Rafaelillo, Manuel Escribano y Alejandro Talavante hacían el paseíllo este sábado, 4 de junio, en la penúltima de la Feria de San Isidro con un encierro de Adolfo Martín. A las siete arrancaba el paseíllo.
Rafaelillo cobra una oreja de Ley al primero
Se dobló bien por bajo Rafaelillo para recoger al primero, un toro de muy seria cara en sus 515 bien reunidos kilos, que empujó con la cara alta en el caballo y esperó por el pitón izquierdo en banderillas. Como no andaba sobrado de poder, ni de fondo, decidió el murciano quedarse entre las rayas de picar, sin obligarle demasiado. Por el derecho pasó el torneo sin más, al paso, sin emoción, pero sin molestar a media altura. Por eso se pasó pronto Rafael la muleta a la izquierda, por donde el toro tuvo más emoción, al menos en los dos primeros muletazos de cada serie, en los que se notó tan noble como codicioso. Rafaelillo, templado e inteligente, lo toreó en tandas cortas, buscando subir la temperatura de los tendidos con naturales de muy buen concepto, de medio recorrido pero intenso por el temple, el ajuste y el ritmo que le imprimió. Después quiso redondear su labor por derechazos, esta vez poniendo el torero esa emoción que al toro le faltaba por allí, animando con la voz, encajándose entregado y muy dispuesto. Muy buena faena de Rafaelillo, que cobró el justo premio de la oreja tras un espadazo certero.
Solvencia de Escribano ante un desdibujado «Adolfo» segundo
El templado quite de Alejandro Talavante al segundo, por gaoneras y revolera, dejo ver el templado son del primer «Adolfo» del lote de Manuel Escribano, al que banderilleó con soltura y lucimiento, sobre todo en el tercer par, un violín al que acudió el toro al paso, muy despacio, mientras el torero le esperó sin dudarle nunca. Lo cierto es que no tuvo maldad el toro, aunque tampoco embistió franco siempre, pues o se quedaba corto a veces, o se giraba sobre las manos obligando al torero a corregir su colocación, o se vencía por el izquierdo cuando veía luz entre el cuerpo del torero y la muleta. Sin embargo, cuando Manuel acertó en enganchar la embestida y llevarla muy cosida a su muleta, consiguió muletazos completos de mucho valor, jaleados por el público, aunque casi nunca consiguió ligar dos de esta dimensión, por lo que la sensación de conjunto no existió, sólo algunos pasajes aislados interesantes sin redondear. Hubo una serie de naturales de interés, aunque no fue suficiente para levantar el ánimo del tendido, mucho menos después de los pinchazos. Silencio.
Talavante, silencio en el tercero: sólo le queda una bala para ganar su apuesta madrileña
Talavante se jugaba su última bala en el San Isidro al que le apostó todo y en el que, hasta ahora, ha sembrado más dudas que certezas. Por eso las cuatro verónicas que hilvanó candenciosas al tercero supieron a promesa, más allá de que el comportamiento del veleto en los dos primeros tercios no apuntara calidad. Al contrario, exigió el esfuerzo de los banderilleros, que tuvieron que llegar muy cerca de los terrebos de un toro que le esperó con reservas siempre. Un espectante silencio se apoderó de la plaza cuando, sin especular, Talavante tomó la muleta en la mano izquierda para empezar a torear. Hubo aseo en esa primera serie, y auqllo no fue algo ligero, porque el toro, sin ritmo, soltaba un derrote inesperado y violento por arriba cuando sentía los hilos rojos, sin embargo, Alejandro templó y limpió las embestidas con gracia y una difícil facilidad que, después, no le fue tan valorada. Por derechazos el toro fue aún menos claro, reponiendo y punteando. No obstante, un par de muletazos cayeron severos. Volvió Talavante a coger la izquierda, con los impacientes ya tocando las Palmas, para dejar un par de naturales buenos de verdad, por el mérito del mando y el gusto aunados en su trazo, pero aquello no era suficiente para colmar las altas expectativas que hay puestas en este torero, que además falló estrepitosamente con los aceros, por lo que se silenció su labor.
