Así está esto. Prima el resultado y una oreja o una vuelta es lo que suena, lo que llega a los oídos y los ojos después de todo. Pero el toreo, eso que queda de verdad en la memoria de los aficionados, se queda escondido bajo un silencio lapidario.
Es cierto que hay que triunfar para sonar y que un novillero debe perseguir el éxito a como de lugar para poder funcionar, pero cuando un triunfo liviano opaca la verdad del poco toreo bueno que pudo haber (como sucedió hoy en Cali), aquello resulta injusto.
Tres largas cambiadas de rodillas dieron alegría al saludo capotero al jabonero segundo, un novillo noble, bueno, pronto y enclasado que se movió con transmisión y ante el que Anderson Sánchez puso más voluntad que conocimiento, pues las virtudes del animal desnudaron su bisoñez hasta dar con sus huesos en la arena. No obstante, dejó algún muletazo de buena factura y la evidencia de una voluntad a prueba de bombas. Una buena estocada y la intensidad del trasteo propiciaron la petición del trofeo concedido. Y buscando la puerta grande se fue a los medios para echarse de rodillas frente a chiqueros, suerte que resolvió con soltura antes de recoger una embestida suave y bondadosa, que adornó con un quite por medios faroles y caleserinas. Fiel a su estilo, todo pundonor, cambió por la espalda las embestidas un par de veces en los medios, muleta en mano, para después intentar estirar los viajes de un animal que resultó pegajoso, aunque noble y manejable. No obstante, su falta de oficio y la presencia del viento pudieron evitar que dominara mejor los finales de cada embestida, que terminó generando cierto ambiente a descontrol y a la superioridad de un animal que no fue tal. Tras una estocada defectuosa y de rápido efecto se dio una vuelta por su cuenta.
Tuvimos que esperar hasta el cuarto para ver el treo acompasado, esta vez a la verónica, ajustada y encajada de Dinastía, que dibujó un puñado de lances cadenciosos. Sin embargo, en la muleta no tuvo el mismo ritmo ni la misma intención, pues aunque fue obediente, redujo el recorrido y se revolvió con prontitud para obligar a corregir la colocación del torero constantemente, desluciendo el conjunto, aunque sin reducir el mérito del novillero que siempre encontró la fórmula para limpiar los muletazos.
Más complicado lo tuvo con el manso, distraído y rajado el primero, que no permitió a Juan Dinastía nada más que intentar pasarlo y sujetarlo en su camino defensivo a la puerta de chiqueros. El novillero porfió junto a los tableros para dejar en evidencia su voluntad, pero poco más pudo hacer. Al final, por agotamiento, el novillo aceptó una serie de mérito por derechazos en los medios, antes de que el antioqueño le recetara un golletazo suelto, que necesitó otra espada atravesada y un descabello.
El tercero, más fuerte y mejor hecho que los anteriores, arreó con violencia en banderillas, soltó la cara con agresividad y se quiso colar con sentido. Felipe Miguel, que debutó con los del castoreño, mantuvo una sobriedad inesperada ante tal compromiso. Es cierto que le costó encontrar el reposo para ordenar las no pocas dificultades del novillo y que, poco a poco, con más ganas que técnica (algo obvio), supo dar la cara, pasarlo y dejarle una estocada que le valió el sincero reconocimiento a su esfuerzo. El sexto le dejó estar más y mejor, pero por lo mismo le exigió más de su parte y, aunque se quedó quieto y atacó con decisión, el novillo no terminó de poner de su parte para que el conjunto tuviera lucimiento.
FICHA DEL FESTEJO
Domingo 25 de diciembre. Plaza de Toros de Cañaveralejo, Cali, Colombia. Primera de abono. Menos de un quinto de plaza.
Seis novillos de Paispamba, de presencia variada y correcta. Resultaron mansos los 1º y 6º, uno por aquerenciado y otro por aplomado. Los demás tuvieron un comportamiento valorable. Destacó el noble segundo. Pesos: 430, 417, 478, 435, 408 y 426 kg.
Juan Dinastía (celeste y oro): Silencio tras aviso y silencio.
Anderson Sánchez (azul pavo y oro): Oreja y vuelta.
Felipe Miguel (azul marino y oro), que debutó con picadores: Silencio en ambos.
FOTOGALERÍA: DIEGO ALAIS