MARCO A. HIERRO / FOTOGALERÍA: EMILIO MÉNDEZ
Al concejal de turno que se puso la chistera hoy en Pamplona debería darle cierta vergüenza. Ese paseo parsimonioso de Ferrera al anillo, sin oreja que pasear ni premio que celebrar después de cuajar al mejor Cuvillo de una corrida regular debe ser de comer cerillas para cualquier aficionado cabal. La suerte que tienen en Pamplona es que mañana se subirá otro, este volverá a sus quehaceres y regresará a su vida de personaje anónimo para la fiesta que nadie recordará mañana. La mala suerte para el extremeño y para la Tauromaquia es haberse encontrado en el mismo sitio y a la misma hora con este tipo al que el escarnio del paseo sin despojos se la trae al fresco. Pero durante dos horas y media fue quien mandó en el presente y el futuro de la plaza. Con un par.
Con un par anduvo Antonio delante de ese cuarto, bajo, reunido y fino, de cuello corto y expresión noble, que se fue a más en el temperamento a medida que iba a menos su poder porque se encargaba Ferrera de arrebatarlo. Y de convertirlo en vida, para su espíritu y el del toreo, como si fuera una energía que ni se crea ni se destruye, porque el poso de este Antonio ya va peinando canas. Esa muleta al hombro en el inicio, en el centro del platillo para recoger allí la codicia y empacarse al natural cual si no hubiera más tiempo de expresar trivialidades. Fue fundamental todo desde el cite en la distancia con la muleta en la chota, la muleta muerta del segundo en adelante, fe para someter con la caricia que exigía y trazo para creer en este nuevo Ferrera, tan henchido de verdad que ya no le vale el triunfo. Ahora persigue el toreo de verdad.
También con el toraco grandón y fuera del tipo Cuvillo que abrió la tarde en Pamplona. Basto, altísimo, pezuñón. Feo. Horrible. Tanto que a un buen aficionado como Alvarito Cuvillo debía de hacerle daño a la vista contemplarlo en los cercados. Y así se desempeñó el negro bicho, de media altura en los andares toreros con que se volvió añejo el inicio de Antonio. Con este no había posibles, pero sí la obligación de honrar el nuevo concepto, de ser fiel al nuevo poso, que es el mismo más maduro, más traspasado de parte a parte por el miedo de quedarse fuera tras dos años de lesión. Por eso ya no necesita Antonio el clamor de banderillas, y sólo las pone cuando a él le nace bien. Porque ahora es la muleta la que vence convenciendo a todos menos al de la chistera, cuyo escarnio en el paseo de Ferrera a estas horas le habrá hecho digestión.
Como digiere Talavante el toreo, porque fue él el que más cerca estuvo de abrir su primer portón de Pamplona cuando la espada en el quinto se negó a ejercer su función. Lo digiera y lo muestra una vez pasa por su tamiz, y está el extremeño un peldaño por encima de casi todos en casi todo, pero pasea tanta facilidad en la cara que comienza a importunar su superioridad manifiesta, y ya no es sorpresa a estas alturas que exhiba Alejandro su don casi cada tarde. Hoy le arrancó una oreja a un Cuvillo humillador y con recorrido al que le cortó el genio que amenazaba ir a más. Macizo al natural, con el cite suave, el vuelo presto, largo, más largo aún con el muñecazo final, casi impercetible para el ojo, que otorgaba un tranco más al final del muletazo. Eso y un espadazo de rodar sin puntilla fueron los méritos con el segundo, porque ya paseaba otro despojo del quinto cuando la Tizona se atascó. Y aún no había arrancado a sudar.
Sí sudó lo suyo hoy Ginés Marín porque sobre su espalda caía la responsabilidad de ser finalmente el único torero en doblar en la feria. Fácil con el capote, con actitud de hambriento de gloria, pero sin perder la senda de la técnica que tiene muy meditada. Al tercero, cornalón y abierto de palas, le dejó los toques firmes, la quietud y la facilidad de pasarlo, pero se estrelló con la embestida sucia y la cara suelta del bruto al que le debían un puyazo. Al sexto no lo dejó crudo. Porque humillaba el toro y confió en su repetición, pero su desempeño corretón y pasador dio nada más para un trasteo voluntarioso, capaz, solvente. Pero sin el alma de Madrid ni la fe de otros toros en esta feria. Era su última bala y resultó ser de fogueo. Contundente con la espada, sí, con todos menos con el que tenía que haber matado.
Porque no fue el suyo un paseo para el escarnio. Ese lo dio Ferrera cuando mediaba la función. Ya está también el extremeño del otro lado del río, pero debe de joder -y mucho- encontrarse en esos palcos con lo que se encontró hoy. Que otros con menos han ido al baile esta feria…
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Pamplona. Novena de la feria del Toro.
Corrida de toros. Lleno.
Seis toros de Núñez
del Cuvillo, bien presentados en líneas generales. Pasador sin clase ni entrega el basto toraco primero; humillador y con recorrido a más en genio el segundo; geniudo y sin celo el tercero sin clase; enclasado, repetidor y con transmisión el buen cuarto; de movilidad sin clase pero con cierta transmisión el quinto; corretón y pasador sin entrega el colorao sexto.
Antonio Ferrera (fucsia y oro): silencio y vuelta tras aviso.
Alejandro Talavante (marino y oro): oreja y palmas.
Ginés Marín (salmón y oro): silencio y palmas.