Rafaelillo se impone con valor ante el «regalito» que hizo cuarto
Una ovación marcó la salida del serio veleto que hizo cuarto, un toro de alegre galope que llegó con pies y se revolvió pronto en el capote de Rafaelillo, que invirtió los terrenos para ganar los medios en una de esas lidia antiguas que tan bien conoce y que reconoció el tendido con otra sonora ovación. Igual que la que se llevó Agustín Collado, después de un segundo puyazo espectacular, ofreciendo los pechos del caballo, echando la vara adelante y marcando el castigo en todo lo alto tras el encendido galope del toro al peto. Pero en la muleta el toro fue mentiroso, detrás de su aparente falta de interés se escondía un poder dormido pero violento y agresivo cuando estaba ya en la jurisdicción del torero, a donde llegaba andando, dormido, sigiloso, pera después soltar el hachazo. Rafaelillo, sereno y siempre muy cruzado, tuvo siempre las ideas claras para ganar la acción y robar, cuando vio la oportunidad, algún muletazo de un mérito increíble. Metió la espada al segundo intento, pero la seriedad de su responsable y valiente tarde quedó ahí.
Ovación al valor y al esfuerzo de Escribano con el imposible quinto
Salvó bien Escribano la portagayola al quinto, aunque el toro le robara el capote en las apuradas verónicas que le siguieron. Y es que pronto dejó ver el veleto esa condición de poca humillación y derrote suelto, que nunca cambiaría a lo largo de la lidia. De hecho, tardó poco en quedarse también con la muleta del sevillano tras otro criminal puñetazo en la primera serie. Escribano lo intentó por ambos pitones, con la molestia del viento incluida, y se plantó firme para buscar limar tantas asperezas, pero el toro, al contrario, iba a peor, porque cuando Manuel le obligaba por abajo, la protesta agresiva no se hacía esperar. Así que echó mano del oficio para robar cualquier resquicio de embestida que le valiera para templar la muleta y componer en las pocas ocasiones que tuvo, mientras que el resto del tiempo intentó esquivar las balas que silbaban por todas partes. Y llegó el susto, en un arreón intempestivo del toro le achuchó (afortunadamente) con el testuz, librándose milagrosamente de la cornada. No había nada qué hacer más que meter el brazo con la habilidad que lo hizo Manuel, tirando al toro patas arriba. Valiente. Una ovación valoró su gran esfuerzo.
Ni el sobrero de Garcigrande rescata a Talavante de las sombras
Justo cuando se desvanecía la apuesta de Talavante con un «Adolfo» que apenas se sostenía en pie, el presidente decidió darle una última oportunidad al extremeño echando para atrás al titular y dando salida al sobrero de Garcigrande, un corpulento animal de más de 600 kilos, de comedias defensas que se enceló bajo el peto en sendos largos puyazos, de los que salió, como es normal, no sólo con el poder contado sino parado tras una primera serie en la que Talavante se quiso hacer con las embestidas del toro por abajo. A partir de entonces, Alejandro hubo de jugar con los tiempos para darle aire al toro, que se recuperase, y entonces sí tirar de él sin afligirle, siendo más lúcida una serie de naturales a las que el Garcigrande no acudió mal, pues lo hizo humillado y con intención, pero sin la vida necesaria para que aquello trascendiera. Así se fue diluyendo el San Isidro del regreso de Talavante, uno en el que no ha terminado de salir de las sombras, aunque se le agradece el gesto responsable de anunciarse varias tardes y con distintos encastes. Seguro nadie, ni él, se esperaba tan triste resultado. Fiel imagen de ello fue su forma de fallar con los aceros.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Las Ventas. Penúltima de la Feria de San Isidro. Corrida de toros. Lleno.
Toros de Adolfo Martín, noble y fijo fue el primero, de mejor pitón izquierdo; deslucido y sin chispa el segundo, que nunca se entregó ni embistió dos veces igual; deslucido y reponedor el tercero; desarrolló peligro el cuarto, que llegaba dormido a la muleta para soltar el hachazo después; se guardó el poder el peligroso quinto, que soltó derrotes a diestra y siniestra buscando al torero;
Rafaelillo (grana y oro), oreja y ovación.
Manuel Escribano (verde botella y oro), silencio y ovación.
Alejandro Talavante (verde billar y oro), silencio y pitos.
FOTOGALERÍA: LUIS SÁNCHEZ OLMEDO
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