Después de asimilar el duro golpe, Francisco José Espada tuvo que dar muerte a los seis novillos. Seis novillos con cuajo e ideas de toro.
El novillero asimiló la situación de quedarse solo con los cuatro novillos restantes de principio a fin, con una mente clara, y la disposición del que quiere ser alguien bajo el vestido de luces. Sin un pero, salvo el malísimo manejo de la espada que no hizo honor al apellido.
Espada salvó el honor de los compañeros heridos, y el de todo un escalafón. Escalafón en el que la cantera es maltratada precipitándola al abismo del sinsentido, yendo a la contra del que empieza en la profesión. Quien aprueba la lidia de novillos descomunales, o la actitud burlona de Presidentes cicateros, serán cómplices de la desgracia que irremediablemente algún día llegará a los telediarios. Hoy casi sucedió.