TEXTO: MARCO A. HIERRO / FOTOGALERÍA: LUIS SÁNCHEZ OLMEDO
Fue como ver desaparecer la llama más intensa que haberse visto pueda desde que el San Isidro actual viese la luz. Fue como un soplido en el candil que arruinaba la esperanza de que toreo fuera tan bonito cada día como lo fue el día anterior. Pero es lo histórico de la tarde lo que la hizo tan única como habitual fue la de hoy.
Habitual fue ver a Castella soplarle naturales por abajo a un toro que los lleva dentro. Fue a ese quinto y fue el pasaje más habitual del galo fuera del inicio en los medios, la mirada perdida en la arena, sin mirar al inmenso tren que se le viene encima y que cambia su trayectoria en el mismo momento de atropellar la razón. No se quitó Castella porque no sabe, porque bastante tiene él con quitarse.
Al cuarto, que rascaba en la garganta, en las manos y hasta en la planta del pie, le conjugó Sebastián el verbo templar, le echó la muleta abajo y asumió compromiso máximo cuando las dos orejas de Andrés se echaron en falta, Hoy no había hambre, ni expectación por ver, ni una triste migaja de toreo que llevarse a la boca. Y el poco que hubo brotó de la mano izquierda del nuevo Ché. Dos cambios de mano pararon el tiempo en el cuarto, santo y seña del verbo pulsear. Que no, oiga, que no es nada fácil mover el trapo para que el animal elija seguir entregándose.
Como se entregó Emilio de Justo a la consecución de la meta mayor con la corrida que se le presuponía más dulce. Y se encontró, sin embargo, con la aspereza mayúscula de dos toros de exigencia y negación después de haber humillado la salida del chiquero. Porque todos salieron con pies y todos, sin dejar ninguno, sufrieron el desfonde máximo para terminar entre protestas y tarascadas. Tal vez el quinto pùdo parecer el de Emilio, pero su llegada entregada y con clase al embroque contgrastaba sobremanera con la falta de final. Vulgar esa salida, con la cara natural y sin calidad. Qué distinto todo de lo que sucediía el día anterior.
Fue un soplido en el candil, sí, y el que más lo sufrió fue el que confirmaba doctorado, porque anda aún ayuno del oficio necesario para darle lima a los dos bous. Quiso, eso sí, darle espectacularidad a cuanto hacía, y le ajustó saltilleras inconscientes al sexto, y lo esperó de rodillas en los medios para gritar “cuerpo a tierra”cuando vio llegar al tren. Lo demás fue porfiar para morir en la orilla.
Una orilla sin brillo ni meta, sin una embestida limpia a la que poder llamar patria. Por eso la continuación del día para la historia, como suele suceder en el toreo, fue simplemente un soplido en el candil.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Las Ventas. Décima de la feria de San Isidro. Corrida de toros. 22.035 espectadores.
Cinco toros de Jandilla y uno, el quinto, de Vegahermosa. Bien presentados y en tipo y hechuras de la casa. Manso y protestón el deslucido primero. Humillado y con entrega sin duración el segundo. Obediente y humillador pero protestón y a menos el tercero. De buen fondo pero renuente el áspero cuarto. De mejor embroque que final el exigente quinto. De humillación acusada y protesta a más el correoso sexto.
Sebastián Castella (lila y oro): ovación que no recogió y silencio.
Emilio de Justo (grana y oro): silencio y silencio.
Ángel Téllez, que confirmaba alternativa (tabaco y oro): silencio y silencio.