Vaya por delante que escribo esta crónica perseguido por las manecillas del reloj, que caminan inexorables hacia las doce de la noche y no sé si es políticamente correcto cuanto aquí se diga en una jornada de reflexión. Pero es precisamente eso, reflexionar, lo que me pide el cuerpo, que hoy, más que flamenco, se me torna democrático. Casi tanto como el derecho a la protesta ejercido por ese sector del público que no soporta la sonrisa de Manzanares.
Que viva la democracia en un espectáculo del pueblo en el que unos pitan y otros premian la misma faena y hay un juez que estima quienes detentan la mayoría. Hoy se fue con el Manzanares más comprometido, asentado y dispuesto que se haya visto en este ruedo. Del que -recuerdo- ya salió una vez en volandas. Esa mayoría que, en Madrid, se vuelve la minoría elitista que no enloquece con un Padilla vulgar y hasta carente de facultades para rayar con su lote al nivel que exige el toreo de hoy. Esa mayoría que hoy vivió la resaca compungida del silencio y medio a un Perera que el pasado año se adueñaba del trono por estas fechas. Todo ello ante un monarca emérito y jubileta que ejerce su derecho a abonarse al espectáculo que le apasiona. Y a que le brinden toros cada tarde o no hagan ni ademán, como Talavante ayer. Todo eso es la democracia.
La democracia te permite saber o no que hubo hasta cuatro toros de orejas en una corrida de El Pilar de la que ya se habrá olvidado el pagano porque no corrió como aquí se exige, ni le disparó evidencias al cuello de la terna, ni se arrancó de punta a punta para topar con los pencos. Ni siquiera lo puso fácil a la hora de coger el pulso y andar en la cara. Pero derramó clase por las telas, colocó la cara para empujar los trapos y se entregó hasta donde pudo o hasta donde le exigieron, depende del caso y del orden. Y hasta se tomaron su tiempo algunos para hacer todo esto caminando, gastando segundos eternos en terminar cada trazo. Dicen que el toreo es despacio. Más despacio que el tercero yo no he visto nunca embestir. Y la democracia me permite expresar esta opinión.
Como permite al recalcitrante sol sacar escuadra y cartabón cuando torea Josemari. Y tirar de tópicos añejos para escupirle a la cara precisamente los defectos que hoy se empeñó en corregir. Se pasó cerca cerquísima la embestida por el suelo del quinto de carne suelta, mano alta, baja cruz -para ser un Raboso- y largo cuello. Toro de exigencia en las formas que no permitió ni un error y los sancionó implacable cuando se los vio de cerca, poniendo en serios aprietos el azabache y negro que volvió a lucir Manzanares. Toro que demandó enganche adelante y pulso acusado para dejarla en la cara y confiar en la entrega, para apostarle a la zurda y amarrarlo a la diestra. Toro aplaudido en quorum por un tendido repleto cuya mitad más uno sacó a relucir el moquero. Algunos más sí serían, pero así es la democracia.
Ella misma hubiera permitido más premio si el bajonazo al sobrero no hubiera coronado la obra de Josemari, que se encajó a la verónica, comprometió los embroques, tocó preciso y sutil para ligarle los trazos y ralentizó el final de de trincheras con el de Charro de Llen. Buen toro el de José Ignacio Charro, que se ha puesto en el buen camino en su nueva etapa Domecq.
Democrático es Perera, que soportó sin un gesto que se impacientara la grada cuando le dejaba al tercero deletreado ralentí. A ese lo protestaron con ahínco por no arrancarse a correr, escudados en el derecho que les da la democracia de manifestar postulados. Y hartarán de julay al que les diga que la bravura no es cuestión de correr, morrar y repetir sin abrir la boca, sino embestir y entregarse una vez podido por el gobierno. Pero tanto derecho tiene como ellos a decir lo que no quieren ver. Llegó a disfrutar la fijeza un Perera despacioso minusvalorado por aquellos que se creen capaces de emular su diapasón.
A Padilla lo superaron los dos pilares que enlotó en Madrid y masacró en el caballo. El primero por clase y humillación, aburrido en el final por una colección de pases sin sello ni premio al esportón. El cuarto por exigencia, y porque puso cara la calidad, amenazando implacable cada error de concentración de un Ciclón venido a menos. Ni banderillas le puso a ese cuarto, y nadie se las demandó.
No respetó la mayoría aquel que pide respeto cada tarde de toros venteña, y eso también forma parte de una democracia loca de la que todos quieren mamar. Como los pactos de gobierno a los que llegan los menos para vencer a los más. Menos mal que en esto del toro todo funciona al revés…
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Las Ventas, Madrid. Feria de San Isidro, décimo quinta de abono. Lleno de No hay billetes.
Seis toros de El Pilar, serios con cuajo y bien presentados. Humillado y con entrega el primero, masacrado en varas y aplaudido en el arrastre; devuelto el segundo por inválido; de enorme fijeza en la ralentizada humillación el tercero; de calidad humillada y lenta el cuarto; exigente con fondo y clase el buen quinto, aplaudido; de calidad sin poder el sexto. Y un sobrero de Charro de Llen, segundo bis, de clase y ritmo a menos.
Juan José Padilla (verde botella y oro): pitos tras aviso y silencio.
José María Manzanares (negro y azabache): silencio tras aviso y oreja tras aviso.
Miguel Ángel Perera ( azul pavo y oro): palmas y silencio.
FOTOS: LUIS SÁNCHEZ OLMEDO