MARCO A. HIERRO
La plaza de toros de Linares no se quedaba sin toros tampoco esta temporada y, para ello, programaba en la tarde de este 30 de agosto un cartel con tinte joven compuesto por Juan Ortega, Álvaro Lorenzo y Daniel Crespo. Se lidiaban toros de Luis Algarra y Juan Pedro Domecq. Al finalizar el paseíllo se guardó el correspondiente minuto de silencio, tras el que se interpretó el himno nacional.
El saludo capotero de Juan Ortega fue mejor que la embestida del toro, con desliz por el pitón izquierdo, pero con cierto freno a la hora de emplearse en un manojo de verónicas ganando el paso hasta la boca de riego. Y a menos fue siempre en el recorrido, porque le duró poco el fondo y cada vez se entregó menos, a pesar de la buena lidia de Ortega, la suavidad en las formas y su empeño en torear puro en detrimento de la ligazón. No así de la torería, porque no la perdió nunca, ni siquiera cuando se fue agriando el animal. Pero el fallo con la espada emborronó una actuación tremendamente atinada.
El segundo tuvo mejor fondo, tanto como auguraba su gran hechura. Toro de clase en el capote, que se deslizó con entrega y con prontitud en las suavídimas verónicas de Álvaro Lorenzo. Y fue mucha la reunión que experimentó el torero con el animal, porque mucha fue la calidad de un toro que se iba hasta donde le exigieses. Y le exigió Álvaro, que firmó series de extraordinario temple, sobre todo al natural. Largura, lentitud y reposo tuvo el toledano, que aprovechó esa perfecta forma de colocar la cara del de Algarra. Contundente con la espada, paseó las dos orejas de un toro para el que el manchego solicitó -y recibió- la vuelta al ruedo.
Basto, manialto y de cuello escaso era el tercero, tal vez más feo por haber visto antes al precioso segundo. Y se fue distraído en los primeros tercios, sin querer saber nada de trapos de Daniel Crespo y su cuadrilla. Esperó una barbaridad en banderillas, echó la cara arriba y se mostró bruto y hasta violento en ocasiones. Deslucido, protestón y saltarín, no le ofreció el animal ni una sola embestida limpia al bisoño torero de El Puerto, que anduvo bastante digno para lidiar con los cabezazos y la aspereza del toro. Muy compuesto, muy templado hasta el punto de extraer muchas más cosas buenas del bruto de lo que auguraban los primeros compases. El lunar fue la espada, que dejó la valoración en palmas.
El colorao cuarto era tan serio como bien hecho, con sus puntas vivas para adelante y con su humillación entregada en el capote de Juan Ortega, tan por el suelo el morro que terminó por partirse medio pitón con el suelo. Por eso se devolvió. En el mismo aire estaba el sobrero, del mismo hierro, que fue perdiendo recorrido con el capote, primorosamente manejado en verónicas por Juan Ortega. Y esa parsimonia se hizo presente también en el inicio de muleta, saboreando cada arrancada del animal, que pasaba aunque no terminase de entregarse. Supremo fue siempre el gusto de Juan, , que se vio privado, sin embargo, de poder exigirle al máximo al animal, dada su endeblez y su tendencia a emplearse. Hasta que llegó el toreo al natural, reunido, cadente y comprometido. Y rompió el toro. Profundo y puro Ortega. que terminó haciéndose con la voluntad de un animal que sacó el fondo de uno en uno. Qué calidad la de este torero. Bien en todo excepto con la espada, pero se concedieron las dos orejas sin una duda.
Serio era el quinto de Parladé, que siempre lo quiso todo por abajo, pero no terminó de rebozarse ni de repetir en la muleta de un Álvaro Lorenzo que no se aburrió de construir. Muy templado siempre, sin cansarse de hacer las cosas bien para intentar que rompiese el animal. Siempre por abajo, con el palillo por debajo de la pala, creció el toledano en una faena de mucho poso que rubricó con una estocada entera y que se premió con otra oreja.
El colorao sexto, el único con el hierro de Juan Pedro, lució dos leznas por delante y era toro por todas partes. Corto en el viaje, anodino en la arrancada y lento, muy lento a la hora de pasar. Embistió siempre andando y con la impresión de que en cualquier momento iba a echar el freno en las telas de Daniel Crespo. Pero fue a más el gaditano en su labor, y conquistando el tendido a base de chispa en la muleta. Nunca se descompuso ante el desorden del colorao, al que no dejó parar para que no pensase. Y era en ese enganche donde lograba el muletazo largo que calaba en el tendido. Buenas las formas y con fundamento el poso demostrado por Daniel en Linares. Oreja.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Linares, Jaén. Corrida de toros de la Feria de San Agustín. Agotado el papel vendido.
Tres toros de Luis Algarra (primero, segundo y tercero), tres de Parladé (cuarto, cuarto bis y quinto) y uno de Juan Pedro Domecq (sexto). Bien presentados. Sin entrega y a menos el primero; de gran clase y empuje el hermoso segundo, de vuelta al ruedo; deslucido, protestón y sin recorrido el áspero tercero; devuelto el serio y bien hecho cuarto por partirse un pitón; enfondado y con calidad y recorrido el cuarto bis; obediente sin clase el quinto; docilón pero anodino el serio sexto.
Juan Ortega, silencio y dos orejas.
Álvaro Lorenzo, dos orejas y oreja.
Daniel Crespo, palmas y oreja.