Madrid, 2 de mayo de 2015
A Madrid se viene dispuesto a morir… o no se viene. A la calle de Alcalá no la recuerda nadie por ser benévola con el birlongo, amable con el ventajista o frívola con el pinturero. A Madrid se viene a demostrarle al mundo que ser torero es una cosa muy seria. Tanto que los hombres matan y mueren por atravesar en volandas la puerta que da a la gloria. Y es ésta tan etérea…
Ni Morenito de Aranda ni López Simón saben a cierta cierta cuánto valdrá esta tarde en la cuenta del futuro, pero la sensación de hoy ya no se la quita nadie. Ni a nosotros tampoco, porque vivimos una tarde de emoción a raudales, profundidad de formas, alma, vida y corazón colgando de doce pitones con el hierro de Montealto que a esta hora ya valen más caros de lo que se pagaron hoy. Porque hirieron y entregaron a partes iguales a quien quiso reventar Las Ventas. Y reventó el solar grande en una tarde en que ninguno de los tres coletas salió por su propio pie.
En hombros de fue el de Burgos, metido desde el principio porque ya había tenido en los labios el roce de aquella puerta. De rodillas ante el altar de los sustos por dos veces en una tarde, fue con el castaño quinto, de amplio pecho, acusado morrillo y generosa badana cuando se terminaron de alinear los planetas de su tauromaquia. Jesús nunca hace nada porque sí. El de Aranda, al que le salieron los dientes delante de una becerra, tiene a sus casi treinta el poso del oficio colgando del alamar, la sombra de la paciencia templándole la cálida sangre y la frente despejada de metas volantes porque sabe que lo que cuenta es la que está en el final.
Esa la llevaba en el lomo el serio Frutero quinto, que usó la arremangada cuerna para humillar y humillar, pero siempre con disparo, dándole dimensión a los toreros doblones que sabe el de Aranda que aquí son religión. Distancia luego, que eso también los calienta; pero muérete en el embroque, ofrece el pecho de plano, saca de atrás la muleta y a reventar de toreo… ¡Qué sensación más grande! A más en la entrega el de Montealto y a menos la velocidad alocada que se fue convirtiendo en templado trote. Hasta que llegó el ralentí, la pausa en el mismo trazo, la bocanada de alma que transformó el Moreno en vida antes de reventar a Frutero de un sensacional espadazo. Dos orejones de golpe le cayeron en las manos, y le arrebató con el alma el futuro que colgaba del pitón.
Antes lo hizo a la brava un López Simón al que esta tarde le pareció perfecta si había que morir. Le había entregado los muslos al colorao tercero cuando le devolvió éste guadañazos de pitón zurdo al manejar el percal. Tuvo que imponer su ley doblándole las costillas al poderoso Durmiente hasta que comprendió el animal quién llevaba el mando allí. Le gobernó Alberto la humillación emotiva, le echó la diestra a la arena para ofrecerle mucho viaje y poco trapo, con más verdad que una sentencia para citarle arrancadas y vaciar intenciones. Intenso todo, arrebujado con el imponente animal para merendarle pitón sin que llegase a tocarlo. Ya había pinchado una vez el de Barajas, pero fue todo entrega en la segunda. Tanto fue así que salió prendido y, ya en el suelo, el certero pitón le profanó las carnes antes de mostrar una oreja.
Pero le sabía a poco a un Simón que no había venido hoy a estar bien, sino a cambiar la vida por la puerta de la gloria. «Que me echen el otro», exigió sin un mohín. Y al otro, que salió cuarto para que no le durmieran la gloria, le puso encima las pelotas y el toreo de mano diestra que vació sin una duda por debajo de la pala. Valor para andarle cerca, muy cerca, con las carne partida en dos; serenidad indolente para ignorar el dolor y el miedo, apretar un diente con otro y trazar al infinito la arrancada de obediente chispa que le regalaba al alma la gloria de su pitón. Con una estocada en la yema se llevó a la enfermería el despojo que hacía de llave de la puerta que no atravesó.
Tampoco lo hizo Teruel, que se quedó en un par de tandas al informalón segundo antes de le que metiera el asta en el muslo izquierdo. De ajustada mano baja y limpieza en el suave trazo fueron las chicuelinas del quite al cuatreño que abrió plaza. Limpieza tuvieron dos series cuando comenzaba a encajar el toreo de su diestra con la recta pero obediente embestida enchispada del catañito segundo, que le partió la gloria a su alma con la punta de un pitón.
Pitones tuvieron todos por arrobas el día que reunió su encierro el hierro de Montealto, el que recordará el pagano cuando vuelva a hablar de toros, porque en el postrer saludo del mayoral orgulloso iba el agradecimiento de una afición entregada, de dos toreros felices y de uno que lo pudo ser si le hubiera dado tiempo a entregarle el alma al pitón. Y esa es la gran verdad del toreo.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Las Ventas. Tradicional corrida goyesca del 2 de mayo. Menos de media entrada en tarde soleada y calurosa.
Seis toros de Montealto, serios de presentación. Casi todos con posibilidades. Abueyado y sin gracia el noble primero; de recta pero obediente embestida el enchispado segundo; humillado y emotivo el buen tercero; noble y obediente con disparo el cuarto; humillador, enclasado y con transmisión el gran quinto; de movilidad a menos el sexto.
Jesús Martínez «Morenito de Aranda”, ovación tras aviso, dos orejas y ovación.
Ángel Teruel, herido.
Alberto López Simón, oreja tras aviso y oreja tras aviso.
FOTOS: LUIS SÁNCHEZ OLMEDO