FOTOGALERÍA: MARCO A. HIERRO
Cuando El Juli cruzó el ruedo buscando la salida de la plaza, apenas media docena de personas se agolpaban sobre la puerta batiendo las palmas, hasta que uno de ellos, un matador de toros, le gritó “¡Torerazo!”. No era para menos, lo de Julián López hoy en Vistalegre fue toda una demostración de capacidad, de poder, de torería, de ciencia… y de paciencia.
Paciencia con los toros, para esperarlos, para someterlos y dominarlos hasta, finalmente, robarles la voluntad. Paciencia también con el público, con ese que te saca a saludar una ovación una vez se rompe el paseíllo como reconocimiento a aquella, ya inolvidable, faena en el pasado festival de Las Ventas, pero que, una vez te tapas en el burladero para esperar la salida del primero, carga el rifle para estar presto a cualquier excusa para dispararte sin miramientos. Y es que, cuando aquel díscolo cuarto salía soltando gañafonazos al aire y dibujando ochos en la arena en el sentido contrario del que El Juli le marcaba con su muleta, ya alguna voz reclamaba su colocación, o la altura de la muleta, o yo qué sé… Como si a Botero le cuestionaran los tan famosos volúmenes de sus cuadros cuando apenas está grapando el lienzo en la madera para templarlo y disponerse a pintar. Lo mismo.
Cierto halo de incredulidad había en el ambiente, a la espera de ver qué hacía el madrileño con aquello que tenía por delante y que, en sus malas (malísimas) formas, escondía un fondo de exigente casta, como casi toda la corrida. Entonces apareció la ciencia, porque El Juli convirtió su muleta en lima para pulir las agudísimas aristas de las descompuestas arrancadas, muletazo a muletazo. Primero en línea y hacia afuera para ganar el paso, dejarse ver y conseguir que los 8 se convirtieran en las rosquillas del santo. Después amarrándole al suelo la cara al toro con las telas para corregir las tarascadas al aire, al tiempo que adelantaba los toques para que bicho no perdiera el objetivo, hipnotizándolo, domándolo, sometiéndole con el poder brutal que tienen sus muñecas ante la atónita mirada de los que sí tuvieron paciencia. A la cuarta tanda, Julián se hundió en la arena carabanchelera, desmayó el trazo y le sopló un puñado de derechazos soberbios. El toro ya era otro, ahora sus intensas arrancadas se habían convertido, gracias a la autoridad del madrileño, en embestidas poderosas. Montado el lienzo, ahora sí, era el momento de pintar. Los naturales cayeron rotundos, renovados en el toreo más vertical de Julián, quizá en su versión más libre. El broche fue un cierre por luquesinas de arrebato soberbio y emoción desbordada que, hasta los más incrédulos e impacientes, no tuvieron más remedio que aplaudir. Falló la espada y lo que pudo ser una de sus grandes obras se quedó sin firma. Sin embargo, ahí quedó eso. Brutal.
Ya en el primer toro, uno de los mejores del interesantísimo encierro de Alcurrucén, El Juli marcó territorio. Un ajustadísimo quite por chicuelinas y una media maravillosa fueron su declaración de intenciones. Y en la muleta todo fue a más, siempre a más. Un despliegue de serena capacidad para hacerse pronto con los mandos de aquello y cuajar por el pitón derecho varias series de planta firme y cintura suelta, sin forzar la figura, líquidas. El izquierdo no fue tan claro al principio, pero nada es imposible en las manos de este Juli. Pero el acero se cargó todo. Tarde de triunfo gordo (como los de Botero) que no pudo ser.
También se le atascó la espada, con el quinto, a Manzanares. Y mira que ya es raro. La de hoy fue una tarde esforzada del alicantino, que no terminó de someter del todo a dos toros con correa, con ese punto de aspereza en sus emotivas embestidas. El segundo tuvo más peligro, porque se frenaba justo en el embroque para levantar la cara y buscar un nuevo objetivo, unas veces por arriba del estaquillador y otras veces buscando el pecho. Quiso Jose María domeñarlo por abajo y llevarlo hasta el final, pero no lo consiguió siempre y el toro, en una de sus peligrosas coladas, terminó enviando de un puntazo seco a Manzanares por los aires. No se lo pensó el torero, que recogió el acero para sepultarlo como un disparo en el morrillo del Alcurrucén. La faena del otro, al que pinchó, fue como un intercambio de golpes. En una serie salía Manzanares enrabietado porque el toro le ganaba la acción, punteaba la muleta, le desbordaba y reponía, y a la siguiente se imponía el alicantino desde el principio, mandando por abajo, castigando con temple las encendidas embestidas del toro. Entonces salía con la frente en alto, sabedor de que ese punto era suyo. Si bien la faena tuvo mucha intensidad, falló la continuidad.
La misma que se echó de menos toda la tarde en el murciano, pues tuvo Ureña uno de los mejores toros del sexteto. El tercero, que dejaba ascuas encendidas en cada envite, porque era puro carbón. Sólo había que provocarle las arrancadas, porque no las regalaba, pero una vez se decidía, era como una locomotora. Paco Ureña lo intentó y consiguió conducir aquello con cierto interés, pero cuando le tocaba poner su parte, poner aquello que le faltaba al toro, falló y todo se vino abajo. La pena fue que no pudo enderezarlo con el manso sexto, el único que no sirvió y buscó las tablas tan pronto como se quedó sólo con el murciano en la arena. Nada qué hacer.
Gran tarde de El Juli, plena de maestría, privándole los aceros de un triunfo incontestable. Interés, dentro de la desigualdad, en los toros de Alcurrucén, complicados los de Manzanares, que hizo el esfuerzo, y seriedad de Ureña, sin poder rematar. pic.twitter.com/o1tZrNeOtr
— Toros (@toros) May 15, 2021
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Vistalegre. Tercera de la Feria de San Isidro. Corrida de toros. Unas 3.000 personas en los tendidos.
Toros de Alcurrucén, de buena presencia y picante en el fondo. Todos con intensidad y temperamento excepto el manso sexto.
El Juli (verde hoja y oro): ovación y ovación.
José María Manzanares (burdeos y azabache): ovación y ovación.
Paco Ureña (tabaco y oro): silencio tras aviso y silencio.