Rompió, por fin, la feria de Bilbao con un excelente
espectáculo al que, hoy sí, acudió casi una plaza entera. Los que se dieron
cita en un Botxo al que ya le llueve menos vieron tres toros de note y de fondo
de Garcigrande y tres figurones del toreo exponiendo armas para que mereciese
la pena el precio de la entrada.
Lo mereció para ver a un Enrique Ponce que cada día torea
mejor, con su concepto vertical, de mano desmayada acompañando viajes que
previamente ha moldeado. Él se llevó uno de los toros buenos de la tarde, que
salió en primer lugar para que variase el valenciano su repertorio con pases de
pecho afarolados y monumentales cambios de mano que hicieron rugir la plaza.
Dos orejas hubieran sido de haber salido cuarto.
Y de haber tenido Matías un poco más de sensibilidad. Porque
medir la colocación de la estocada con el faenón de Juli al quinto es de
mendrugo con ínfulas de megaestrella con traje barato. Julián se rompió con un
toro que siempre fue a más, que siempre sacó el fondo ante la exigencia de mano
baja de un torero tan abandonado que escuchó un aviso mientras aún cuajaba al
de Garcigrande. Es, tal vez, la faena más rotunda de Juli en Bilbao. Aunque no
se lo crea Matías.
A Perera tampoco le ayudó el presidente, como no lo hicieron
ninguno de los toros que enlotó. Aún así pudo verse a un torero templado que
tiene valor para merendar pitón entre la cuerna, pero sobre todo para pasarse
muy despacio por la faja a uno díscolo y renuente y a otro con disparo, más que
clase en su movilidad permanente.
Una gran tarde de toros por la variedad, la entrega y por la
materia prima. Tres figuras y tres grandes toros, gran espectáculo.