Decir que un torero respira vientos de cambio después de quince años de alternativa suena a eslogan barato de campaña perrofláutica. Pero es así. Castella ha plantado hoy en la arena de Madrid una madurez artística nunca vista antes en este ruedo. Ni siquiera percibida en la oreja que cortaba en su primera tarde. Hoy el francés saboreó el dulce de escuchar cómo ruge Madrid.
Lo escuchó por él y por un Jabatillo largo, recto de lomo, degollado de papada, colorao y ojiblanco, como los buenos alcurrucenes de los que hoy fue única representación. Blanco de pitones, noble de expresión. Fue Jabatillo el toro que todos quieren en los sorteos. Y hoy se lo llevó el francés para subirse a la cumbre en la plaza de su apoderado. No es mal comienzo para una resurrección en la misma cara de quien le diera por muerto.
Rugió Madrid, dicho está. Y lo hizo con la faena de siempre, la que tiene más a mano un Castella que indaga poco en el potencial de su tauromaquia. Quizá porque apuesta por ella con ciega fe. Un inicio en la distancia, dos cambiados para arriar las velas, un derechazo con el morro haciendo surcos, un cambio por la espalda para engarzar el natural con pasmosa naturalidad, un trincherazo sabroso, un paso adelante y la firma que vuela maciza para recoger la repetición con otro por abajo. Aquello fue eterno hasta el de pecho que ya había enviado al toro al Olimpo de Madrid. Y Castella sonrió.
Volvió a reír el torero de la mueca seria y la palabra justa. Volvió a reír el galo que de puro arisco no se sabe nunca cuándo está a unto de soltar una contestación. Volvió a encontrar el pulso perfecto en la tarde señalada, la marcada en la diana con un entrecejo en la mente. Vino Castella a morir sin mayores evidencias, porque no cambia la cara ni cuando está ni cuando no se le espera. Pero hoy el viento de cambio le renovó la ilusión. Y cuando se desprendió la espada del centro de la diana hubo más pañuelos que habían sentido el toreo que calibres para medir lo lejos que estaba el tiro del centro de la perra gorda. Y Sebastián fue feliz.
Al contrario que Morante, que vive vientos de cambio cada vez que le da el aire del derecho o del revés. Y no suele ser en Madrid, donde residían sus musas pero hace tiempo que tienen alquilado el piso. Cosas de la crisis, que no debe de percibir José Antonio para dejar que se escape un desliz. Le cantaron verónicas limpias como carteles de toros y muletazos compuestos como gotas de oro negro, pero han pasado toreros por el ruedo de la comba a los que les han pitado lo mismo que él hizo hoy. Y salió indemne. Cierto es que hasta una zalagarda tiene torería cuando la dice Morante, pero no deja de ser zalagarda por mucho dinero que valga. Y hoy pechó con dos medios toros de humillación, voluntad y obediencia que nunca sabremos si albergaban más cualidad.
Lo sabemos de los dos bichos mortecinos con que se las vio El Juli; ni ritmo ni clase tuvo el segundo, que arrastró los cuartos traseros con evidente descaro sin que protestara nadie más que su birriosa hechura. Ni dos tandas muleteras le duró la entrega al quinto, que le había embestido con ritmo en el gran saludo de capa y le derramó clase en las gaoneras del quite. Con los dos porfió sin más opción que dejarlo para el miércoles, cuando le esperan Madrid, Victoriano y Perera. Sin vientos de cambio, porque los suyos son permanentes. Como su capacidad de reinvención.
Los buenos hoy soplaron para Castella, que encontró el pulso en el alma y la suerte de Jabatillo, que fue toro extraordinario para decir el toreo, pero discrepó el penco de Doblado de la vuelta al ruedo de premio. Que esto, a pesar de todo, sigue siendo Madrid…
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Las Ventas, Madrid. Feria de San Isidro, décimo novena de abono. Lleno de No hay billetes.
Seis toros de Alcurrucén, correctos de presencia excepto el destartalado y feo cuarto. De humillado recorrido a zurdas el primero; sin ritmo ni empuje el soso segundo; enclasado, repetidor y fijo el extraordinario tercero, premiado con la vuelta al ruedo; humillado y obediente el soso cuarto; de calidad sin fondo el quinto, muy a menos; manso y desclasado el sexto.
Morante de la Puebla (azul rey y oro): silencio y silencio.
El Juli (marino y oro): silencio y silencio.
Sebastián Castella (tabaco y oro): dos orejas tras aviso y silencio.
FOTOS: LUIS SÁNCHEZ OLMEDO