Dos festejos dos llevamos de la tradicional semana torista que cierra San Isidro y vuelven a demostrarse dos cosas: por una parte, que el torismo es un cuento, y por otra que no hay nada más peligroso para un torero que haya un sector de la grada que se ponga de parte del toro por tratar de verle virtud por una rendija entre defectos. El torismo es un cuento, oiga. No existen ganaderías toristas, sino toros que embisten y toros que no, lleven el hierro que lleven. Por eso las etiquetas, en un análisis serio de valores y matices, convierten el término en un sustantivo de cartón piedra. Se desmonta y se viene abajo a nada que se le meta mano.
Con eso no se pretende decir -ni mucho menos- que sea Cuadri una mala ganadería ni Fernando un mal ganadero; todo lo contrario. Pero por lo demostrado en otros años y otros ruedos, no por lo visto aquí hoy. Era grande la corrida onubense, pero tampoco más que otras con el mismo hierro lidiadas en esta plaza. Y sabe el ganadero lo que echó hoy a Madrid. Poco consuelo tendrá en ver la emotividad del cuarto encendiendo una arrancada más geniuda que entregada y frenando muy en corto para pedir trapo presto o darle hule a la quietud. Eso, bien lo sabe Fernando, está lejos de la entrega, el empuje humillado, el empleo en cada parpadeo, el ritmo en cada tramo y la profundidad en la intención ofensiva. Los que defienden el torismo le llamarán casta a lo del castaño de hoy, enterrarán mil matices en esa palabra ataúd y seguirá el torismo viviendo de un axioma de mentira. Por eso es de cartón piedra.
Lo sabe Fernando Robleño, de nuevo impecable en pulsos, cites y trazos, al que le alquiló el segundo diez arrancadas a cambio de una total entrega y embargando su parte del trato. A ese le tiró de oficio Robleño para meterlo en cintura, de arrestos para echársela plana y de decisión entregada para dejarla muerta, darle todas las ventajas y esperar así que se lo diera el toro. Asumió el riesgo Fernando porque buscaba una consecuencia, y así se plantean los tratos cuando el de enfrente te embiste, pero este, que gozaba de fachada que gusta en Madrid, era todo cartón piedra. El vareado quinto, con casi seis años y zorrerías de viejuno, le duró a penas tres series antes de desarrollar sentido y transformar el disparo en defensiva ingratitud. Toro de hule fácil en otras manos, terminó pareciendo hasta soso en las del menudo lidiador, al que no le restará la actuación de esta tarde, pero tampoco le suma. Por lo menos, como él quiere.
Tampoco guardará Encabo en la vitrina de los recuerdos el de esta vuelta a Madrid. En sus manos cayó el regalo, según interpretó el tendido, que tenía veneno en las tripas y nobleza en el exterior. Toro pechudo, tela de serio, estrecho en la sien y amplio en la trana. Toro de badana a la rastra que vistió de entrega el genio pero se movió en la muleta. Toro que guardaba bilis en esa arrancada corta que llegaba a la grada cuando le tocaban antes de que terminase la corta embestida anterior y que radiografiaba el terno cuando embarcaba en el trapo por si se presentaba pronto oportunidad posterior. Tampoco se la dio Encabo, al que le costó mucho mantener la firmeza de las dos primeras tandas y apostar a valor para pasar arrancadas. Lo mejor de la lidia fue el tremendo par de Ángel Otero, asomándose al balcón del miedo para sentirse torero. Aunque le robara la foto el bravo de cartón piedra.
Del mismo material que el tercero, que se ganó a la parroquia cuando sacó el fondo que le arañó Aguilar para embestirle dos tandas. Las justas para comprobar que la exigencia duele y transformar la humillación en orientada reserva. Cuando es toro de toque en los embroques y confianza en la pasada no ayuda nada a la entrega su muy informal condición. Ese se le echó a Alberto antes de meterle la espada. Con el otro se quedó en infructuosa porfía después de que dejara el bicho cualquier atisbo de entrega en la mansa pelea en el penco. Por dentro en la intención y sin fondo en el balance, dejó el San Isidro en blanco a un preocupado Aguilar el toro de cartón piedra.
De vacío cartón y dura piedra fueron los cuadris de hoy. Porque los habrá que embistan por estos y por los otros, pero fue un aburrimiento la tarde reservada a la emoción. ¿No será que son las virtudes y no los hierros las que provocan lo bueno…?
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Las Ventas, Madrid. Feria de San Isidro, vigésimo sexta de abono. Tres cuartos de entrada en los tendidos.
Seis toros de Herederos de Celestino Cuadri, grandes de caja, largos y con más frente que perfil en general. Aplomado y sin vida el primero; costoso y exigente el segundo; informal y orientado el tercero; de explosiva arrancada y corto viaje a menos el cuarto; manso con disparo el afligido quinto; de escaso fondo y entrega el sexto.
Luis Miguel Encabo (turquesa y plata): silencio y silencio tras aviso.
Fernando Robleño (tabaco y oro): ovación tras aviso y silencio.
Alberto Aguilar (azul pavo y oro): silencio y silencio.
FOTOS: LUIS SÁNCHEZ OLMEDO