Para sentir el toreo hay que haberlo soñado antes. Para que te mariposeen las tripas, te escueza el alma y te sientas exhausto cuando entras al callejón tienes que haber pasado muchas noches buscando en tu interior la respuesta a una única pregunta: ¿por qué soy torero? La respuesta es tan simple como recordar o soñar esos momentos en los que sentir te deja sin resuello. Lo curioso es que en esos sueños pocas veces se imagina un torero al toro cárdeno.
Urdiales sí. No sólo por ser capaz, sino porque sueña mejor el que recuerda lo ya sentido. Aunque la rendición que hoy firmó a la naturalidad y el abandono le sorprenda después de casi veinte años de alternativa. Pudo cortar una oreja a cada Adolfo, pero no creo que a estas alturas cambie Diego un despojo más o menos por sentir lo que esta tarde. Y lo que provocó en el tendido. Una trincherilla maciza y sentida al exigente primero, ese inicio de torería máxima para imponerse al disparo; pero sobre todo el sobrenatural derechazo que surgió en la segunda tanda al suave cuarto, suave, que no facilón. Para descargarte sobre los riñones y que le pese tu cuerpo al piso tienes que haber decidido que lo que tenga que ser va a ser muy bienvenido en el momento que venga. Por eso sabes que no es esa tarde el momento de pensar a futuro, ni de buscar el pelo, ni de contentar a nadie; de ahí su mueca de compasión por quien no entendía el misterio. Sabía Diego hoy que en la embestida humillada e informal del corto Aviador estaba la respuesta a su pregunta.
Porque no fue redonda la corrida que echó Adolfo a Madrid, pero tuvo virtudes para que se hubieran ido cuatro sin alguna oreja de haber funcionado las espadas. Sólo Escribano paseó el despojo postrero por sentir el toreo en lugar de buscar el premio. Fue la de hoy la mejor versión del sevillano que se ha visto en este par de años. Comprometido, dispuesto, buscando el dibujo lento cuando se podía y la frescura de mente para solventar el problema cuando no quedaba más remedio. Sintió un par de naturales Manuel, que hoy sabe que eso en Madrid no se paga con gloria o dinero. Y sintió saberse superior por ser capaz de abandonarse a una embestida con la izquierda. Hay que enterrarse en un ruedo y olvidarse del mañana empezar a sentir. Y hoy, dos años después de que lo sintiera en Sevilla, se lo volvió a recordar un Adolfo con el 9 por guarismo. Muy claro, no cabía error de visión. Y si el año ganadero comienza el 1 de julio y el toro era de octubre de 2009 debería llevar el 0 o pedir explicaciones a quien sea menester, porque es ilegal lidiar un toro ya con seis años.
Muchos más tiene Castella de lidiar toros y toros, pero era su primer día con los cárdenos de Adolfo. Y no es que sintiera en la prueba más que la exigencia común de la reposición presta, la orientación acusada, la duda de arrancar o no y la humillación más o menos larga dependiendo de la calidad del gris. Él ya sintió a Jabatillo y otra puerta grande en Madrid, pero hoy sintió también el respeto de quien comprueba en su carnes que está en momento macizo. Aunque escuchase dos silencios.
Hoy fueron Urdiales y Escribano los que aprendieron cosas en un ruedo, porque anduvieron despiertos para pensar y fueron niños para entregarse a un sueño; el de la suavidad profunda y abandonada de la naturalidad pura, el riojano. El del toreo por abajo para decir despacito y en voz alta, el sevillano. Están en distinta onda porque el gusto vive en la variedad, y ambos dejaron instantes. Pero ese derechazo al cuarto, viajando el toro hacia adentro en el eterno diapasón de la muñeca de Urdiales no me lo quito de la cabeza. Y lo voy a soñar y sentir…
FICHA DEL FESTEJO
Plaza
de toros de Las Ventas, Madrid. Feria de San Isidro, vigésimo octava de abono. Corrida de toros. Cartel de ‘No hay billetes’.
Seis
toros de Adolfo Martín, desiguales
de presencia y trapío. De humillada fijeza el medidor y exigente
primero; desclasado, informal y geniudo el segundo; reponedor y con
peligro sordo el tercero; de suavidad informal el humillado cuarto, que
duró poco; muy parado el quinto; de viveza y conocimiento el viejuno
sexto.
Diego Urdiales (marino y oro): ovación y ovación tras aviso.
Sebastián Castella (lila y oro): silencio tras aviso y silencio tras aviso.
Manuel Escribano (verde botella y oro): silencio tras aviso y oreja.
FOTOGALERÍA: LUIS SÁNCHEZ OLMEDO