LA CRÓNICA DE PAMPLONA

‘Que nunca se acabe, bendito momento’


miércoles 6 julio, 2016

Se lidiaron toros de Capea del que destacó un gran cuarto premiado con la vuelta al ruedo en el arrastre; con cuatro orejas se fue Pablo Hermoso, dos Leonardo Hernández y de vacío Armendáriz

Se lidiaron toros de Capea del que destacó un gran cuarto premiado con la vuelta al ruedo en el arrastre; con cuatro orejas se fue Pablo Hermoso, dos Leonardo Hernández y de vacío Armendáriz

NATALIA GIL / FOTOGALERÍA: EMILIO MÉNDEZ

 

¿Quién no conoce
lo que significa la palabra ‘sanfermines’? Puede ser que seas amante del toro,
puede que no, puede que no hayas estado nunca pero sí conoces lo que ello
representa, aunque tan solo se haya escuchado por boca del vecino. Y, eso, el
Patrón lo sabe y se siente orgulloso que la Fiesta que lo venera desde la Edad
Media se haya hecho eco mundial. Piensa que la tauromaquia no será tan mala si
es capaz de mover a personas de diferentes puntos del globo hasta este
rinconcito navarro, donde, por unos días se vive soñando el toreo.

Cada año San
Fermín lucha con bravura para no perder su posición privilegiada en la Fiesta,
lucha porque le avala la Historia y porque, sencillamente, hace feliz a sus
fieles. Durante sus días de gloria no pierde detalle de cada festejo, siempre
encuentra un torero que lo alce más alto aún, si cabe. Esta tarde le tocaba a
su paisano, a aquel niño que creció en ese paraje del norte donde soñaba con
llegar a ser figura del toreo a caballo y, hoy, Pablo Hermoso de Mendoza llenó
de gloria a San Fermín.

El navarro
triunfó, vibró y resplandeció con esas cuatro orejas que le alzaban para
sentarse a la derecha de su Patrón para decirle: «enhorabuena torero. Sabía que no ibas a fallar, tu tierra te quiere”. Pamplona
no lo quiere, Pamplona lo adora pero es un sentimiento mutuo. Las manos, los
gestos, la mirada, la tensión y hasta los propios caballos de Hermoso de
Mendoza hoy, hoy más que nunca, hablaban. Estaban en casa. ¿Quién se atrevería
a romper aquella magia? Ni los de El Capea que con un impecable tranco y su
perfecta humillación permitieron un impoluto lucimiento de los caballos. Sí,
lucimiento porque Berlín, Ágora, Disparate, Donatelli o Pirata no solo torean
sino que, además, muestran en cada uno de sus pases una impresionante doma.

La tarde
sonreía, todo estaba a favor y nada falló para que San Fermín presenciara la
traca en el cuarto de la tarde. Ágora le enseñó cómo se para un toro y se le
clava el rejón de castigo de poder a poder. Disparate quiso elevar a su jinete
a lo más alto demostrando al Patrón que su forma de torear es única. Donatelli
se meció al compás de la música y le invitó a bailar a golpe de piruetas y
Pirata pisó el sitio de los toreros exclamando: «los aztecas también te admiramos”. Y, como nada rompió la armonía,
las manos de Pablo pasearon con pura devoción dos orejas tras haber aplaudido
la vuelta al ruedo del toro.

San Fermín debía
completar el cartel y eligió al triunfador a caballo de San Isidro. Leonardo
Hernández supo estar a la altura de tal encomienda, sobretodo en su primero al
que le cortó las dos orejas. Vibró en la faena con Sol y, al ver al albino
hacerse un arco en la propia cara del toro, aplaudía satisfecho de la labor.
Calimocho le recordó a su abuelo Cagancho y San Fermín se emocionó. En cambio,
fue el público el que se encargó de vitorear la obra de Xarope.

Es patrón y,
como tal, se debe a su tierra. Fue por tan bello pensamiento por lo que cerró
el cartel con su otro paisano. Roberto Armendáriz no anduvo con la misma suerte
pero se comprometió con el albero y San Fermín presenció momentos de torería a
lomos de Prometido o El Capea. Estar a la altura que exige el patrón pamplonés
debe conllevar mucha tensión, la que, probablemente, le hizo fallar con el
rejón.

Este venerable
adora el toreo a caballo, por eso tiene su lugar año tras año en los albores de
la Feria. San Fermín sueña el toreo y con el cadenciado galope de un caballo lo
lleva a sumergirse en un mundo del que solo puede decir: «que nunca se acabe, bendito momento”.