexto.

Manuel Jesús «El Cid» (nazareno y oro), en
solitario:
silencio, silencio, silencio, silencio, pitos y pitos de despedida. 

 

FOTOGALERÍA: LUIS SÁNCHEZ OLMEDO