MARCO A. HIERRO / FOTOGALERÍA: LUIS SÁNCHEZ OLMEDO
A veces se agradece un pellizquito en la nalga. Y el beneficio obedece a múltiples razones; que nos azucen un poco para volver a coger ritmo, que nos ofrezcan una muestra de cariño -muy cariñoso, por cierto-, que le resten importancia a algún error o incluso que nos llamen la atención de una forma poco ortodoxa. Pero no suena del todo mal un pellizquito en la nalga. Lo malo es cuando se van sucediendo pellizquitos en el transcurso de las dos horas y media que dura un festejo. Porque hubo de muchas clases, pero casi todos se hicieron pesados a partir del vigésimo, más o menos. Porque incluso el manjar más apetitoso y caro llega a cansar con la excesiva repetición.
Caro, lo que se dice caro, no hubo ningún manjar en la corrida que abrió feria, pero sí pellizquitos en la nalga, que no tuvieron importancia en un principio por la esperanza del primer día, pero fueron minando el interés a medida que los convirtió en excesivos la repetición. Porque se pasó por alto la presentación terciada, desigual y fuera de tipo de una corrida de La Quinta que se tapó con la cara y lo gris del pelo, y así hubiera quedado la apreciación si al menos hubieran embestido. Pero no lo hicieron; sólo pasaron buscando salidas, golpearon las telas, miraron los ternos y hasta se volvieron sobre las manos para perseguir un alamar. Uno sólo salvó de la quema el Sanedrín de Madrid, y fue ese quinto que huyó hacia adelante con humillación y hasta profundidad… siempre que la tela muriera en dirección a tablas. Pero ese fue, al fin y al cabo, el pellizquito agradable.
Con él se las vio Javier Jiménez, que quiere torear muy puro, busca la colocación para construir, conoce el oficio del toreo y traza con el corazón, pero hoy a su pellizquito le faltó un pelín de gracia. Y ya es preocupante el asunto por tratarse de un sevillano, que pulsea mejor con las telas que entra y sale de la cara, pero a todo se aprende. Lo importante, lo caro de su pellizco -en Sevilla esto significa otra cosa- se lo sopló en una tanda al cuarto cuando le voló la mano chota. Y le voló bien, pero tal vez tarde. Entre pasito perdido y sitio buscado pasaron cuatro series antes de que se asentase en la arena, sacase a pasear la zurda y se quedase en el sitio para girar talón. Por abajo, con los pitones barriendo barro, el enganche milimétrico para no frenar el ritmo de la arrancada y la transmisión de Gaditano se conjugó con su pulso para hacer que rugiese Madrid por vez primera en esta feria. Y después… de nuevo la intermitencia de de la falta de trienios con el encaste. Y aún así lo sacó Madrid a saludar.
A Alberto Aguilar, no. A pesar de que suyos fueron, quizá, los mejores naturales que se vieron en la tarde. A pesar de que no cometió errores de bulto en los tres toros que mató y a pesar de que fue, de los tres, el más seguro en el trato con los grises. Porque para pellizcar nalgas hay -supongo- un momento determinado, y el aguacero torrencial previo al primer acto y el desencanto propio del inicio de la segunda parte dejaron en el limbo esos lambrazos al cuarto. Ese venía por abajo sólo en la media distancia. Nunca dejó de protestar que le comiesen terreno o se le fueran encima, y no lo hizo Alberto en cuanto se percató del detalle. Pero andar solvente y fácil no se premia en esta plaza, que mide poco al enemigo pese a pedirlo mayor.
Una raspa fue, de hecho, el rabiosillo segundo, y se llevó a Galván padentro. Por abajo fue el saludo, pero caminando para atrás, perdiendo el paso con ritmo y moviendo la manta a los lados para que diese contra ella -si podía- el primer empellón. Luego se llevó capotazos como para hacer colección, porque tendía a volver las ancas y desentenderse sin pellizquito alguno. Hasta que la lidia por abajo que tardó en plantear Galván le provocó un monumental cabreo al manso del pelo gris. Y su reposición en corto trabó la corva de David, lo echó a volar sin motor alguno y en el aire le tiró dos navajazos que le hollaron la carne al gaditano. Pero lo peor fue lo del codo. Una posible fractura le arregló el finiquito de hoy y del próximo mes y medio. Y eso sin dar un lance ni un muletazo. Para que luego digan que esto no es tan duro…
Lo es hasta cuando vienen los pellizquitos y nos alegran el día, que una embestida cárdena es mucho más seria que esta, aunque queramos ver raza y pugna en el genio gris del manso. Y aunque aplaudamos a un toro porque nos gustó el pellizquito. Breve me lo fiáis, que se diría en otros tiempos.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza
de toros de Las Ventas. Primera de la Feria de San Isidro. Corrida de toros. Media plaza.
Seis
toros de La Quinta, fuera de tipo todos excepto el tercero. Mansito de media altura y aburrido ademán el primero; reponedor con genio el orientado segundo; de humillada y noble mansedumbre el tercero, a menos; pasador en la media distancia el manso cuarto, muy a menos; humillado y hasta profundo a zurdas el exigente y buen quinto, aplaudido; espeso, protestón y punteador el deslucido sexto.
Alberto Aguilar (turquesa y oro): silencio tras aviso, silencio en el que mató por Galván y silencio tras aviso.
David Galván (marino y oro): herido.
Javier Jiménez (azul pavo y oro): silencio tras aviso, ovación tras aviso y silencio tras dos avisos.