EMILIO TRIGO
Llegaba
la penúltima de Feria al Coso de la
Misericordia de Zaragoza en la tarde de este sábado, penúltima del abono
maño. Juan José Padilla, José Antonio ‘Morante
de la Puebla’ y Alejandro Talavante hacían a las seis en punto el paseíllo. Se lidiaba un encierro de Núñez del Cuvillo.
Una corrida de toros que resultó accidentada y muy emociónate
en todo. Un festejo que tuvo un buen encierro
de Cuvillo que sacó muchas virtudes. Entrega, fijeza y nobleza entre sus
buenas notas. Un tarde que se pasó de la
fatalidad de Padilla, a la genialidad de Morante y a la alquimia de Talavante; para posteriormente franquear el enfado de un
público enfurecido por un presidente en actitud egoísta y sin la más mínima
sensibilidad, al éxtasis de la gloria del Ciclón en el sexto y a la apoteosis de un espectáculo inolvidable.
Juan José Padilla se fue a chiqueros a recibir al primero. Toro
que salió en rectitud y sin obedecer al capote de Padilla. El Cuvillo le propinó un tremendo pitonazo al jerezano que se quedó
prácticamente inconsciente. Se derrumbó antes de entrar en la enfermería. Morante se hizo cargo del toro y le dio
jabón en varas. José Antonio destapó su singular personalidad en algunos
contados de gran expresión «marca registrada de la Puebla».Detalles, trincherillas y muletazos con la diestra de mucho contenido. En
frente, un Cuvillo manejable pero
que soltó un poco la cara. Un trasteo del sevillano con algunas perlas.
Debido
a ese percance cambió el orden de la lidia y el segundo fue para Talavante. Alejandro enjaretó un precioso recibo de capote donde la verónica a
pies juntos resultó templadísima. El extremeño cuidó a su oponente en varas
sin apretar el castigo. Alejandro
protagonizó una faena al más puro estilo de su toreo. Ese toreo que nace y que
no se fabrica, con una muleta
prodigiosa y cautivadora de todos sentidos. Talavante volvió a obrar el
milagro con un temple exquisito y con un fondo oceánico. Ligazón y muchísima profundidad
con un torero estático y vertical. Todo ante un Cuvillo de gran fijeza y
obediencia. La espada se fue abajo y se quedó en una importante oreja.
Devuelto
por inválido fue el tercero. El tercero bis, muy hondo que tuvo un viaje cortito
en el capote de Morante. El Garcigrande se adueñó de una lidia
caótica embistiendo de muy mala gana. El
bis no tuvo uno. Astado que soltó la cara a diestro y siniestro, por lo que Morante se lo quitó del medio.Tremendo enfado del público y enorme bronca.
El
cuarto fue un toro muy abierto de sienes pero bien hecho. Un toro que le faltó
mejor remate del muletazo puesto que al final tiraba un derrote. El Cuvillo tuvo entrega y buen inicio del
viaje y mucha nobleza. Un toro que
permitió al «Alquimista» del toreo expresarse en plenitud. Alejandro nuevamente
pareció jugar al toro puesto que hizo con él de todo. El extremeño abrió el abanico de su tauromaquia para disfrutes de los
presentes y entregó en cada muletazo su propia alma. Sensacional Talavante con un verdadero compendio de
estética y temple en una obra de extremada belleza. Alejandro incluyó de todo
en su personal faena. Estocada casi entera, aviso y oreja.
Morante destapó la verónica más
acompasada y aterciopelada del interior de su ser ante el quinto. Muñecas
abiertas, cogiendo en cortito el percal y palmas de las manos que acariciaban
el capote en cada sutil lance. Locura y
pasión levantó el sevillano en el recibo al quinto. Los mismos sentimientos
que en su personal faena. José Antonioofreció ese toreo que le diferencia y le hace único. El genio de la Puebla toreó con la belleza más arrebatadora e
imperfecta que existe. Un Morante en color pero con toreo en blanco y
negro. Tauromaquia de siglos pasados en
plena época del futuro. El Barroquismo sevillano a en la muleta talló una
faena majestuosa, como si se tratara del altar de una catedral. Para los restos
de los siglos, ahí quedó eso. José
Antonio esculpió el toreo ante un buen toro de Cuvillo que embistió muy dulce,
fijo y entregado a la muleta del cigarrero. Un punto venido a menos. Una
oreja, pero después de lo visto, los apéndices son mero trámite. Aunque bien es
cierto, que el premio era de dos y muy grandes.
La historia del festejo no había acabo con todo lo bueno
vivido. Faltaba lo que fue la traca final. Padilla
reventó la plaza de La Misericordia a base de la entrega más absoluta y
sincera que lleva un su corazón. Juan José en contra de los doctores salió a
estoquear el sexto… ¡Y vaya como lo estoqueó!. Hasta la gamuza en todo lo
alto. El Ciclón formó la mayor
inclemencia posible y arrasó convertido en huracán. Un torero que entregó
el alma a su profesión y el cuerpo al buen toro de Cuvillo. Juan José lo recibió con un público que
supo valorar con clamor el regreso al ruedo del jerezano. Padilla se tiró otra vez de rodillas para engarzar tres largas
cambiadas y varias verónicas de riñones metidos. Ahí la plaza ya era un
hervidero. Un toro que hizo las cosas muy bien y que la cuadrilla lidió a
favor. Juan José Padilla lo cuidó en
varas y después, apretó más la tuerca en un variado y profesional tercio de
banderillas. El último al violín. Las palmas echaban humo por entonces. La faena de Juan José que brindó al cielo y
a Zaragoza tuvo un injusto resultado por un insensible presidente. Persona
no apta para repartir equilibrio, puesto que, con su falta de criterio lo que
adjudicó a Juan fue la mayor de las injusticias
posibles. Presidente en actitud altiva dejando el «único» pañuelo
hasta el final de las dos clamorosas y emocionantes vueltas al ruedo de
Padilla. El de jerez ofreció su
repertorio y defendió su tauromaquia hasta la saciedad. Esa que le ha llevado a
ser figura del toreo y que es venerada por millones de legionarios. Un Padilla que además toreó ligado y
encajado al natural por donde basó principalmente su enrazada labor. Un natural
de trazo largo y perfectamente ligado con el de pecho. Por el diestro, carrusel
con una muleta tapando la salida y un torero dando tiempos a su noble
antagonista. Antes volvió a ponerse de hinojos para iniciar una labor en el
tercio dando el pecho y el corazón a la vez. En definitiva, Padilla dio lo mejor de Padilla y ganó el
tributo de una afición que abandonó la plaza muy enfadada por culpa del inepto
del palco. Oreja que no contentó a nadie.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Zaragoza. Octava de la Feria del
Pilar. Corrida de toros. Lleno.
Seis toros deNúñez
del Cuvillo.
Juan José Padilla, herido en el primero y
oreja con fuerte petición de segunda y dos vueltas en el sexto.
José Antonio ‘Morante de la Puebla’, palmas, bronca y oreja.
Alejandro Talavante, oreja y oreja
FOTOGALERÍA: @TOROSZARAGOZA