TEXTO: MARCO A. HIERRO / FOTOGALERÍA: LUIS SÁNCHEZ OLMEDO
Hay días en que hay que tener mucha paciencia para acudir a Las Ventas. Los hay, además, que llegan toreros especialmente vituperados por el sacrosanto tendido que no termina de comprender que su derecho a expresarse con libertad –sic en boca de muchos de los que largan- termina donde empieza el de los demás a no escuchar estupideces. Y mira que se oyen unas cuantas en un tendido donde siempre se elevan las mismas voces en los mismos lugares. Además de capacidad, un torero tiene que venir armado de paciencia.
Hoy lo sabe Diego Ventura, que comprendió pronto que no es este público el mismo que ocupa el abono cuando suele venir él por Las Ventas. Este que grita, que exige que le den gusto y que se cree con la verdad absoluta en materia taurina le hubiera puesto en duda más de una Puerta Grande, porque no es Diego muy dado a hacer las cosas como quieren los demás, pero comprendió pronto que hoy lo importante estaba en la cara de los dos mansos.
Porque así fueron los de Los Espartales. Ese Nazarí en la seguridad del toreo de costado, con la cara reduciendo el ímpetu de dos toros queriendo ponerse por delante. Ese Bronce con el quinto, sutil para citar sin batir para no violentar al bicho. Ese Dólar levantando a la plaza con el par sin cabezada y ese Remate acostándose sobre el morrillo del toro ya aplomado para permitir que lo partiese en dos Diego de un rejonazo. Una oreja le cortó a ese quinto. La única que se paseó en la tarde.
Porque la que pudo cortarle Urdiales al cegarato Esparraguero que hizo tercero se quedó en una estocada chalequera de guardia evidente. Antes había conseguido azuzar el celo del animal, ponerse menos de frente que en otra ocasiones porque hoy la visión del toro aconsejaba otra colocación, otra forma de proceder sin abandonar el concepto puro y frontal de Diego. Pero tenía que abrirlo para ligar, Tenía que consentirle la llegada y dejarlo arrimar a su figura si quería afianzarlo y construir una obra. Fue generoso en todo Urdiales con el bou, pero también pasó un quinario para ponerse por el ingrato pitón izquierdo. Y todo eso con la paciencia infinita que hay que tener para no aguantar exabruptos ni gritos de Viva el Rey tan fuera de tono
A eso está acostumbrado El Juli, que tiene que hacer el pino-puente con una mano a la espalda para volver a rayar al nivel que deja en Las Ventas. Porque hizo convencer a los demás de que alargaba la voluntad del Cuvillo tercero. Ese jabonero sucio, bien hecho y de puntas al viento, le quiso regalar su entrega hasta que le duró, que no fue mucho. Luego todo fue defensa, pasada vulgar y cierre de opciones para un torero que nunca se resignó a los defectos del encierro. Ni a las voces del tendido, que vitoreaban al Rey, a su casa, a su trabajo, ni nada de lo demás van a hacerles cambiar su opinión.
Porque en un espectáculo democrático como este, se tiene en cuenta el criterio del ganadero, y eso no suele ocurrir en otras disciplinas.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Las Ventas, Madrid. Corrida extraordinaria de la Beneficencia. No hay billetes.
Dos toros de Los Espartales (primero y cuerto), justos de presencia y mansos, cuatro de Núñez del Cuvillo, correctos de presentación y justos de fuerza, y un sobrero (sexto bis) de La Reina. Manso y sin fijeza el deslucido primero; de gran nobleza y calidad sin fuerza el segundo; con empuje y entrega condicionado por la vista el tercero, aplaudido; manso y sin celo el aplomado cuarto; de buena calidad muy a menos en el fondo el bello quinto; devuelto por inválido el sexto; con movilidad sin ritmo ni fondo el sexto bis.
El rejoneador Diego Ventura: ovación y oreja.
El Juli (sangre de toro y oro): ovación y ovación que no recoge.
Diego Urdiales (grana y azabache): ovación tras aviso y ovación.
PARTE MÉDICO DE PIRRI: