A partir de esta noche, ya con la iluminación artificial sobre el albero de un Baratillo añorante de cuanto había sucedido quince minutos antes, ese Escribano que abandonaba la Maestranza sin que nadie se hubiera ido antes que él será mucho más caro que hoy. Al menos, en el patio de su casa, que es donde lleva ya tantos hitos firmados a la historia que se hace imposible su ausencia, incluso para una empresa tan ‘sensible’ como la actual. Era la de hoy -tal vez- la tarde con más responsabilidad de cuantas se ha anunciado el de Gerena en esta plaza, porque era la primera de las tres que le ha conseguido sacar a Pagés en este año tan agotador. Será por lo bien que lo hacen en la calle Adriano.
Precisamente por eso tenía todas las miradas empresariales iluminando en rojo su entrecejo, y la corrida de hoy lo ha revalorizado, para desazón de quienes lo pretenden etiquetar de prescindible. Es más, Manuel se ha disparado al infinito con un ‘Mosquetón’ que salvó a Victorino Martín de un petardo en su plaza fetiche. Tras ese toro, codicioso, emotivo, bravo y temperamental, quedaron olvidados los demás, cuya huella se perdió entre los surcos que dejaba ese quinto en la arena sevillana. Un toro de triunfo, sí, pero también de apuesta, porque más de medio escalafón hubiera corrido el peligro de sucumbir a su bravura. Escribano, no.
Manuel supo ver muy pronto las virtudes del animal, que salió como un obús por la puerta donde lo esperaba de rodillas un torero de marino y oro. Se lo quería comer ‘Mosquetón’, le rebosaba la fijeza mientras embestía con transmisión en el capote a la verónica de Manuel, donde ya se atisbaba un nuevo hito de Escribano y Victorino en el albero maestrante. Pero fue en banderillas donde se inició la locura, con dos cuarteos por los adentros en los que expuso el de Gerena su gran capacidad. Pero fue el último, sentado en el estribo y colándose entre el palmo que había entre el pitón y las tablas, el que puso Sevilla a sus pies. Ya estaba la tarde pintada de azul.
O de gris, porque ese galope franco y humillado que le sacó ‘Mosquetón’ en la sarga sirvió para encumbrar un inicio de doblones templados para imponer ritmo y orden. No era fácil. No lo era en absoluto, pero se desbordaba el brío y el temperamento pidiendo un gobierno audaz. Necesitaba gobierno, pulso, imposición, porque corría Escribano el riesgo de que se le montase encima; pero está tan versado Manuel en victorinos y en Sevilla que la apuesta que le dio desde el principio terminó engrosando su leyenda. Lo hizo conduciendo por abajo y amarrada la embestida desbordante, cuidando de no descarrilar ni quedarse corto en el trazo. Lo hizo echándole el trapo adelante para no dejarlo pensar y muriéndose en cada final de trazo para que no lo ‘matase’ el toro. Y allí seguía ‘Mosquetón’, disparando su atractivo. Tanto que al final, cuando le enterró Escribano el casi metro de acero que mide un estoque, el tendido que llenaba el coso pidió -y consiguió- la vuelta al ruedo para el toro. Todo fue emocionante.
También la pelea cabal que tuvo Escribano con ese segundo que no se lo dió, a pesar de la entrega. No pudo ponerle más a la correosa embestida que se negaba a pasar, porque si lo sacaba a los medios, como demandaba el animal, el viento arruinaba su intento; pero si buscaba el tercio y el abrigo de las tablas, no recibía respuesta a su sincera apuesta. Pero logró moldearlo a base de exponer, de tragar y de no arrugarse, y terminó pegándole pases al natural, con un tiempo entre muletazos que al final resultó clave. Para su faena y para su tarde, que terminó siendo tan maciza que lo va a notar desde hoy en la gente que lleva a la plaza.
Como Daniel Luque, que brindó emocionado al cielo la primera faena que su padre no pudo ver. A ese tercero lo había saludado con largas después de que el cárdeno impetuoso le arrancase el percal de una mano, pero terminó el saludo con cuatro verónicas y media ralentizando la llegada del animal con el pecho sobre la embestida. Brillante Daniel, que salió decidido a cuajar al victorino después de verle el desliz en las telas de Juan Contreras. Pero se encontró con coladas, cabezazos, destemples y protestas de un animal al que le tuvo que exponer. Quería sentirse torero, demostrar a ese tendido que tiene un recurso sincero para cada problema que le plantea un toro. Y ese desplante arrebatado con el que dio por terminado el trasteo prtendía enseñar que había vencido en la pelea. Aunque se llevase el descabello un más que posible premio.
El sexto fue intoreable y tuvo tan poca historia como los dos toros de El Cid, que pasó, pese a sus esfuerzos, sin sacarle brillo a su memoria, llena de toros de Victorino que embistieron más que estos dos. Fue en otro tiempo y con otros mimbres, y no en una tarde donde había escrito Escribano su nombre en el marcador. Y le quedan dos tardes más que serán más atractivas después de la actuación de hoy.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla. Octava de abono. Corrida de toros. Lleno.
Toros de Victorino Martín, todos entipados y en hechuras. De avisesa y orientada embestida el primero; exigente y correoso el segundo; temperamental el tercero, que terminó rajado; manso y sin celo el vulgar e imposible cuarto; bravo, exigente y de templada humillación el codicioso quinto, premiado con la vuelta al ruedo; intoreable el sexto.
El Cid (ciruela y oro): silencio y silencio.
Manuel Escribano (marino y oro): ovación tras aviso y dos orejas tras aviso.
Daniel Luque (verde oliva y oro): ovación y silencio.
CUADRILLAS: Saludaron Juan Sierra y Juan A. Maguilla tras parear al cuarto. Ovacionados los picadores Espartaco y Jabato.
FOTOGALERÍA: EDUARDO PORCUNA
