LA CRÓNICA DE BILBAO

El corazón y los dedos


miércoles 23 agosto, 2017

Urdiales, Escribano y Ureña cortan orejas al ralentí de una corrida de Victorino en la que se dejaron los que embistieron despacio

Urdiales, Escribano y Ureña cortan orejas al ralentí de una corrida de Victorino en la que se dejaron los que embistieron despacio

MARCO A. HIERRO / FOTOGALERÍA: EMILIO MÉNDEZ

Del corazón a los dedos, por los conductos operativos, no debe distar más de medio metro. Esa es la distancia que propició hoy el toreo con los grises que se hicieron miel. Unos más que otros, porque palpitaron tres corazones, pero también hicieron llegar la vida con distinta intensidad a la yema de los dedos que mejor sienten los trapos. Ni una embestida completa de los cárdenos de oscuridad, pero ni una despreciable para el que quisiera apostar por ella. Sólo el de Salvador Domecq, un toraco musculado y bien hecho, fue cerrando la persiana a medida que tocaban a rebato hasta negarle el pan y la sal a un Ureña que todo lo propuso bien. Pero vamos por partes.

Si hablamos de corazón, hoy se lió a latir uno por encima de lo demás. A ese lo habían sacado a saludar cuando se rompió el paseíllo, recordando que de sus ventrículos nació el toreo la última vez que pisó este ruedo. A Urdiales lo transmuta Bilbao, y lo trae de vuelta a una temporada demasiado ayuna ya de la torería que se le derrama. Cuando a Diego se le templa el corazón es capaz de lancear a ese toraco cuarto con las palmas ofrecidas, con la panza echada al morro, las zapatillas clavadas y el paso perdido lo justo para remontar, para que no le remonte el gris y para dejar una media tan asentada en el embroque que supo a Curro hasta cuando se tuvo que quitar para no estar allí cuando llegase la cornada. Añejo. Torero. Vivo.

Ese fue el secreto de Diego cuando se le templó el ansia al de Victorino. O se la templó el corazón, que le late más despacio cuando camina por el Botxo. Allí, en los medios pizarreños, con dos metros hasta el toro, las puntas de los pies hacia el morro, el pecho entre los pitones, y la sutilidad del trapo tentando la voluntad del toro. Cuando se arrancaba despacio el cárdeno sin clase alguna, con la cara natural, ero lento en los ademanes, Diego veía la mina que siempre encuentra en esta plaza. Y le trazaba al ralentí, le esperaba el corazón la llegada para que marcasen los dedos la hora de torear, siempre hundido en la arena negra hasta que tocaban a rebato para volverse a colocar. Todo con torería, con gusto, con ese sabor que no tienen todos, pero siempre sabe a gloria en los que lo tienen. Fue una oreja lo de hoy, porque se empeñó el estoque en arrojar tinta en la firma con un medio sablazo que conviene olvidar. Lo demás, valió todo.

Incluso valió una oreja ara la retina de este cronista la forma de doblarse con el renuente primero, peligroso, orientado, a la caza, pero no zorrón. Pregonaba la falta de nobleza en cada media arrancada que moría antes de llegar al trapo. Y el trapo se lo echó en el morro Diego para bailarle alrededor: Sin prisa para abreviar, sin el ansia de pegarle uno, sin la urgencia o la ira de que no sirviera. La lidia de un toro así no puede tener asiento, pero sí torería, gusto, saber hacer. Y de eso le sobró a Diego hasta para meterle la espada. El tendido, sin embargo, no juzgó premiable una lidia tan importante. Pero así la firmó el de Arnedo, al que le sobra corazón y le cosquillean los dedos.

Exactamente igual que le ocurre a Paco Ureña, al que no le sirve cualquier cosa para claudicar a la urgencia de pasear el pelo. Fuera de ese capote que quiere cielo pero apunta al suelo con el envés de las manos apuntando a la cara del toro, todo en Ureña es pureza, verdad. Ni una media mentira para expresar lo que siente. A ese tercero que sacó calidad y hasta clase le encontró el pulso sin esfuerzo, sin búsqueda previa, sin tirones de por medio. Humillaba el Victorino en la humillación victorina, que no es tontorrona ni abúlica, sino parapeto de fondos. Por eso en los naturales de Paco veía uno cuatro fotos por trazo, como sin ralentizara el diapasón para sentir más profundo. Y profunda fue una tanda, ya mediada la faena, cuando ya tenía la entrega del toro metida en la bamba zurda y volvaba la franela para acariarle el morro, para cantarle bajito la nana del toreo caro. Tal vez no fue la faena rotunda, la obra superior ni la mejor de su vida. Pero fue tan sincera como la oreja que paseó.

Otra le arrancó Escribano al quinto, y pudieron ser dos. Porque fue ese el toro de la corrida y lo supo Manuel nada más saludarlo de rodillas y en chiqueros. Por eso lo cuidó en varas, le ahorró carreras en banderillas para quebrarle los bríos, le dio metros en el inicio para que afianzase su ímpetu y el fondo que atesoraba el funo le dijo que el toreo es despacio. Tanto que se durmió Manuel en algunos de los naturales que murieron en larguras. Tanto que se gustó con la diestra para acompañarle carreras que nunca fueron galope, que nunca tocaron tela, que fueron de corazón cuando se iban tras el de pecho. Lo disfrutó Manuel, que busca reencontrarse con su mejor versión. Poco a poco, que ya sabemos para quién son las prisas.

Por eso se toreó despacio con los del legandario hierro, que tienen fondo y carrete para embestir y embestir siempre que se les dé la importancia de no perderles respeto. Y hoy contempló muletazos buenos el ferruginoso albero, que fue de todo menos gris. Porque el toreo bueno -hoy se vio- se hace siempre muy despacio.

FICHA DEL FESTEJO

Plaza de toros de Vista Alegre, Bilbao. Quinta de la Semana Grande. Corrida de toros.

Seis toros de Victorino Martín y uno, el sexto bis, de Salvador Domecq. 

Diego Urdiales (azul pavo y oro): palmas y oreja. 

Manuel Escribano (nazareno y oro): ovación tras aviso y oreja. 

Paco Ureña (caña y oro): oreja y silencio.